En los muchos años en que he vivido en Europa, he experimentado y apreciado tantas cosas. Una de éstas es haber podido seguir la tradición y el mercado de la cerveza. Al llegar a Dinamarca, observé el inicio de un proceso, que entonces llamaron consolidación del mercado, que consistía, en pocas palabras, en que las cervecerías más grandes adquirían las más pequeñas o, por problemas de costos y distribución, las obligaban a cerrar, apoderándose de cuotas siempre mayores de mercado. Una tendencia que marcaba el pasaje de una producción local a una de escala industrial y mundial. De esto nacieron grandes colosos internacionales, como Carlsberg, que se fusionó posteriormente con Tuborg. Detrás de este grupo enorme, seguían cervecerías como Faxe y Ceres. Esta última, por motivos que desconozco, se hizo muy conocida en Italia y otras, más pequeñas y fuertemente arraigadas en su localidad, que pudieron sobrevivir en un ámbito limitado, ofreciendo una alternativa a las cervezas homologadas.

En Holanda sucedió algo similar con Heineken y así en muchos otros países, quizás con la única excepción de Bélgica, donde las cervecerías artesanales siempre han sido una alternativa importante. Después de unos 25-30 años, observamos un cambio radical con las microcervecerías o cervecerías artesanales, que producen bajas cantidades y tienen una presencia sobre todo local. Muchos bares y restaurantes hacen sus propias cervezas y éstos amplían su presencia, ocupando siempre más mercado y creciendo en popularidad. La consolidación abrió espacio a una fragmentación del mercado, donde prevalece la novedad y preferencias particulares.

Las microcervecerías compiten con productos especiales, que cuestan más que la cerveza industrial, pero esta inversión de tendencia, nos habla de cómo están cambiando las preferencias de los consumidores. En el mundo de las micro-cervecerías las posibilidades y gustos son casi infinitos. La cerveza artesanal es la antítesis de la industrial. Esta no es homogenizada ni pasterizada, en muchos casos es cruda y su sabor requiere una producción a baja escala.

De este concepto han surgido miles de iniciativas y proyectos, aproximando el mundo de la cerveza a lo que conocemos en el mundo del vino con toda su diversidad y variación. Las microcervecerías no son una vuelta al pasado, sino el rescate del consumidor ante una propuesta siempre más anónima y vacía de significado y contenido.

Aquí observamos un aspecto interesante entre la narrativa que presenta el producto y sus características. La cerveza industrial no ha sabido o podido crear una relación fuerte con sus consumidores y personalizarse al mismo tiempo y este es su verdadero talón de Aquiles en un mundo, donde el consumo es un modo de definir, en parte, nuestro modo de ser y personalidad. La degustación de cervezas artesanales se ha convertido en uno los hábitos de un grupo importante de consumidores, haciendo de ésta un producto personalizado de masas.

La segmentación de los mercados, la diferenciación de las preferencias y modas están revolucionando el consumo y aquí encontramos situaciones paralelas en el mundo de los alimentos, moda, música y tantos otros, haciendo manifiesta otra tendencia importante: la convergencia entre consumo e identidad, donde también encontramos aspectos vinculados a valores que transcienden el consumo mismo y alteran las leyes del mercado, como por ejemplo, los alimentos biológicos y la sostenibilidad social y ambiental.