Pocas personas han salvado más vidas que Luis (su nombre en francés es Louis) Pasteur uno de los científicos más importantes del siglo XIX. Recordamos su vida y sus logros en una serie de dos artículos.

Ya teniendo como manto sobre sus espaldas una bien merecida fama, Pasteur siguió adelante, incansable en la búsqueda de nuevos problemas científicos que resolver. En este caso su mente y voluntad se enfocó en estudiar un mal que diezmaba a las ovejas y ganado en muchos campos de Francia y del resto de Europa, el carbunclo. El agente etiológico ya había sido estudiados por Koch en Alemania, aunque el primero en aislar el bacilo del ántrax (Bacillus anthracis) fue el veterinario francés Davaine. Sin embargo, todavía no había prueba concluyente de dicha causalidad. Pasteur se encargó de hacerlo y además más adelante descubrió las vías de transmisión, al postular que las esporas del bacilo (encontradas por Koch) eran transportadas por los gusanos que pululaban en los cadáveres de ovejas fallecidas a consecuencia de dicha enfermedad, siendo llevadas hasta la superficie donde contaminaban los pastos que al ser ingeridos por animales sanos, los infestaban.

Reafirmaba así su teoría microbiana, ideas que habían sido ratificadas en la memoria escrita en 1878 La teoría de los gérmenes y sus aplicaciones en la medicina y la cirugía. Basado en la experiencia adquirida con la vacuna contra el cólera de las gallinas, el siguiente paso era tratar de conseguir la atenuación del bacilo para obtener inmunidad contra la enfermedad. Probó diversos procedimientos y obtuvo éxitos con ellos, incluyendo uno con bicromato de potasio que había sido previamente originado por Jean Joseph Toussaint.

Pronto declaró el éxito al lograr inmunidad con algunos animales. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con los procedimientos y ponían en duda la eficacia de la vacuna. Entre los críticos descollaba Robert Koch, el mismo que ya comenzaba a brillar en el naciente campo de la bacteriología, quién esgrimió una serie de objeciones metodológicas sobre los experimentos de Pasteur con el bacilo del ántrax, dando así origen a una acalorada polémica y animadversión entre ambos gigantes. Pasteur nunca ocultó su antipatía por Prusia, especialmente después de la derrota de su país en la guerra franco-prusiana. Su propio hijo Jean Baptiste participó en la misma, específicamente en la batalla de Sedán, y debido a que durante cierto tiempo no tuvo noticias de él, partió de Arbois a Pontarlier en su búsqueda, hasta encontrarlo vivo entre el ejército que se batía en retirada. El origen prusiano de Koch atizaba el rencor.

En 1881 publica Pasteur De la posibilidad de conseguir corderos refractarios al carbunclo por el método de inoculaciones preventivas (René Dubos). Es el momento en que se produce el célebre episodio de Pouilly-le-Fort. Entre sus detractores se encontraba un conocido veterinario de nombre Rossignol, quien no se mostraba conforme con los hallazgos de su célebre compatriota. Seguro de sus pensamientos retó a Pasteur a realizar una prueba pública de la eficacia de la vacuna contra el ántrax. En su imaginación iba a resultar una celada perfecta para hacerlo caer de su trono. En contra de la opinión de sus colaboradores, quienes le señalaban que todavía faltaban algunas pruebas para mejorar la vacuna, la cual estaba todavía en fase de desarrollo, siendo por consiguiente riesgoso aceptar el reto, Pasteur, a pesar de esos señalamientos, dio el consentimiento.

La prueba se haría en la hacienda Pouilly-le-Fort, situada en el poblado de Melun, cerca de París. De cincuenta ovejas disponibles, 25 recibirían la vacuna y 25 servirían de control, después de los cual, todas recibirían una dosis letal del bacilo. La prueba se había convertido en un gran acto público y popular.

Llegaban periodistas de Francia y de Europa. El corresponsal del London Times trasmitía noticias diariamente y la gente colmaba el lugar cuando dio comienzo el experimento. Al final, dos días después de inoculados los bacilos virulentos, llegó el momento crucial. Los asistentes al evento observaron dramáticamente como todas las 25 ovejas vacunadas se encontraban vivas, mientras que las que sirvieron de control estaban muertas. El éxito de Pasteur había sido total. Hasta los más escépticos se habían convencido.

