Un aspecto poco dilucidado en relación con la paz es que es una construcción ético-moral relacionada con la vida y su hábitat, es decir, en nuestro caso, la tierra. Por otro lado, hablar de paz implica siempre limitarla a los seres humanos, excluyendo otros seres sintientes. Afirmando indirectamente que la violencia está prohibida para algunos y permitida para otros.

La dimensión anti-animalista y anti-vegetal del valor de vida, requiere una aclaración basada en los límites de lo que consideramos el dominio de la paz. Ver la paz desde un punto de vista ambiental implica también determinar un límite en la intervención de los seres humanos en los equilibrios y desequilibrios de nuestro planeta y esta precisión no es banal, ya que la negación de la paz, es decir la guerra, tiene, en muchos casos, como causa la destrucción, paradojalmente, en defensa del hábitat y los recursos que este encierra. Baste pensar en las materias primas o en la producción de alimentos.

El concepto de paz, se funda además en una precondición: la seguridad de existir y la posibilidad de prolongar la vida en el tiempo y a través de este, hacia las generaciones futuras. Una aseveración de este tipo implicaría preguntarse: ¿la seguridad de y para quién? ¿Para algunos o para todos? Lo que nos desplaza a otro tema. La definición de familia, grupo, etnia, pueblo y nación que, en su defensa «legitima», desata la agresión hacia otros, que excluimos en la definición y que se transforman así en nuestros adversarios e, indirectamente, entramos a preguntarnos: ¿en qué medida estamos dispuestos a superar estas barreras en busca o defensa de la paz y seguridad, si esta la entendiéramos de modo incluyente?

El pensamiento fraccionado en o por grupo, que divide la humanidad entre nosotros y ellos, es uno de los mecanismos que favorecen la guerra y niegan la paz. Por otro lado, la vida implica márgenes de violencia que le son inherentes, como generación o degeneración, construcción y destrucción, predadores y presas, parásitos y vector, expresando una distinción necesaria entre la vida en sí y el concepto sobrepuesto de paz. Esto lo apreciamos también en nuestra identidad personal, ya que nuestra consciencia de ser lo que somos, implica una diferenciación entre yo, nosotros y ellos, negando, a menudo la existencia o validez universal de algunos valores y este hecho es ya un atentado en contra de la seguridad.

Las religiones, en su diferenciación, cercanía y/o distanciamiento recíproco, confirman estos antagonismos y en muchos casos es y han sido la causa y motivo de la «no paz». Hay que mencionar también que en estos últimos decenios el porcentaje de muertes causadas por la violencia ha bajado drásticamente, pero ésta está latente. La reducción no se debe sólo a la paz, sino, en parte, a una desmaterialización de la riqueza, que ha reducido el beneficio de guerras e invasiones. El oro, los metales, el petróleo en cierta medida, ya no son las principales fuentes de riqueza, sino la organización e infraestructuras intangibles y el conocimiento, que son imposibles de expropiar. La posible ganancia de una guerra, en muchos casos, no justifica los daños, muertes y riesgos, que esta causa. Al mismo tiempo, los conflictos bélicos intranacionales han aumentado con un detrimento ambiental mayor y una disminución de las víctimas.

En breve, una discusión sobre el concepto actual de paz conlleva a una redefinición total de nuestro modo de ser, operar y de auto-definirnos; actuar limitando nuestras intenciones, imponiéndonos un código ético, que altera de manera radical nuestra existencia en cuanto humanos. La paz, en este contexto, nos lleva a una reflexión difícil, complicada y profunda, que nos obliga a redefinirnos mediante la restricción. No hacer lo que hacemos o podríamos hacer por el bien de todos.

Nuestras sociedades están fundadas sobre profundas contradicciones. Por ejemplo entre ciudad y campo, entre centro y periferia, entre grupos decisionales y subordinados, entre distancia y proximidad. En fin, entre poder y dependencia. Además, en otro plano, entre realidad inmediata y perspectiva, bien común o individual. Nuestra educación, forma de vivir, convivencias y relaciones intersubjetivas y culturales están impregnadas de impulsos, ideas y predisposiciones, que se anteponen al concepto de paz, como por ejemplo, la creciente, gigantesca desigualdad social que aumenta sin control a nivel global.

La contradicción fundamental del concepto de seguridad y paz es que este surge en un contexto socio-económico belicoso, que suprime la mera posibilidad de considerar la paz como posible y duradera posibilidad. El etnocentrismo, los delirios de grandeza, el pensar en nuestros derechos sin considerar al otro, los derechos de otros, la consecuente falta de sensibilidad y humildad, conceptos ajenos a nuestros valores imposibilitan un persistente sentimiento de paz.

La violencia no es por definición parte inalterable de nuestra naturaleza, pero tampoco lo es la búsqueda del bien común, la consciencia y por ende la paz. Una oposición enérgica a toda guerra y la consolidación de una paz permanente requiere una transformación de nuestra forma de entender, vivir y ser. Es decir, un cambio de dirección y de orientación de la mayoría de la humanidad. Hacer de la paz una prioridad fundamental es cambiar radicalmente nuestra percepción y existencia, partiendo de uno mismo con determinación y humildad, convirtiéndonos en ejemplos vivos de esta. El dilema es aprender a sentirnos seguros y aceptar la paz con toda la paradojal inseguridad que la vida misma nos brinda, cuando el otro ya no es una persona, grupo o nación que podemos dominar o aniquilar.