El título de este texto tiene una complejidad intrínseca: asociar Arabia Saudita con reformas religiosas. No será un tema nuevo, pero eso no quiere decir que no deje de ser difícil de lograr o asociar, ya que es uno de los países con un fundamentalismo religioso más arraigado y que en vez de pensar en eventuales modificaciones, se puede asumir que tiene una tarea proselitista de expandir esa visión ortodoxa de interpretación religiosa.

En un artículo anterior, se habían mencionado una serie de reformas que el príncipe heredero Mohammed Bin Salman ha querido implementar en Arabia Saudita. Para esto necesita realizar cambios significativos en el ideal político del país, procurando integrarse a un mundo más globalizado, pero para que esto se pueda ejecutar de mejor manera, el principal paradigma que se debe cambiar es el religioso.

Para un analista superficial de los temas islámicos, toda la problemática en la parte religiosa se resumiría en un enfrentamiento histórico entre chiitas y sunitas, complementado con factores territoriales y de recursos productivos (materialismo histórico), asociado con políticas internacionales de grandes potencias globales.

Sin embargo, esto es como se mencionó anteriormente, una simplificación muy básica y poco objetiva, ya que el islam por sí mismo tiene una serie de estructuras que hace que su comprensión lleve más tiempo poder descifrar el camino más adecuado dentro del laberinto sobre algunas cuestiones dogmáticas, Arabia Saudita no es la excepción.

Este país tiene un grueso de su población sunita, con un pequeño porcentaje de chiitas y otras minorías religiosas limitadas en sus prácticas religiosas. En el caso del islam practicado en Arabia Saudita pertenece a la escuela jurídica denominada hanbalismo, cuyo padre fundador fue Ahmad ibn Hanbal (780 – 855), su visión del Islam es la más ortodoxa entre las cuatro escuelas existentes (las otras tres son Hanafí, Malikí y Shafi’í), enfoca su interpretación de la religión solamente al Corán y la Sunna en complemento con la tradición del profeta (Hádices).

El hanbalismo es la escuela de mayor dominio entre los habitantes del Golfo Pérsico, pero dentro de este pensamiento se alberga una visión aún más ortodoxa que es el salafismo, el cual es más riguroso por su interpretación literaria de los textos del Corán y la Sunna, así como prohíben imitar los pensamientos de otras escuelas jurídicas, el esoterismo, y las reformas que generen nuevas interpretaciones de los textos sagrados.

Dentro del movimiento salafista hay tres corrientes básicas:

  • Salafismo quietista, con un enfoque meramente religioso, sin involucramiento en aspectos políticos o banales. Si bien parecieran tener una connotación espiritual solamente, han inspirado movimientos radicales practicantes de la yihad militar en países como Afganistán, Túnez y Yemen, principalmente motivados por la idea de no hacer cambios radicales en la forma de vida llevada.

  • Salafismo político, que se encarga de introducirse a través de movimientos políticos o sociales para hacerse con el poder de un lugar, dentro de este mismo movimiento se encuentran los gestionarios, que se meten en los aspectos políticos con el fin de garantizar que se tome su interpretación como la mejor para poder dirigir los destinos de un colectivo. Y, por otra parte, se encuentran los contestatarios, que vienen a levantarse como una opción política en contraposición con los movimientos musulmanes occidentalizados y «contaminados», su intención es re-islamizar las sociedades y establecer las bases para instaurar un Estado Islámico.

  • Salafismo revolucionario, el cual consiste en aplicar la yihad militar para objetivos particulares, los cuales también se pueden destacar en tres: toma del poder nacional y creación de un Estado Islámico, la segunda es la lógica internacionalista combatiendo aquello que impurifica la tierra sagrada del islam o contamina a las sociedades y la tercera es una visión de defensa contra las amenazas que la comunidad islámica (Umma Islamiya) pueda estar recibiendo, por ejemplo invasiones en tierras islámicas o agresiones contra musulmanes en países no gobernados por musulmanes, donde además existe desde esta visión el imperativo de tomarlo por la fuerza e islamizarlo, y una vez islamizado se convierte en Dar Al Islam (Casa del Islam), donde si cayera en manos de un no musulmán se le puede declarar la yihad armada una vez más. En esta visión entran agrupaciones políticas – religiosas salafistas como Al Qaeda, DAESH, entre otros.

Aunque esta doctrina no es directamente originada en Arabia Saudita, desde los años 60 logra entrar con fuerza al país y fortalecer su discurso con el movimiento wahabista que se asentaba en dicho territorio. El wahabismo propiamente, se origina en el siglo XVIII, promovida por Muhammad Ibn Abdel Wahab (1703 – 1792), quien logra formar una alianza con Muhammad ibn Saud, jefe de la Casa de Saud y fundador de dicha dinastía y de esta manera comienza un proceso largo de conquistar Arabia.