Blowitz, el corresponsal inglés solamente tuvo que telegrafiar Experimento de Pouilly-le-Fort perfecto. Éxito sin precedentes (Paul de Kruif). La apoteosis de Pasteur era total. Para los franceses era casi un Dios. El Napoleón de la ciencia era también francés. El 27 de abril de 1882 es elegido miembro de la Academia Francesa y el país lo declaró Hijo predilecto. Además le concedió el gran cordón de la Legión de Honor. La vacuna contra el carbunclo es aplicada entonces en gran escala en Francia y en Europa. La reducción de la mortalidad hace que ésta llegue a menos de 1 %. Pasteur se dedica entonces al estudio de otros problemas. Lo llaman del sur de Francia debido a la presencia de una epidemia de erisipela de los cerdos, identificando el agente causal, elaborando de seguidas una vacuna contra la enfermedad (P Berche). A continuación se aboca a investigar la pleuronemonía del ganado, con la misma energía mostrada hasta ese entonces. Está en la plenitud de la gloria.

La inmortalización de Pasteur

La idea de trasladar sus éxitos en veterinaria, descubrimientos en los procesos fermentativos y la formulación de la teoría microbiana, a la protección de los seres humanos, le venía desde muchos años atrás. La idea del contagio era aún, mucho más antigua, la había formulado Fracastoro, y luego apoyada por otros, pero como advierte Pedro Laín Entralgo, «la edificación experimental y doctrinal de una patología animata rigurosamente científica, fue obra de la medicina del siglo XIX» con grandes aportes sin duda de Pasteur.

Entre 1875 y 1878, descubre el estafilococo en pacientes con osteomielitis y furúnculos, luego en mujeres que sufrían de fiebre puerperal encuentra el estreptococo y otros agentes de enfermedades.

Para los principios de la década de los años ochenta de dicho siglo, Pasteur no había dejado de trabajar incansablemente, pese a que bastantes años atrás, había sufrido un episodio cerebrovascular, que le dejó como secuela permanente, una parálisis del brazo izquierdo. Se desconocen las razones por las cuales el sabio francés decidió enfocarse en estudiar la rabia, enfermedad mortal pero de muy escasa frecuencia en humanos. Habían muchas enfermedades que afectaban y mataban a poblaciones grandes de niños y adultos.

Quizás la razón estuvo en que siempre recordó el episodio del hombre mordido por un lobo rabioso que le tocó presenciar durante su niñez en Arbois, de manera tal que cuando supo que Pierre Galtier, un veterinario francés había demostró que la rabia podía ser trasmitida a los conejos mediante la saliva de perros enfermos, volcó todo su esfuerzo y el de sus leales acompañantes Émile Roux ( años después, director del instituto Pasteur durante 29 años), Chamberland y Thuillier, para la obtención de una vacuna contra la rabia.

La lucha de Pasteur y Roux fue titánica. Era el año de 1880. Había que trabajar muy de cerca peligrosamente con perros rabiosos, cuya sola saliva podía contagiarlos. En primer término, lograron transmitir el virus de la rabia directamente en el cerebro a los animales receptores, obteniendo mayor estabilidad en el proceso y disminuyendo el tiempo entre la inoculación y el inicio de los síntomas. Luego, de los conejos infectados obtuvieron pequeños segmentos de médula espinal, procediendo a continuación a encontrar la manera de atenuar ese material para que sirviera de base a una vacuna. Fueron semanas de ensayo y error hasta hallar la manera de restarle virulencia al material infectado. Al final lo lograron haciendo pasar aire seco a las tiras de médula insertas en una botella con aperturas en sus extremos, durante doce días consecutivos. Así, esta suspensión desecada y expuesta al aire, había perdido virulencia. Logró entonces, inyectar a los perros por vía subcutánea, esas porciones de médula espinal tratada, por espacio de 15 días consecutivos, comenzando con la que tenía más tiempo de atenuación, para finalizar con la menos atenuada, obteniendo a continuación, inmunidad a la inyección letal, incluso a la aplicada por vía intra-cerebral. Era el año de 1885.

El sabio francés repitió la experiencia en otros 50 perros de todas las edades y razas, con iguales resultados. El éxito había coronado el tremendo esfuerzo y dedicación de Pasteur y sus más cercanos colaboradores. Procedió entonces a publicar sus resultados y por doquier, las alabanzas y felicitaciones en abundancia les llegaron de todas partes. La noticia corrió por el mundo y desde los más alejados rincones se hablaba y comentaba de la proeza realizada en Francia. Pasteur, para ese momento, un hombre anciano y achacoso, recibía el fruto de sus muchos años de trabajo inclemente, continuo y persistente. Había sufrido la pérdida de tres de sus hijas, descuidado la atención de su hogar, que solo la abnegación y el amor de su esposa lo mantuvo a flote y la salud por mucho tiempo la había tenido afectada. Pero había valido la pena.

