Tener un hijo, cambiar de trabajo, hacer una mudanza o, simplemente, reorganizar una habitación, conllevan cambios que van, más o menos, a provocar modificaciones en el día a día de una persona y que le permitirá reinventarse, hasta el punto de poder modificar — o como mínimo intentarlo — los aspectos de la vida que han motivado ese cambio.

Es verdad que un cambio de organización en una habitación no es lo mismo que un cambio de trabajo ni tener un hijo. La afectación es mayor o menor, pero todas ellas pasan por las mismas fases.

Temores, dudas y nerviosismo, junto a las ganas de empezar una nueva etapa y la ilusión, son los sentimientos contradictorio que conviven en la persona tanto en los días previos como en los primeros tras el cambio.

Si los cambios siempre cuestan, sobre todo si puede afectar a nivel económico y hay personas a tu cargo, la adaptación es otro de los puntos más delicados de este cambio. El apoyo de la pareja –si hay- y la familia, los nuevos compañeros y el ambiente de trabajo serán claves para que este período sea lo menos complicado posible.

Unos días en que el estrés, el agobio o la sobrecarga informativa de todas las tareas que se deberán asumir pueden suponer que uno se venga abajo y se vea incapaz de hacerlo y tirar adelante. Unos momentos en que la pareja y la familia juegan un papel esencial: escuchar como te sientes, reforzar tu autoestima o, simplemente, servirte como desahogo, acciones que te ayudarán a superar este periodo de adaptación y a reencontrarte en tu nueva rutina.

Unos días de altos y bajos que culminarán con la plena adaptación a la nueva situación -tener una pequeña vida humana a tu cargo, conocer nuevos compañeros, cambiar de ciudad, etc.- y a la satisfacción de ver cómo se van cumpliendo los diferentes aspectos que motivaron ese cambio: el deseo de ser padres, mejorar de categoria laboral, etc.

Se tiene que tener claro que no será un camino de rosas; no saldrá todo como uno había previsto ni será tal y como se había planeado. Es en este preciso momento que la capacidad de adaptación jugará un papel crucial para que este cambio sea lo más fácil y menos traumático posible.

Sólo el tiempo dirá si dicho cambio y esta apuesta son para bien o no; sin embargo, simplemente con el haberlo intentado y no quedarse con las ganas ya es una victoria.

Ser valiente o no, no es la cuestión; si uno no tiene plena confianza en el cambio no apostará por él y se le tachará de miedica. La pregunta correcta, sin embargo, es si uno desea hacer el cambio…. ¿vamos a por él?