El movimiento wahabista tiene una interpretación mucho más rigurosa y puritana que las otras versiones del hanbalismo, promueven además la ideología del takfirismo ante el cual acusan a otros musulmanes de no ser «puros» o de ser apostatas y de esta manera justifican actos de terror, la esclavitud, o el exterminio, de esta manera atacan aún a otros musulmanes con una visión salafista no wahabista.

Desde 1902 Riad es conquistada por el emir Abdul Aziz Ibn Saud, desde 1924 conquistan los territorios de Meca y Medina, logrando así controlar el Hajj (peregrinación a los lugares sagrados) y aprovecharse para hacer proselitismo de este pensamiento religioso, que no tuvo poder mayoritario hasta 1938 que se dan las primeras exploraciones petroleras importantes de la zona. La práctica del wahabismo es tan radical que prohíbe la sobreexaltación de lugares específicos (como Meca y Medina) o el rezo en las tumbas de los profetas, ya que esto se considera herejía, por eso en ocasiones se les ha acusado de ocasionar daños en lugares considerados sagrados.

Si bien, la visión ultraconservadora del wahabismo está históricamente asociada con Arabia Saudita, es después de la Revolución Islámica de Irán en 1979 que impulsa las medidas adoptadas con un alto contenido dogmático, esta situación en Irán contagia en alguna medida a Arabia Saudita y se da una revuelta de 300 jóvenes liderados por Juhayman al-Otaybi quienes asaltaron la Gran Mezquita de La Meca. El incidente duró dos semanas y el resultado nefasto fue de cientos de personas muertas, a partir de ese momento se comenzaron a dar una serie de prohibiciones a espectáculos públicos y la mezcla entre sexos en lugares abiertos, promovido por el Movimiento Sahwa (Despertar) con una visión extrema que perseguía artistas de diversas áreas, desarrollando sus doctrinas oscurantistas hasta comienzos del año 2000.

Durante muchas décadas han estado sujetos a una visión sumamente ortodoxa del Islam, considerando además que la posición del wahabismo no da posibilidades de reinterpretar. Sin embargo, el príncipe heredero considera que de cara a su Visión 2030 se pueden realizar una serie de reformas con un enfoque económico, pero que forzadamente le obliga a realizar una serie de cambios en la parte religiosa, por lo que restarle poder a los radicales religiosos será la tarea más compleja pero al mismo tiempo la que más réditos le podría traer de cara a los cambios.

Es complejo porque hasta este momento Arabia Saudita, junto con Qatar, han sido de los principales patrocinadores de los movimientos radicales wahabistas en otros países del mundo, pero principalmente el dinero sale de las arcas del Reino de Saud, por lo cual corren el riesgo que cortando el financiamiento a estas agrupaciones, las células radicales a lo interno podría causar inestabilidad.

Otro riesgo de modificar radicalmente su cosmovisión político – religiosa, es que se desgasten y dividan en una política lucha interna y descuiden áreas importantes de política exterior contemplando sus adversarios directos en la región que están buscando un empoderamiento más amplio en la región, directamente Turquía e Irán.

Pero por otra parte, el cambio en la política religiosa de Arabia Saudita por una visión más moderada, dentro de las posibilidades ante la interpretación tan peculiar del hanbalismo wahabista, y al dar muestras de cierta flexibilidad y cambios dogmáticos, les permitiría obtener beneficios de países que los consideran peligrosos para la estabilidad de la región y del mundo.

Hay una «ventaja» relativa en cuanto al intento de imponer cambios en Arabia Saudita, y es que la monarquía lo controla absolutamente todo, por lo tanto pueden designar las modificaciones que vean necesarias y pueden ejecutar detenciones arbitrarias para sacar del juego a eventuales clérigos radicales u opositores políticos, como en algún momento lo hicieron bajo la excusa de acusarles de corrupción.

Sin embargo, no se puede esperar que los cambios generen una «democratización» al estilo occidental en el Reino de Saud, de hecho que casi en ningún país de Medio Oriente o el Norte de África se puede lograr este efecto, ya que su composición sociopolítica es muy distinta a la organización social en Occidente, comenzando por el efecto importante que el clan y la religión tienen en el colectivo. Los cambios hacia la moderación puede que sean importantes para mejorar sus relaciones internacionales, pero jamás serán tan profundas para generar una reprogramación cultural y sustitución del ideario colectivo milenario que poseen.