El colectivo artístico costarricense “Grupo Ocho” que tuvo una corta vida (1961-1963) irrumpió en la plástica costarricense con una propuesta antiacadémica y anti nacionalista. Sin embargo, su manifiesto y concreción no pasaron de ser una postura estética sin profundas consecuencias.
Entronizado en el imaginario costarricense como la vanguardia más disruptiva de la segunda mitad del siglo XX, el grupo artístico Ocho fue, en realidad, un emprendimiento impulsado por fuerzas externas e internas que buscaban la disrupción sin sustancia y la innovación sin concepto.
En retrospectiva, la diversidad de personalidades que coincidieron en su gestación en medio del hervor del arte local, en los años 50 y 60 del siglo pasado, trasunta acontecimientos contextuales, la urdimbre de la cultura y la intensa actividad emprendida por la agrupación en aquel singular lapso de espacio y tiempo.
El Grupo Ocho estuvo encabezado por Rafael Ángel “Felo” García y Manuel de la Cruz González, a quienes se adhirieron los escultores Néstor Zeledón y Hernán González, y los pintores Luis Daell, César Valverde, Guillermo Jiménez y Harold Fonseca. Más tarde fueron invitados a participar, coyunturalmente, en las muestras, Lola Fernández, Carlos Poveda y el colombiano Carlos Combariza.
Del nacionalismo a la abstracción
La situación del país a finales del siglo XIX era favorable económicamente por las oportunidades abiertas en el mercado mundial por la exportación de café; la oligarquía cafetalera fortaleció un estrato de la sociedad cuyo marco ideológico liberal incidió en lo cultural y social.
La construcción del Teatro Nacional, concluido en 1897, fue representativa de este esfuerzo desde la oligarquía, así como otras semillas depositadas en terrenos fértiles como el sistema educativo, gratuito y obligatorio. Fue construido el “edificio metálico”, hoy escuela "Buenaventura Corrales", se iluminó la capital, y edificó la infraestructura básica del país dándole un aire de ciudad del viejo continente.
Artistas migrantes, como el español Tomás Povedano, el científico pintor Alex Bierig y nacionales formados en escuelas europeas como Enrique Echandi, influyeron en el establecimiento de la Escuela Nacional de Bellas Artes, también en 1897. Posteriormente se integró a Teodorico Quirós, formado en Estados Unidos, quien cristalizó un estilo del paisaje local moderno, tratando la luminosidad del valle central mediante el color vivo y el trazo vigoroso.
Los frutos de aquella inversión del siglo XIX maduraron a mediados del siglo XX. Otros artistas viajaron o vinieron luego de formarse en el exterior, entre ellos Felo García, quien además participó activamente en la práctica artística del grupo londinense Nueva Visión; Lola Fernández, laureada en pintura en la Academia de Florencia, se estableció en el país, haciendo su contribución al desarrollo de la pintura local; y no menos importante, Manuel de la Cruz González, quien residió en Cuba y Venezuela, trabajó en esa veta explorada por Max Jiménez una década antes. No menos importantes, fueron los aportes seminales de Luisa González de Sáenz, Emilia Prieto, Francisco Amighetti, Dinorah Bolandi, y Jorge Gallardo, entre otros.
Todos estos artistas fueron necesarios para la transformación del arte local, en medio de un contexto internacional donde el auge de las vanguardias artísticas recorría el continente, promoviendo el Arte Abstracto, la Abstracción Geométrica, el Constructivismo, y una figuración expresionista cercana al Informalismo.
Los cinco principales pioneros de la abstracción en las artes visuales costarricenses son, históricamente: Manuel de la Cruz González quien durante su estancia en Maracaibo Venezuela, donde realizó en 1952 una muestra individual que incluía sus primeras pinturas de orientación abstracta a partir; Margarita Bertheau quien en 1953 presentó en la Alianza Francesa, de la capital josefina, sus acuarelas de inspiración cubista; Lola Fernández quien presentó sus primeros óleos abstractos en París en 1957 y al año siguiente en Costa Rica; Carmen Santos Fernández, con sus óleos abstractos que exhibió en el Museo de Arte Moderno de la capital federal mexicana a mediados de 1958; y luego Felo García con su exhibición individual en el Museo Nacional de Costa Rica, también en 1958.1
Con excepción de Bertheau y Santos, la tendencia dominante en los artistas que incursionaron en la no figuración, a partir de los cincuenta, fue inicialmente la llamada abstracción lírica con la que innovó el teórico y artista ruso Wassily Kandinsky (1866-1944) a partir de 1910. La misma consiste en la expresión de la emoción pictórica del artista, individual e inmediata. Sus seguidores rechazaron representar la realidad de forma objetiva. Aunque la acuarela fue la técnica de expresión preferida, también utilizaron el óleo y las técnicas mixtas, pero con clara predominancia del color sobre la forma. Todas estas contribuciones fueron simientes para la emergencia del Grupo Ocho.
