Burdeos (en francés Bordeaux), capital de la región francesa de Aquitania, es mundialmente conocida por los vinos que llevan su nombre, pero sus encantos van más allá de este suntuoso brebaje.

A pesar de que la historia de esta ciudad se remonta al siglo III a.C., la mayoría de los monumentos y edificios que podemos observar hoy en día pertenecen al siglo XVIII. Fue entonces cuando la economía bordelesa prosperó, gracias al comercio de esclavos y a convertirse en uno de los vértices del triángulo entre Europa, África y América. Además, gran parte de la burguesía parisina se trasladó a esta ciudad con el fin de llenar sus bolsillos. Esto explica la gran similitud arquitectónica entre los edificios bordeleses y los parisinos, diseñados por el famoso arquitecto Haussmann, quien utilizó esta ciudad como modelo para la renovación de la capital francesa.

Y es que los edificios y monumentos que constituyen esta ciudad son de tal belleza que el centro histórico ha sido denominado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Este título no sorprende al ver la ciudad hoy en día, pero cabe destacar que hace décadas Burdeos era considerada una ciudad poco atractiva y falta de belleza. De hecho, era apodada La Belle Endormie (La bella durmiente), ya que la piedra de sus edificios había pasado a ser negra debido a que su gran porosidad absorbía la contaminación y el polvo.

Paseando por sus calles, aún se puede observar el contraste entre los edificios limpios y aquellos que todavía están ennegrecidos. Sin lugar a duda, el nuevo pseudónimo de la ciudad debería ser: La Belle Réveillée o La bella despierta.

Ciudad de a pie

Burdeos es una ciudad para caminar, perderse y encontrarse. Sus calles tortuosas de piedra y sus edificios de estilo burgués son capaces de trasladarte hasta el otro extremo de la ciudad sin notar los pasos recorridos. Aunque cuenta con un buen servicio de autobús y tranvía, merece la pena recorrer las calles a pie, pasear por la riviera del Garona y descubrir los encantos del barrio de Chartrons. El ambiente de Burdeos es cálido y jovial: es una ciudad repleta de terrazas. Haga frío o calor, siempre hay gente disfrutando de un vino mientras admira las plazas y sus transeúntes.

Entre los enclaves más conocidos de la ciudad está la famosa Plaza de la Bolsa, colosal conjunto arquitectónico situado a orillas del río que cuenta con el mayor espejo irrompible del mundo. Sí, espejo irrompible ya que está compuesto únicamente de agua y en el que por la noche se ve reflejado el gran monumento de la plaza. Esta vista es única y de las más apreciadas de la ciudad.

También de visita obligada es la calle Sainte Catherine, espina dorsal de la ciudad y avenida de compras, que si se recorre desde Place de la Victoire hasta el Teatro Real nos introduce de lleno en la transición desde los barrios más humildes hasta los más opulentos.

Una de las plazas más simbólicas de Burdeos es la Place Pey Berland, donde se encuentran el gran Ayuntamiento y la Catedral de Saint-André. Su campanario se caracteriza por estar separado del edificio principal y por contar con más de 230 escalones, que tienen como recompensa tras su ardua subida una preciosa panorámica de la ciudad.

Aunque las ya mencionadas son las plazas más conocidas de la ciudad, no podéis dejar de visitar la Plaza del Parlamento, situada en pleno centro del barrio de Saint-Pierre. Es de las plazas más animadas de la ciudad, repleta de terrazas y bars à vins desde los que se pueden admirar las detalladas fachadas de los edificios que la componen.

Entre las numerosas iglesias que hay en Burdeos destaca la que se sitúa en la Plaza de Camille Julien. Esta es la antigua iglesia de San Simeón, que fue desacralizada durante la revolución francesa para convertirse en las salas de cine Utopía en 1999. Y no se trata de unas salas de cine comunes, sino de estancias en las que uno convive con el altar, las vidrieras o los detalles de la antigua iglesia mientras visualiza una película alternativa. Este es, sin duda, uno de los lugares más originales de la ciudad.

