La segunda, y definitiva vuelta presidencial en Ecuador, y la primera en Perú, del 11 de abril, han sido elecciones trascendentes, no solo para los respectivos países, sino para toda la región latinoamericana. Si bien, al momento en que se redacta esta columna no hay resultados finales oficiales de los respectivos órganos electorales, hay tendencias que permiten considerarlos, como definitivos en Ecuador, y en Perú, como muy difíciles de ser trastocados en cuanto al candidato más votado. En todo caso, los porcentajes estarán perfectamente claros, al momento en que estos comentarios se publiquen.

Ecuador, se debatió entre dos posturas contrapuestas, la de Guillermo Lasso, y la de Andrés Arauz. Lasso, que ha resultado vencedor: él representa una visión política de centro derecha, ausente en Ecuador desde hace años con el expresidente Gustavo Noboa, hasta el 2003. Arauz, en cambio, habría representado el regreso ideológico, y también físico, del expresidente Rafael Correa, y la vuelta a la Revolución del Siglo XXI, inspirada en Venezuela y férreamente apoyada por el llamado Grupo de Puebla, que reúne a mandatarios, ex mandatarios, y figuras políticas de dicha orientación ideológica.

Guillermo Lasso lo ha intentado por tercera vez, y cierta prensa interesada, lo presentó siempre como un «derechista», «banquero», y toda la carga posicional que de ello se desprende. Así, se buscaba atraer el sector indigenista del candidato Yaku Pérez que, por poco, no logró entrar en la segunda vuelta, pero que sus votos resultaban absolutamente necesarios. En síntesis, el programa de Lasso, impulsará la libertad económica en momentos particularmente críticos del país, mantenimiento de la dolarización vigente, reducción del Estado, privatizaciones, y apertura al mundo; intentará controlar los desbordes de una pandemia, que no impidió la asistencia a votar del electorado, aunque sigue siendo tremendamente preocupante, con muy pocas vacunas, y otras graves consecuencias. En lo exterior, Lasso espera terminar con el que califica, de «aislamiento del Ecuador», impulsar la lucha contra la desigualdad, profesionalización del servicio exterior, e intentar la pertenencia ecuatoriana a los procesos integradores como la Alianza del Pacífico, y otros coincidentes.

De todo lo dicho, y tal vez lo más importante, ha sido que, al menos por ahora, se ha puesto fin a la posibilidad de regreso del expresidente Rafael Correa, que gobernó diez años, y que se encuentra el Bruselas, refugiado para escapar a los juicios en su contra por autoritarismo y corrupción. De haber ganado Arauz, lo habría retornado en gloria y majestad, y amnistiado en sus procesos, pues sin duda, representa su postura y su apoyo fundamental, tanto en lo interno como en lo externo. Ecuador habría vuelto a la tendencia socialista-chavista, que impera en algunos Latinoamericanos. Aquí, justamente, se ha manifestado más claro el giro electoral ecuatoriano, que no ha querido volver al «correísmo» y todas sus secuelas, ahora rechazado claramente. Tampoco hay duda de que el factor Venezuela, comienza a ser gravitante en las elecciones regionales. Es tan evidente su fracaso total, así como la migración masiva de venezolanos por todo el continente, que no puede ignorarse en cualquier decisión local, por más que se pretenda volver a entusiasmar a un electorado que ya no cree en esas falsas promesas. Sin duda, el «chavismo» pierde un país que le habría sido fundamental, si Ecuador hubiere regresado a la era de Correa, no solo en lo político, sino como país petrolero.

Lo dicho no impide a Lasso, que asumirá el 24 de abril, tener por delante una tarea sumamente difícil. Las posiciones reflejadas en los distintos partidos y movimientos internos, así como en el Parlamento y en la propia Constitución Política de la época de Correa, más los problemas objetivos que deberá afrontar con urgencia, en lo económico, sanitario, y sobre todo social, que atender con eficiencia, son desafíos de suma importancia y proyección a futuro.

El Perú es un caso aparte, pues deja como contrincantes en la segunda vuelta presidencial de junio próximo, a un triunfador inesperado, Pedro Castillo, perteneciente a un partido de izquierda radical, bastante desconocido hasta hace poco, y que su llegada a la competencia presidencial, resulta particularmente reveladora de este otro giro electoral, ya que representa el populismo «chavista», e incluso posturas afines con el expresidente Toledo —hoy escapado en Estados Unidos, para no afrontar los juicios por corrupción—, así como otras tendencias revolucionarias. Su contendor o contendora, todavía podría presentar más de una sorpresa, hasta que los cómputos sean definitivos y oficializados, recién la primera semana de mayo. La pugna está, según las cifras provisionales, entre Hernando de Soto, economista y conocido asesor de muchos gobiernos, de tendencia centrista; Rafael López Aliaga, de posturas derechistas; y nuevamente, Keiko Fujimori, con toda la carga de su padre, Alberto Fujimori, enjuiciado por varios delitos, y que ha salido y entrado en prisión, actualmente en detención domiciliaria.

Cualquiera sea el resultado final en este segundo puesto, oficializado por el órgano electoral, tendrá que enfrentarse a la sorpresiva primera opción de Castillo, y procurar aglutinar las fuerzas necesarias para derrotarlo en la segunda vuelta. La polarización y dispersión entre 18 candidatos presidenciales, así como la política en el Parlamento, auguran una tarea verdaderamente enorme para quien resulte elegido. Asimismo, hay que considerar que la sucesión de presidentes cuestionados, destituidos, o acusados de graves corrupciones, es una realidad trágica en el Perú, y una evidente fragilidad del cargo, para cualquiera. El Parlamento ha resultado decisivo en la destitución política de algunos presidentes, por lo que seguirá siendo clave en su permanencia en funciones. Todo lo cual hace que el país siga enfrentando una prolongada crisis de gobernabilidad, no resuelta, cualquiera que sea el resultado de los comicios presidenciales. A pesar de ello, la elección ha podido efectuarse sin graves contratiempos, y surgen esperanzas.

El verdadero desafío para el Perú vendrá, si la tendencia mayoritaria de Castillo, en una postura más radicalizada y con tan poca experiencia política, se mantiene y obtiene el triunfo. Sería la comprobación de que la ciudadanía, simplemente ya no confía y rechaza los políticos tradicionales, y todavía más, sus respectivos partidos, todos cuestionados, y que han demostrado ser incapaces de afrontar los enormes problemas del país.

Dos países Latinoamericanos han decidido dar un giro político, e intentan nuevas opciones. Una vez más, la región define sus prioridades políticas, y tanto Ecuador como el Perú, iniciarán nuevos gobiernos y urgentes tareas plenas de incertidumbre.