El siglo XX estuvo marcado por la puesta en escena de enormes experimentos sociales utópicos, cuyos cambiantes escenarios abarcaron puntos del planeta tan distantes como la gélida Siberia, circundada al norte por el Océano Ártico, y una isla en el mar Caribe situada al sur del Trópico de Cáncer, por mencionar dos extremos geográficos. Sin excepción, los «ismos», sobre todo los diversos sistemas que encarnaban nuevos modos de absolutismo político, aunque también, de otra forma, el propio capitalismo tardío, derivaron en realidades distópicas. Tras la caída de «las grandes narrativas» de la historia que nutrieron el arte clásico y en gran medida el moderno, tal y como afirmaba Arthur C. Danto en su libro clásico, After the End Of Art, el arte contemporáneo puede albergar una «conciencia» histórica, pero se ha despojado del peso de esas narrativas y del sentido de pertenencia a cuanto representaban.1 La historia es «nuestro referente perdido: es decir, nuestro mito»,2 y esta experiencia define la sensibilidad posmoderna incluso en los lugares en donde nunca se terminaron de formular las promesas del modernismo. Y es, precisamente, en medio del llamado «desierto de lo real»,3 donde afloran con mayor fuerza las narrativas de ficción sobre el futuro, incluyendo la ciencia ficción, o la saga de invenciones orwellianas o herederas del Mundo Feliz de Huxley, que advierten sobre la inminencia del horror común que acecha. Pero, mientras el escepticismo domina vastos campos de la realidad, es en el territorio de las ficciones artísticas, donde en este tiempo sin grandes relatos, puede construirse un espacio ─como decisivamente lo hace Dagoberto Rodríguez (Cuba, 1969) en la exhibición Planeta de cristal─, para abordar, con un modo de invención lúcida los dilemas del presente; para encarar los vientos de la anomia política y la destrucción ecológica y, sobre todo, para acercarse al fin a lo que Fredric Jameson llama «la auténtica función de la utopía». Una función que «no es presentar [ni más faltaba] un programa político, sino romper/interrumpir el futuro y abrirlo para nosotros de nuevo».4

Apostado como siempre en la frontera entre arte y sociedad, Dagoberto Rodríguez despliega de un modo único, en esta propuesta concebida casi en su totalidad durante el estallido de la pandemia, el poder estético de su inajenable imaginación social, para crear desde una zona en la cual observa la historia sin el peso de los grandes relatos y con la inteligencia de un humor que estimula la crítica del poder. Pero también, y esto es crucial, con la capacidad de estremecerse ante sus violencias y acogiendo en su visión el eco de esos otros utopistas ─filósofos e inventores, o científicos y escritores como Arthur C. Clarke, con quien trabajó Stanley Kubric para la filmación de 2001: Odisea del espacio─ que, sin codicia por el poder, soñaron mundos iluminados para todos, imaginando incluso ciudades ecológicas cubiertas por domos protectores como el arquitecto utopista Buckmister Fuller. De su Cúpula geodésica (1967), provienen los domos del cristal, tan duros como frágiles, de la acuarela Planeta (2020). La pintó en medio de su asilamiento en Madrid como una invención que, sobrepasando imaginariamente la atmósfera de contagio y de caos político y económico, ofrece una respuesta creativa a la necesidad humana más primordial: el refugio.5

De algún modo, todas las obras reunidas en esta exhibición contienen la fricción de la oscuridad de la historia y la poética de lo que aún no ha tenido lugar, pero que en algún espacio del pensamiento humano subsiste. En Planeta de cristal, más que nunca antes, se advierte la comprensión de que, mientras vamos a la deriva en esta «nave espacial», como llamaba Fuller a la Tierra, en un universo infinito, necesitamos asegurar nuestra supervivencia.

Esta exhibición personal, comisariada por Aluna Curatorial Collective para Piero Atchugarry Gallery, no solo es la primera en Miami del artista cofundador del Colectivo Los Carpinteros (1992-2018), sino un proyecto que marca un crucial punto de inflexión en su obra, incluyendo la construcción de la obra central: un Túnel interactivo de grandes dimensiones, diseñado por él a lo largo de 2020; una obra que le permitió atravesar simbólicamente ese año, que transformó el modo de vida en la Tierra y que contiene en su concepción la poética de ese instante límite de aquella escena del filme de Stanley Kubrik en la que los personajes se plantean la urgencia de salvar, más allá del conocimiento y el dominio técnico, cuanto los hace humanos. El título y las obras desplegadas en Planeta de cristal son una cifra de nuestra vulnerabilidad, y activan diversos signos de alerta que interrumpen de algún modo la vertiginosidad de un tiempo crítico. Dagoberto usa, pero a la vez traspasa, las estrategias deconstructivas de la parodia y el juego, del humor y la ironía política, y termina construyendo un escenario que funciona como nos propone: una inmersión en la posibilidad de imaginar futuros alternos.

