Las Navidades son las fiestas más importantes de los venezolanos. En nuestro caso, las celebraciones patrias son algo que se reduce a actos del Gobierno y las Fuerzas Armadas. El pueblo no hace nada, salvo descansar por ser días feriados, y quizás se pueda decir que los niños realizan una pequeña tarea o acto en las escuelas, pero no es algo sentido por ser obligado. Las grandes ciudades hace décadas dejaron de realizar las llamadas fiestas patronales salvo algunas excepciones regionales, como por ejemplo: la Chinita, la Pastora y Vallita (las advocaciones de la Virgen en el Zulia, Lara y Nueva Esparta). No hay competencia para lo que significa todo lo relativo a las Navidades y el Año Nuevo, pero nos preguntamos ¿sigue siendo así en el presente? ¿el chavismo lo ha cambiado?

En las últimas semanas me he dedicado a consultar a muchas personas tanto conocidas como no, en donde trabajo y en las calles de Caracas. Y la conclusión es que sí. La crisis que padece Venezuela, la mayor de toda su historia desde que se ha tenido registro, ha torcido los principales valores-emociones que se vivían en estos tiempos. Ahora la Navidad es toda nostalgia para los que conocieron algo distinto al chavismo (los mayores de 25 años). Y para la generación nacida en los gobiernos de Hugo Chávez, tiende a ser algo triste o nada parecido a lo que sus padres le han contado que eran. Una fiesta más en cierto modo. Eso no quiere decir que la ciudad y las casas no se adornen; y los pocos que puedan hagan sus hallacas y coman buena parte de la maravillosa gastronomía de estos tiempos. Pero… algo se ha quebrado.

¿Qué ha ocurrido con nuestras Navidades? Para conocer una descripción de esta época antes del chavismo, pueden leer mi artículo publicado en esta misma columna en noviembre del año pasado que se titula: Aquellas alegres Navidades. Ahora quiero centrarme en los valores-sentimientos que se han ido forjando al pasar del tiempo en torno a las Navidades criollas y su cambio en el presente, me refiero a: la paz, la alegría, la generosidad y la esperanza. He observado, aunque no medido, que las personas tienden a pedir sus vacaciones en diciembre más que en agosto porque es en estas fechas que pueden compartir con la familia. El descanso y un silencio que no logro percibir en todo el año se da especialmente del 25 al 30 y del primero de enero hasta el seis. Es probable que ante la falta de dinero haya más silencio ahora que antes, pero no sé si por la angustia que genera la pobreza y una crisis económica que no parece resolverse; y ante esta realidad los venezolanos tenemos menos paz.

Nochebuena y Nochevieja son las fiestas más alegres del año, el venezolano, a pesar de los pesares busca siempre prepararlas lo mejor que puedan. No conozco otra efemérides en nuestro país en que se anhele tanto la celebración: la alegría de la música, los platos típicos (la hallaca ocupando su sitial de honor) e importados, el alcohol, la música y los bailes; y todo ello junto el mayor número de familiares. Pero hoy lo que escucho es un lamento repetitivo en las mayorías porque ya todo esto no se puede hacer a lo grande ¡ni en lo pequeño tampoco! No se puede «botar la casa por la ventana» y ya la familia se ha reducido por la diáspora (más de 5 millones de venezolanos han emigrado). Ya no hay «estrenos» de ropa, pintar la casa, comprar cosas… E incluso hacer hallacas es un milagro, ni hablar del resto de las comidas. La nostalgia de la abundancia del pasado se ha instalado entre nosotros. A pesar de ello y si hay niños especialmente, la familia hará los sacrificios para sonreír y alegrarse en medio de tantas carencias.

Dar regalos a los niños, los familiares, amigos y compañeros de trabajo; pero también vecinos; era lo normal. En Navidad se desbordaba generosidad, aunque es evidente que los llamados «aguinaldos» (pagos de utilidades por la fecha) lo permitían. Pero se puede decir que nunca fuimos un pueblo austero y nos alegraba ser generosos y en abundancia. Hoy a las mayorías de los cercanos les decimos con vergüenza: «el año que viene podré darte un buen regalo». Y el significado de la Navidad y el Año Nuevo nos generaban esperanzas: el Niño Dios nos traerá lo que tanto anhelamos y el año que viene todo será mejor. Hoy las dudas sobre un cambio domina el ambiente.

¿Podrán renacer esos cuatro valores que cultivábamos en Navidad? No dudo que sí, pero mi mayor certeza es la oportunidad que tenemos ante estos tiempos tan duros. La oportunidad de meditar en el verdadero sentido de la Navidad, que no es otro que eso que ahora llaman solidaridad y que no es más que la secularización de la caridad cristiana, caridad-Dios que nace un 25 de diciembre y que se celebra muchas veces sin saber lo que se celebra. Ante esta realidad se puede vivir una alegría más sencilla y humilde, una generosidad más auténtica entregando lo poco que tenemos en lo material, pero lo más importante en lo humano: el cariño, la compañía, el don de nuestras vidas y tiempo. La esperanza que, aprendiendo, todo cambiará y tendremos la paz de la certeza de que, las próximas Navidades, las hallacas no las comeremos en Libertad.