La ausencia de estímulos y crítica (no había galerías ni mayor discusión estética) llevaron a Rafael “Felo” García a formar un grupo en asocio con César Valverde, recién llegado de Inglaterra. Juntos levantaron una lista de artistas que se abocaron a la nueva empresa.
Este movimiento o colectividad artística trabajó irregularmente desde 1958, pero no fue sino hasta 1961, cuando un manifiesto plástico formalizó su existencia. Con un objetivo atraso de medio siglo con respecto al expresionismo y el dadaísmo afirman que “la belleza clásica está muerta porque ella es la negación del espíritu de nuestro siglo, estática, quieta y muda”.2
En la articulación de tal apreciación estética, incidió el curador y crítico de arte cubano José Gómez Sicre, a la sazón director del Museo de la Américas perteneciente a la Organización de Estados Americanos (OEA), quien tuvo una influencia decisiva en el subcontinente como promotor principal del expresionismo abstracto en las Américas aprovechando su posición estratégica en la OEA.3
Localmente, su aliado local fue Harold Fonseca quien contribuyó al desarrollo del grupo 8 mediante exposiciones públicas que promovieron una ruptura estética, más de postura que de fondo, que dieron continuidad a los esfuerzos iniciados en 1959 por Manuel de la Cruz González y Felo García cuando coincidieron con la primera exhibición de arte no figurativo en el Museo Nacional.
El grupo de ocho autores que suscribió el manifiesto declaró:
Ocho artistas costarricenses nos hemos agrupado. Queremos inquietar el ambiente para estimular toda forma de originalidad creadora. Queremos exaltar al artista que interprete en sus obras nuestra raíz profunda. Queremos engendrar un nuevo movimiento artístico nacional capaz de desarrollar las artes plásticas en sus más variadas manifestaciones".4
Los miembros del grupo 8, en principio, se opusieron tácitamente al movimiento nacionalista local de la primera parte del siglo XX, cuya pretensión era identificar “la esencia de la pintura costarricense”.
No que no se hubieran dado antes ejemplos en la escena artística locales vinculados a las vanguardias artísticas. De hecho, en los cincuenta, Margarita Bertheau puso una semilla al reinventar en su estilo personal la acuarela basada en temas rurales y marítimos.
El grupo Ocho tuvo una breve pero rica existencia, por cuanto su actividad llenó el vacío de una institución artística oficial como el Ministerio de Cultura que se funda hasta 1970 en la administración de Figueres.
En solo tres años, el grupo Ocho compuestos por artistas establecidos realizó dos exposiciones colectivas (1961 y 1962), organiza dos festivales de artes plásticas, tres muestras de artistas ajenos al grupo y concurren a cuatro exposiciones internacionales.
Aunque un número significativo de autores “paisajistas” llevaron hacia los 40 sus obras al extranjero, este no fue su objetivo primordial como sí en el grupo Ocho.
Lograron romper de esta manera con “su complejo de inferioridad” y la conquista del mercado externo se vuelve prioritaria, lo que tiene como efecto positivo un aumento de intercambio de información (retroalimentación) que acelera la “cosmopolitización” del arte local.
El peso del grupo Ocho
Desde su primera exposición, el grupo Ocho manifestó una actitud e intencionalidad (concepto) tanto en su práctica artística como en las ideas contenidas en su Manifiesto, prometiendo romper con la tradición e integrar el lenguaje de las vanguardias al quehacer artístico nacional.
Sin embargo, a pesar de su trayectoria, sus miembros no pudieron mantener esa promesa por dos razones principales: falta de compromiso conceptual con las vanguardias y cambios sociopolíticos y culturales en la región.
Manuel de la Cruz, con un trance prometedor en el Constructivismo y la Abstracción geométrica, poética y mística, abandonó progresivamente su tendencia hacia el Minimalismo. Terminó pintando obras figurativas expresionistas.
Por su parte, Felo García —luego de su exposición en 1977 en el Museo Nacional— migró hacia lo urbano en degrado, mostrando tugurios y ropas tendidas desde finales de los ochenta hasta avanzados los noventa.
Otro tanto ocurrió con la obra del escultor Néstor Zeledón Guzmán, quien adoptó la abstracción transitoriamente en su desarrollo, para abrazar definitivamente una neofiguración expresionista.5
En su oportunidad, Marta Traba, jurado de la Bienal Centroamericana de 1971, organizada por el CSUCA, criticó las lacas de Manuel de la Cruz, incomprendidas en aquellos días, aunque hoy abrigan enorme interés, arguyendo imposiciones de Joaquín Torres García y el Arte Concreto de Tomás Maldonado en el Cono Sur.