En su video Geometría popular recurre a múltiples perspectivas de visión y, conjugando las figuras clásicas de la abstracción con las formaciones perfectas ─y controladas─ de los grandes eventos gimnásticos y con los momentos caóticos de un performance protagonizado por una multitud enfrentada, desenmascara, pero de algún modo también desactiva, el tribalismo del mundo dividido en facciones polarizadas. Si bien en las acuarelas fantásticas de su serie de búnkeres, Dagoberto Rodríguez retoma el diseño monumental de complejas arquitecturas inspiradas en los sueños fascistas de dominio o vigilancia, particularmente, en las creadas en 2020 para Planeta de cristal, se advierten elementos que equivalen a una transmutación de esas arquitecturas panópticas en espacios de paideia, lugares de ficción para el aprendizaje de todos, o modos comunes de vivir fuera de las sombras. Dibuja, además, geografías ficticias en las que bellísimas masas de hielo desgajadas de los polos flotan, como monolitos azules construidos con figuras de lego, recreando ─pero también intentando congelar─ esa imagen del calentamiento que funciona como una semiología anticipada de la extinción en la era del Antropoceno.

La exhibición encara en una sala los dilemas de las sociedades humanas abocadas a la anomia, y en otra despliega esos paisajes del hundimiento que constituyen un espacio de alerta ecológica para el oikos6 esa casa compartida que es la Tierra, recordándonos que habitamos un Planeta de cristal, y es cada vez más perentorio encontrar modos de vivir juntos que no solo resguarden nuestra especie, sino eviten la extinción de los demás reinos.

Traspasando la lógica laberíntica de los túneles que ha dibujado hace años con una complejidad perfecta, pero también como espacios que detrás de su belleza albergan la terrible posibilidad de no terminar de atravesarlos nunca, Dagoberto Rodríguez nos ofrece entrar en su Túnel, que esta vez tiene una salida, no solo dentro del espacio de la exhibición, sino en el mismo tránsito que podemos cumplir al atrevernos a imaginar. «Pensar por ejemplo un mundo en el que fuera posible ser feliz en donde se nace». En Planeta de cristal, él mismo se ha atrevido a evocar esos otros modos de utopía que desarman la trampa de las grandes narrativas y se da a la tarea de retornar a su «auténtica función»: «romper/interrumpir el futuro y abrirlo para nosotros de nuevo».

(Artículo en coautoría con Adriana Herrera, Aluna Curatorial Collective)

Notas

1 Para Danto el arte contemporáneo no se permitía ya ser representado por ningún tipo de grandes narrativas. Refuerza su idea con una cita de Hans Belting: «El arte contemporáneo manifiesta una conciencia de la historia del arte, pero ya no la lleva hacia adelante». Danto, A. C. (1994). «After the End of Art, Contemporary Art and The Pale of History». The A. W. Mellon Lectures in the Fine Arts. Bollingen Series XXXV: 44. Nueva Jersey: Princeton University Press, p. 5.
2 Baudrillard, J. (2004). History: A Retro Scenario. Simulacra and Simulation. Ann Arbor, MI: University of Michigan, pp. 43-48.
3 La frase, tomada del libro de Jean Baudrillard Simulacra and Simulation es, a su vez, usada como título del libro de Slavoj Žižek que analiza el terror del 9-11 desde una perspectiva crítica al capitalismo, y es la frase que, en el filme The Matrix, 1999, Morpheus pronuncia después de que Neo tome la pastilla roja. Al principio del filme, Neo esconde un diskette ilegal justamente dentro de las páginas del libro de Baudrillard. Op.cit.
4 Jameson, F. (s/f). Arqueologías del futuro. El Viejo Topo.
5 «Pero la necesidad humana de refugio perdure», escribió Walter Benjamin en su célebre ensayo The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction (Nueva York: Shocken Books, 1968, p. 240).
6 La palabra en griego antiguo oikos originó el término «eco» del cual provienen ecología y economía, y refería a la casa.