Todo empezó en África. Todo empezó en Etiopía. Todo empezó con Lucy.

En los albores de la humanidad

Hace 3,2 millones de años, Lucy, nuestro primer antepasado del que se tenga memoria, nacía de una madre simia diferenciándose de ella gracias a la evolución de sus genes que le permitió pararse en dos pies y comenzar a caminar en África, en Hadar, en el valle de Awash, a 159 kms de Adis Abeba, en la Etiopía de hoy. Todos descendemos de Lucy, incluyendo a los esclavistas, colonialistas y supremacistas blancos de ayer y hoy. Sus restos excavados en 1974 por el paleo-antropólogo estadounidense Donald Johansson, se conservan en el museo de Adis Abeba, donde tuve oportunidad de conocer a los familiares de esta Australopithecus afarensis. Los descendientes de Lucy siguieron caminando, cruzaron continentes y sus genes evolucionaron hasta lo que es hoy nuestra especie, el Homo sapiens u «hombre sabio»; tan «sabio» que incluso tenemos la capacidad de eliminar a toda la especie humana y parecemos estar en una lucha frenética por destruir el planeta.

Esta historia evolutiva del ser humano podría ser mucho más bella si las diferencias entre los descendientes de Lucy fueran menores. Mientras hoy en el mundo desarrollado son pocos los que caminan, en la mayor parte de África los seres humanos siguen caminando grandes distancias; cargando el agua y el grano en sus espaldas debido fundamentalmente a la pobreza, algo que tiene su explicación en la historia de este continente sometido y explotado por poderes coloniales, junto a guerras, conflictos étnicos, luchas religiosas, falta de institucionalidad, debilidad de los sistemas políticos, corrupción, crisis económica y a los que se suma el cambio climático.

Etiopía, con una superficie de 1.104.300 kms2, equivalente a 36 veces la superficie de Bélgica, concentra algo más de 100 millones de habitantes. De acuerdo con las proyecciones demográficas llegarán a 188,5 millones en 2050. La mayor parte de su población, el 41%, es menor de 14 años, porcentaje que en Alemania alcanza solo al 13%. Las 4 principales etnias (omoros, amharas, somalíes y Tigray) conforman algo más del 70% de su población que en total alberga a 140 diferentes grupos donde se hablan 83 lenguas y cerca de 200 dialectos.

La fe es el único futuro

Conviven cristianos, musulmanes y animistas, junto a otros credos menores. En realidad, la gran mayoría practica, además de su religión, el animismo atávico, es decir la creencia en el alma o espíritus. El cristianismo ortodoxo tawahedo (palabra que significa «unidad») etíope, es religión oficial desde el año 330 aproximadamente, bajo el reino de Aksum (siglos IV AC hasta el VII DC) y por tanto el segundo más antiguo del mundo después del armenio. Es practicado con fervor por el 61,56% de la población e incluye en esta cifra a protestantes y católicos, es decir algo más de 60 millones de personas.

En Roma esta vertiente cristiana es calificada como «cristianismo primitivo» o paleocristianismo, seguramente porque sus ritos son más cercanos al origen mismo o porque practican una cuaresma efectiva con ayuno desde la hora de la cena hasta las 3 pm de cada día, con abstención absoluta de productos de origen animal y alcohol. En realidad, cabe la pregunta si existe una religión que no sea primitiva.

¿Qué explicación tendría nuestra abuela Lucy cada vez que despertaba de un sueño? Creo que ahí nace el animismo, los espíritus buenos y malos que nos ayudaban o perjudicaban en la lucha diaria por la supervivencia, junto con la creencia de otra vida después de la muerte. El animismo sigue presente a través de la tradición y las supersticiones que acompañan a las personas cada día.

Los musulmanes sunitas son la segunda religión más seguida por los etíopes con 34,4%. Luego vienen los animistas con 3,7%, y otras menores. Interesante es destacar que el 99,8% de la población se declara creyente. En Alemania ese porcentaje alcanza a solo el 67,1%.

Existe hasta ahora en Etiopía una maravillosa tolerancia y convivencia religiosa de siglos; no hay guetos, ni barrios, ni ciudades que identifiquen a una religión. Los problemas en Etiopía nacen de la pertenencia a una determinada etnia, y ahí es donde las cosas se complican. Las rivalidades entre oromos, mayoritarios, y amharas, minoritarios, se perciben cíclicamente, provocando enfrentamientos y muertes. Las tensiones entre Etiopía y Eritrea se iniciaron pocos años después que este último país alcanzara la independencia en 1993.

Entre 1998-2000 se desató una guerra, prolongándose la beligerancia hasta la firma de paz y el reconocimiento de las fronteras en 2018. Las víctimas se calculan en alrededor de 100.000 muertos y más de 600.000 refugiados. A diferencia de los otros países africanos, Etiopía nunca fue colonia. En la repartición del continente, en la Conferencia de Berlín en 1884-851, este territorio que se conocía como Abisinia fue asignado como protectorado a Italia, país que mantenía una activa presencia en Eritrea. Sin embargo, las fuerzas italianas fueron derrotadas por los etíopes en 1896, en la batalla de Adua, lo que cada año se festeja como una gran victoria militar y que sentó las bases de su independencia. Mussolini logró ocupar Etiopía para su efímera gloria personal entre 1935 y 1941, creando la provincia del África Oriental Italiana que incluía a Etiopía, Eritrea y Somalia. Trasladó a Roma el simbólico obelisco de Aksum, del siglo IV, que fue instalado como trofeo de guerra a la entrada del Ministerio de las Colonias, actual sede de la FAO, hasta su retorno a Etiopía en 2008. El emperador Haile Selassie es reconocido y venerado con respeto, tanto así que la principal universidad de Adis Abeba lleva su nombre y alberga un museo en su honor.