La apoteosis final

Pero faltaba algo, la prueba decisiva. ¿Serviría su vacuna para salvar vidas humanas? Pasteur dudaba en dar el paso. Él no era médico, recordaba que antaño con la Academia de Medicina había tenido experiencias muy amargas, al ser criticado acerbamente por algunas de las más famosas figuras de la medicina francesa. No era lo mismo experimentar con animales, con los que si algo erróneo sucedía, no pasaba gran cosa, salvo que repetir la experiencia y seguir adelante. Pero el clamor de la población era grande, pidiendo ser aplicada en sujetos que habían sido mordidos por animales presuntamente enfermos de rabia. Las dudas cesaron el día lunes 6 de junio cuando en palabras del propio Pasteur (F.R. Moulton y JJ. Schiffers), «se presentaron en mi laboratorio tres personas venidas de Alsacia. T. Vone, mordido en el brazo por su perro que se había vuelto rabioso. Joseph Meister, de 9 años mordido también el día 4 de junio por el mismo perro…presentando numerosas mordeduras en las manos, las piernas y los muslos…La tercera persona que no había sido mordida era la madre del niño. T. Vone me aseguró que los colmillos no le había atravesado la camisa…Le dije que podía devolverse a Alsacia inmediatamente, pero hice quedarse conmigo al niño Meister y a su madre….».

Ese mismo día Pasteur se encontró en la Academia de Ciencias con el Dr Vulpian y el Dr Grancher, profesores de la Facultad de Medicina, quienes accedieron a ver el paciente. La opinión de ambos fue, que dada la gravedad y el número de mordeduras era casi seguro que el niño tendría rabia, y por consiguiente moriría.

Entonces, escribe Pasteur, «decidí, no sin viva y dolorosa angustia, como bien puede suponerse, probar con J. Meister el método que constantemente me había dado buenos resultados con los perros». El resto es historia, pero no acaba allí. El tratamiento fue un éxito y ese mismo niño, cuando fue un joven adulto, solicitó trabajar en el Instituto Pasteur, en donde permaneció como portero durante varias décadas, hasta que en el año 1940, cuando los alemanes tomaron la ciudad de París, se presentaron al instituto ordenando a Joseph Meister que abriera la cripta en donde reposaban los restos del sabio. Meister solicitó permiso para ir a su dormitorio a buscar las llaves, cuando a los pocos minutos los soldados oyeron un disparo. Corrieron entonces a ver que sucedía, encontrando a Meister muerto de un balazo en la cabeza. Había preferido matarse antes de abrir la tumba de su benefactor.

Semanas después otras personas mordidas por animales rabiosas fueron tratadas con el método de Pasteur y protegidas de la cruel enfermedad. Entre ellas se recuerda a otro niño, un pastor de 15 años de nombre Jean-Baptiste Jupille, mordido varias veces por un perro con rabia, que evitó la enfermedad por medio de la vacuna. Así como otras centenares de personas, que incluso llegaron a Francia desde lugares tan lejanos como Rusia, solicitando la protección que para el momento solo podían encontrar en el laboratorio de Pasteur. La gloria terminó entonces de cubrir al inmortal francés. Aunque continuó trabajando en su laboratorio, su salud está muy debilitada y fallece en 1895.

Colofón

En los últimos años ha ocurrido una revalorización histórica de las obras de los grandes científicos, especialmente a la luz de los avances de la bioética y Pasteur no ha escapado a ella. Aparte de ser acusado de ser un «consumado publicista y un showman» (Geison F.L.), también se le ha reprochado el ocultar sus fracasos y no dar el mérito debido a otros que influyeron en sus experimentos. Su enorme ego le impidió ser generoso aún con sus fieles colaboradores Émile Roux y Charles Chamberland. No obstante sus defectos-que como todo hombre los tuvo- y sus faltas a la ética científica, nada de ello nos impide recordarlo como uno de los más grandes investigadores del siglo XIX, cuya labor representó un enorme avance en el bienestar del hombre. Para finalizar, nada mejor que las palabras de Pedro Lain Entralgo:

«Pocos, poquísimos médicos, si ha habido alguno, han ejercido tanta influencia sobre el curso histórico de la medicina como un hombre que no fue médico, el químico Louis Pasteur; y muy pocos sabios han logrado durante su vida y después de su muerte una fama tan extensa y resonante como la que Louis Pasteur logró».