En esta época de youtubers e influencers –muchos de ellos dedicados a los viajes y al turismo–, sigue siendo interesante, y toda una experiencia, la de conocer nuevos destinos de la mano de locales y en virtud de lo que nos atraiga. Crear un método particular a la hora de abordar nuevas geografías no familiares.
Como no soy de la época de los youtubers ni influencers, al pensar en los lugares que conozco desde que pude visitar otro país –lo cual sucedió a mis literalmente 20 años– estoy convencida de que he sido una gran afortunada al poder dejarme guiar inicialmente por locales. Sí, por gente de los países, ciudades o poblados de aquellos lugares que he vivido o visitado.
Mi primer viaje fue a Francia y a España. Vengo de Caracas, Venezuela, y viajé sola, gracias a las bondades de mi madre –quien me regaló el viaje– y a que mi hermana mayor estaba haciendo su doctorado en bioquímica en La Sorbonne. La suerte fue que ella estaba casada con un ciudadano francés residenciado en mi país, lo cual me permitió un abordaje de París muy diferente al de las visitas guiadas que ofrecen las agencias de viajes. Recuerdo que llegué durante una celebración importante del Mayo Francés y mi estimado cuñado me explicaba todo lo que representó ese movimiento para la historia contemporánea del país galo. Además, gracias a su guía pude conocer muchos lugares que jamás habrían sido incluidos en un paquete turístico: ir a jardines, sitios históricos y disfrutar de la gastronomía genuinamente francesa. En ese período estaba iniciando mi formación académica como historiadora del arte, así que fue un descubrimiento doble: entre las visitas a innumerables museos, palacios, galerías de arte y el acercamiento a la idiosincrasia francesa.
Esta grata experiencia de conocer otras geografías de la mano de locales se ha repetido en Lisboa, en el Reino Unido, en España, en Cuba, en Brasil, en Alemania, en Argentina, en mi lugar de residencia –Uruguay– y hace poco en Chile, cuando disfruté de un lugar nuevo en mis vacaciones pasadas.
En Portugal, específicamente en Lisboa, me fui a estudiar y compartía con otros estudiantes extranjeros, pero al poco tiempo de llegar conocí a alguien que me llevó de la mano y me explicó toda la estructura de la ciudad: sus siete colinas, sus barrios, su música y gastronomía. Además, se sumaron unas amigas del museo donde estudiaba. En particular, realizamos después un viaje a Inglaterra con dos colegas portuguesas; una de ellas me invitó a conocer Óbidos y fue realmente inolvidable. De la misma manera lo fue pasear y visitar, con solo amigos extranjeros, lugares cercanos a Lisboa como Sintra, Oporto, Batalha, Setúbal, Arrábida, Coimbra y tantas ciudades más del país lusitano, al cual amo profundamente y conservo entrañables recuerdos.
Siguiendo, debo mencionar mi experiencia en el Reino Unido, donde tuve varias idas y vueltas porque mis otras dos hermanas se casaron con británicos y porque, en mi tiempo lisboeta, hice dos amigas londinenses que me mostraron lo que, para ellas, era lo más atractivo de la capital británica. De la mano de uno de mis cuñados, pude ir a la ciudad natal del padre del teatro mundial (Shakespeare), conocer las “Las Vegas inglesas” (Blackpool), ir al pueblo que tiene el nombre más largo del mundo y hacer un paseo por el monte Snowdon –que realicé a pie, ida y vuelta–, ambos en Gales, además de varios paseos en el mismo condado de Devon. Debido a esas excursiones y a que realicé una pasantía en un museo, tuve la voluntad de conocer por mí misma muchos más lugares de Inglaterra como Bath, Bristol, Manchester, Liverpool, Nottingham, Penzance y otros, también de la mano del inglés que fue esposo de mi hermana adoptiva brasileña, con el cual paseamos mucho por Devon, el condado donde viven mis hermanas.
Tuve esta misma oportunidad cuando llegó el turno de conocer Cáceres, en Extremadura –una comunidad autónoma de España– con mis amigas gemelas, quienes me invitaron a conocer su provincia. Además, fui a Sevilla en su día de celebración, recorrimos pueblos en la Sierra de Gata y visitamos Plasencia, además de todo el centro histórico de Cáceres.
Esa experiencia la repetí cuando unos amigos alemanes me invitaron a pasar Navidad y viajar internamente por el país: fuimos a Speyer, por supuesto a Berlín, y a ciudades menos conocidas de Baja Sajonia. Desde allí nos fuimos en auto hasta la Bretaña francesa para pasar el “réveillon”, que fue realmente espectacular, entre alemanes y franceses.
En la ocasión de ir a Brasil, donde tuve una estadía de mes y medio, pude conocer Río y Bahía de la mano de una de las hermanas adoptivas que me ha regalado la vida y que fue mi inspiración al elegir el nombre de mi hija. De su mano conocí el Salvador de Bahía de Jorge Amado y de todos sus encantos: las fitas do Bonfim que salieron de mi muñeca por sí solas –como es el deber–, la Chapada Diamantina, Ilhéus y muchos lugares de esa emblemática región del nordeste brasileño.
Y lo mismo ocurrió con Santiago de Chile, donde me encontré con un amigo de la universidad con el cual subí el cerro Santa Lucía, mientras me explicaba desde las alturas la disposición de la capital chilena. También gracias a una venezolana residente en Santiago, quien es comunicadora y agente de viajes. Gracias a ellos, mi exploración de la capital chilena fue encantadora.
Para culminar esta reflexión y como punto de honor, tengo que mencionar a Buenos Aires, Argentina. Hace muchos años fui a un congreso, y un profesor que llegó de muy chico a Venezuela y que formaba parte de la organización, nos mostró durante unas tres horas una breve panorámica de la Ciudad de la Furia. Quién me iba a decir que 17 años después iba a ir frecuentemente a Baires con mi pareja, que al igual que yo, es residente montevideano.
De su mano he conocido a profundidad muchas zonas de su ciudad, lo cual ha profundizado mi admiración y cariño por la ciudad más cosmopolita de Sudamérica, que siempre tiene tantas opciones para volver y disfrutar de su dinámica y frenesí.
Mi anterior artículo en esta colaboración fue justamente sobre Buenos Aires, donde expreso tantas de las opciones que ofrece la ciudad más del savoir faire sudamericano.
En fin, habrá personas que puedan decir que conocen el 70% de los sitios del globo terráqueo y se jacten, con razón, de haber explorado innumerables geografías. Pero dudo que haya una satisfacción más grande al viajar que dejarse guiar por personas que son de allí y que, sin ser guías turísticos, nos conduzcan por su recorrido ideal de lo que para ellos, en su inconsciente colectivo, es su lugar de origen: a nivel de historia, de sitios de interés, de gastronomía, de recuerdos y de referencias personales. Eso es lo que nos vincula y conecta con la mirada de los nativos –sus ciudadanos autónomos–, en donde la identidad colectiva de la marca nacional se divulga y hace que nos llevemos lo mejor de los lugares: su identidad.
Por eso muchos youtubers actuales hacen contacto con locales para dejarse guiar, de la mano de un sello de pertinencia nacional, y con ello darnos a conocer los modos de vida de ese determinado gentilicio.