Las odiosas pero necesarias comparaciones

La realidad económica y social de Etiopía es dramática pese a que la gente señala estar mejor y tener confianza en el futuro. Por primera vez hay una presidenta mujer y un primer ministro pacifista, que cuenta con amplio apoyo y está empeñado en crear mejores condiciones de vida para las personas. Sin embargo, en cada esquina de Adis Abeba los coches son cercados por mujeres con bebés en brazos, ancianos y niños mendigando. En la noche se pueden ver grupos de personas que duermen en las calles. En 2017, el 27,3% de la población vivía con 1,9 dólar por día, el 23,5% estaba bajo la línea de pobreza y el PIB per cápita corregido (PPP) alcanzaba a US$1.890. En Alemania el PIB llegaba a US$ 51.680.

De acuerdo al Banco Mundial, el 80% de la población etíope vive en el campo, pero los jóvenes comienzan a emigrar a las ciudades atraídos por los celulares y las oportunidades de iniciar una nueva vida. En 2017, alrededor de 900.000 etíopes vivían fuera de su país, principalmente en los Estados Unidos y Arabia Saudita, lo que representa una importante fuente de remesas.

Al igual que la mayoría de los países africanos, la tasa de mortalidad infantil estimada alcanzaba a 49,6 de cada mil niños nacidos vivos en 2016. En Alemania y otros países desarrollados, la misma tasa alcanzaba a 3,4 por mil. La esperanza de vida de un recién nacido etíope es de 65,4 años mientras que las de un alemán llegaba a 81 en 2017.

Así como reconocemos que han aumentado las diferencias entre ricos y pobres dentro de cada país, vale la pena recordar que la brecha entre los países desarrollados y en vías de desarrollo también continúa aumentando. Las dramáticas comparaciones entre ingresos y calidad de vida debieran hacernos reflexionar respecto a qué estamos haciendo para reducirlas de manera efectiva.

Una nueva Conferencia de Berlín

El destino de los africanos lo sellaron las potencias en la Conferencia de Berlín del siglo XIX. Las fronteras fueron creadas de acuerdo con la fuerza de cada imperio. No hubo libre albedrío para sus pueblos ni una mano divina que los protegiera. Las proyecciones de crecimiento demográfico de Naciones Unidas para el mundo muestran que mientras que en Europa en el año 2050 la población disminuirá en 4,3%, la de África aumentará en 1.300 millones, es decir doblará su actual población.

¿Qué futuro les espera a esas generaciones por nacer? Seguramente caminar, tal como lo han hecho las generaciones posteriores a nuestra abuela Lucy. Lo más probable es que muchos intentarán emigrar, a Europa o Estados Unidos, para buscar un mejor futuro si es que las condiciones actuales de países como Etiopía no mejoran sustancialmente. Ni la independencia lograda en los años 60 ni el no haber sido nunca colonia han hecho la diferencia en términos reales, pese a las buenas intenciones de muchos mandatarios. Es hora de una «nueva Conferencia de Berlín» que debiera ser convocada por los mismos países que la hicieron posible en el siglo XIX: Inglaterra, Francia y Alemania e invitar a las otras potencias que también usufructuaron, esclavizaron, saquearon y se repartieron el continente.

Al revisar el Acta de dicha conferencia, fechada el 26 de febrero de 1885, se lee:

Regular las condiciones más favorables para el desarrollo del comercio y la civilización en ciertas regiones de África y para asegurar a todas las naciones las ventajas de la libre navegación de los dos principales ríos de África que fluyen en el Océano Atlántico.

Transcurridos 135 años sabemos muy bien cuáles fueron los resultados civilizatorios. Por ello, un sentido de realismo debiera convocar a estos mismos países para buscar soluciones globales que van más allá de la amenaza demográfica y desarrollar un gran plan de inversiones con responsabilidad compartida para evitar el mal uso de recursos y reforzar los organismos multilaterales para que puedan acompañar un proceso que será de larga data. Es hora de invertir en serio para proteger el futuro, y para ello debieran reunirse nuevamente los participantes en la Conferencia de Berlín para buscar hacer realidad el sueño de generaciones de africanos que esperan una vida mejor en sus países, sin tener que ir a buscarla donde sus antiguos colonizadores.

Nota

1 La Conferencia de Berlín, dirigida por los grandes imperios, cambió para siempre el destino de África. Convocada por Inglaterra, Francia y Alemania participaron, además, Holanda, Portugal, Austria, Italia, Rusia, Bélgica, España, Suecia, Noruega, Turquía y los Estados Unidos. La codicia quedó reflejada en la actitud del rey Leopoldo de Bélgica quien se adjudicó de manera personal el Congo, lugar donde se efectuó un genocidio estimado en por lo menos 10 millones de africanos. Un mapa de la repartición colonial se puede ver aquí