Traba abogaba por una Nueva Figuración, de carácter beligerante y contestatario, para las manifestaciones en el Istmo y el resto del continente de esa década.6
La vida en el país a mediados del siglo XX era en apariencia tranquila solo interrumpida por la guerra civil del 48 y la invasión auspiciada por el dictador Somoza y el expresidente Calderón Guardia de 1955.
No obstante, la sociedad se mantuvo enfocada más en las transformaciones políticas, educativas, económicas y sociales locales a pesar de la inestabilidad del mundo circundante como ilustran la guerra en Vietnam; las tensiones en el eje Este-Oeste que originaron la Guerra Fría; la rebelión estudiantil de 1968 en Francia, y la masacre de Tlatelolco en México, entre otros.
Aunque en el exterior estos eventos incidieron en el desarrollo de un espíritu de reivindicación hacia la paz y el amor y generaron movimientos socioculturales como el hipismo, y otros más radicales e incluso violentos, la respuesta fue tímida y extemporánea en Costa Rica.
No hubo, localmente, la correlación entre los eventos políticos y los culturales que eran reflejados en el arte por medio de la pintura sígnico-gestual, el Arte Povera, lo Matérico, el Pop, el Informalismo, y el Neoexpresionismo. Nuestro terruño, en cambio, estaba sumido en el silencio y la pasividad.
La lectura del 5/8
La última muestra del remanente del grupo ocho que tuvo lugar en la capital costarricense en el 2018 bajo el título de 5/8, dado que solo se mantenían activos dos miembros del grupo original, sirve de trasfondo para comprender retrospectivamente las contribuciones del grupo.
Las 23 obras que componían la exhibición permiten apreciar apropiadamente la producción de los miembros originales demostrando a nivel de contenido cuán desconocida sigue siendo la obra del colectivo que en su mayoría se encuentra en colecciones privadas.
Rafael Ángel García expuso en esa oportunidad dos piezas: el óleo “Ruralización Urbana”, 2002, parte de su búsqueda de una pintura confrontativa ante la conmoción de la ciudad y que denominó “tugurios”.
Además, expuso una de las obras de mayor fortaleza dentro de su investigación matérica: “Vivienda laminada”, 1968, con lámina de hierro galvanizado, tan cercana a las construcciones populares en zonas en degrado, pero que logra elevar como poética al escenario del arte.
El escultor Néstor Zeledón Guzmán, quien falleció recientemente, expuso dos abstracciones: "Figura Espacial", 1966, talla directa en madera de cedro, y "Figura femenina", talla directa en cocobolo, propias del género que abrió las puertas a lo moderno. Como parte de la aventura artística con el Grupo Ocho comparte un concepto no figurativo en su escultura, que nunca llega a resonar con sus preocupaciones estéticas y personales. De hecho, más tardar la abandona por completo y abraza la figuración por el resto de su vida.
Ambas obras, no obstante, evocan referencias al inglés Henry Moore, con un juego de vacíos y llenos por donde atraviesa la luz, la emocionalidad, la sensualidad, el temperamento cálido del material, y el depurado tratamiento que lo caracteriza. De Hernán González se expuso un granito de inconmensurable pureza, potencia germinal, idea de la semilla henchida por lo pulsional del acto artístico, con su propia marca de escultor de la piedra viva. Además, el yeso Agonía, S/f, en el cual desborda el dominio sensorial: enmarca y anuncia algo más, lo espiritual, lo cual ronda el altar de la memoria e intenta descifrar el enigma de lo creativo.
De Harold Fonseca, se exhibió una abstracción en óleo titulada Génesis III, característica de gran parte de su producción. El otro es un óleo —reminiscente de Ferdinand Léger—, titulado Ninfas, S/f.
Dispuso en la composición una de esas “aguilitas” de oro precolombino, lo que tienda a especular que sus abstracciones alcanzaron una síntesis del arte originario ancestral, tan válido hoy en día como discursos de descolonización. La incorporación progresiva de elementos figurativos en su pretendida abstracción, así como sus coloridas representaciones orgánicas o geométricas de personas en grupos dominarán su producción hasta su muerte. Como sus colegas del grupo 8, la postura disruptiva es abandonada en favor de una obra convencional poco o nada vigorosa.
De Luis Daell Ávila se exhiben en esta última muestra dos piezas muy disímiles entre sí, aunque siempre paisaje: Iglesia, S/f, óleo -de su producción inicial-, y una acuarela entre poéticas transparencias y pastosa tectónica, propia de sus últimas producciones. El óleo pastoso y de trazo grueso con espátula y pincel, además de ser contundente en cuanto a tema y técnica, evoca a los expresionistas alemanes, Nolde, Kirchner, y en particular Karl Schmidt-Rottluff, fundador del grupo Die Brücke a inicios del siglo XX.