Los mercados de Burdeos, como los de cualquier ciudad francesa, son lugares concurridos a los que los bordeleses acuden las mañanas de sábado o domingo con el fin recoger víveres para los próximos días. Sin embargo, lo que diferencia a los mercados de Burdeos de los del resto del mundo es su gran popularidad y la notable calidad de sus productos. Por ejemplo, en el mercado de Capuccins, muy cerca de la Place de la Victoire, podemos encontrar desde frutas y verduras, hasta foie casero o unas ostras recién traídas de la costa.

Burdeos es una ciudad de cuento, y si tenéis la oportunidad de ver las antiguas puertas de entrada a la ciudad, sabréis a lo que me refiero. La Porte Cailhau o la Grosse Cloche y sus singulares arquitecturas son capaces de transportarnos al siglo XV. Su estilo gótico-renacentista y sus pronunciados tejados recuerdan a aquellas historias que solo se conocen entre las páginas de un libro.

Ecosistema Darwin en la orilla izquierda

Aunque la mayor parte de la ciudad se encuentra en la orilla derecha del río Garona, la otra ribera se está desarrollando rápidamente para atraer a los bordeleses a un entorno más natural y tranquilo.

Cruzando el puente de piedra diseñado por Napoleón, llegamos hasta la orilla en la que se sitúa el famoso complejo Darwin, lugar en el que conviven restaurantes, empresas y autónomos con un emblema común: la sostenibilidad medioambiental.

Este antiguo cuartel militar ha cambiado sus impolutos uniformes por una informalidad expresada en restaurantes, tiendas, skate parks, complejos deportivos, centros de exposiciones e incluso tiendas de segunda mano. Se recomienda ir un sábado por la mañana para impregnarse de su cultura y comer un buen brunch en el Magasin Central.

Un bordeaux, s'il vous plaît

Sé que lo estabais esperando. No puedo hablar de la ciudad del vino sin mencionar su maravilloso elixir. El vino es la bebida por excelencia de la ciudad. Existen numerosos bares en los que únicamente se consume este noble caldo, y su variedad es extraordinaria. De hecho, en los supermercados de la región, la sección de vinos es la más grande que te puedas encontrar. Pasillos y pasillos para los amantes de esta bebida.

Entre los bar à vins destaca la vinoteca Aux quatre coins du vin, situada en pleno centro de la ciudad. Este local tiene un modo original de servir vinos: los clientes cuentan con una tarjeta que se recarga según lo que cada uno pretenda consumir. En la parte central del establecimiento están dispuestas las botellas de tal manera que se selecciona en una máquina la botella que se desea probar y el tamaño de la copa en la que se va a consumir. Este original sistema para beber vino permite probar distintas variedades y hacer sentir al cliente partícipe de una cata de vinos personalizada.

El vino de Burdeos está clasificado en diferentes categorías dependiendo de la región donde estén situadas las viñas, pues para cada tipo de suelo se utiliza una cepa distinta. Así, en toda la región de Burdeos hay aproximadamente doce tipos de vinos: seis blancos y seis tintos.

Si lo que queréis es vivir toda una experiencia del vino, os recomiendo visitar los propios châteaux o viñedos. No tenéis más que reservar telefónicamente para disfrutar de una cata personalizada y empapar vuestras papilas gustativas. Los châteaux o viñedos más famosos de la zona son, entre otros, Château Margaux, Château Latour y Château Haut-Brion.

La importancia vinícola de Burdeos es tal que incluso existe en la ciudad un monumento dedicado exclusivamente a esta bebida: la Ciudad del Vino. Aunque lleva bastante tiempo verlo al completo, merece la pena visitar este museo y aprender los orígenes, historia y variedades de la joya de la región. No solo se trata de una obra maestra arquitectónica, sino que también sus temáticas son admiradas por jóvenes y adultos. Además, la visita culmina en la azotea del edificio, con una copa de vino en mano (mosto para los más jóvenes) y admirando las vistas de la ciudad.

En resumidas cuentas, Burdeos es una ciudad para beberla, vivirla, caminarla y disfrutarla. Ciudad de vinos, ciudad de gastronomía y ciudad de monumentos; pero, ante todo, ciudad despierta.