Las obras exhibidas de Manuel de la Cruz son obras menores, que se apreciarían más en alguna retrospectiva de su trabajo más no en una colectiva de los Ocho. Una de sus obras se compone de tres retratos de una joven de la época; el segundo presenta el gesto caricaturesco de un gorila-militar, cercano a la nueva figuración latinoamericana de los setenta.
Son obras claramente menores en comparación con sus lacas o estudios de deconstrucciones formales y encaje geométrico, espiritualmente evocadores, con lo cual produjo frutos de suma consideración para la historia del arte local.
Por cierto, hoy podemos apreciarlo en las reinterpretaciones con fragmentos de mosaicos, que se exhiben en una de las vías importantes de la capital, la cual inicia frente a las instalaciones del ferrocarril “Atlántico” y concluye en el Parque Morazán.
La muestra incluye una acuarela de Guillermo Jiménez, Paisaje Urbano, S/f, anterior a su pintura de inclinación cubista; que fluye la influencia de aquellos estudios sobre el paisaje vallemontano, que tanta fama dieron a la pintura local.
Sin embargo, en décadas recientes, ese género se convirtió en pintura complaciente, acomodadiza, de pintores que no investigan, no experimentan y exhiben siempre lo mismo.
Una de las piezas que no acaba de convencernos dentro de la cuadratura exhibida —por ello hablamos de inexistente curaduría — e—por serigrafía de César Valverde, Retorno,993. Coincidimos en que Valverde demostró mayores posibilidades de la pintura con la temática femenina, y su trazado de verticales que fragmentaba el cuadro enmarcando tensión y violencia, que hoy es un tratamiento persistente como discurso de punta en la sociedad actual.
Acompañan a las obras el Manifiesto del Grupo Ocho, sus logotipos y la actividad de García como futbolista. También exponen fotografías de Las Arcadas, donde “los ocho” tuvieron su improvisada galería, realizaron conversatorios y lecturas; pero también donde creció la discordia que los llevó a abandonar lo postulado inicialmente.
Incordio
A modo de conclusión, tras el apogeo de la generación nacionalista costarricense, en la primera mitad del siglo XX, la seducción por ser aceptado y vender, la negación del pasado por desconocimiento o desinterés, la adopción y la repetición, con poca disciplina, de fórmulas plásticas postmodernas perjudicaron el desarrollo de una obra propia y significativa en la escena artística local.
Muchas “promesas” con pretensiones artísticas claras se dejaron ganar por la búsqueda de aceptación y “prestigio”, lo que produjo obras de acento com“laciente, débiles en profundidad ideativa. Se satisfacía, como ocurre hasta hoy, una demanda comercial defendiendo una obra, que debería hacerlo sola, con un currículo donde no podía faltar el premio nacional en su especialidad o las pertinentes tres exposiciones individuales.
Se trata en el mejor de los casos de producciones que cumplen con el requisito del oficio, tienden al preciosismo y tratan de compensar carencias conceptuales con la “cocina” o acabado final: empastes fuertes, brillos, mucho colorido, monumentalidad, texturas, etc. No expresan, no comunican, no aportan al medio local, ya no digamos a Centroamérica.
La intencionalidad (concepto) es la mitad del acto creativo. La obra puede sufrir cambios y hasta mutaciones o incluso, puede ser traicionada por su autor, pero la contribución del Grupo Ocho no se debe medir en términos de la continuidad de su manifiesto o la integridad estética de cada uno de sus miembros.
Lo que resulta relevante en retrospectiva, más de seis décadas después su emergencia y accionar por tres años, fue su capacidad como colectivo para provocar una disrupción visible en las formas más que en los conceptos estéticos en las artes visuales locales, así como una reflexión y discusión que continúan e influye hasta el presente como referente histórico de la producción artística mediante la instituciones culturales que contribuyeron a establecer en el sector cultural del Estado costarricense.
Referencias
1 Flores Zúñiga, Juan Carlos (3 de enero de 2020). "FELO GARCÍA: Culto a lo irracional". Ars Kriterion E-Zine.
2 Alvarado Venegas, Ileana. (2005). Felo García: artista, gestor, provocador, innovador. San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica.
3 Flores Zúñiga, Juan Carlos (18 de agosto de 2023). "45 AÑOS DEL MAC: Lo bueno, lo malo y lo feo". Ars Kriterion E-Zine.
4 Rojas, G. M. (2003) Arte costarricense: un siglo. San José: Editorial Costa Rica.
5 Flores Zúñiga, Juan Carlos (22 de junio de 2018). "ZELEDÓN GUZMÁN: De lo divino a lo profano". Ars Kriterion E-Zine.
6 Traba, Marta. 1973. Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas
1950-1970. Siglo XXI Editores, México.















