Este escenario, que de momento sigue siendo ficción, es el que se plantea por ejemplo en la aclamada novela Ready Player One de Ernest Cline. En ella se puede vislumbrar un futuro no excesivamente lejano en el que los recursos naturales escasean, el cambio climático hace estragos, la clase media se ha degradado hasta la pobreza y los que ya eran pobres son mucho más pobres. Sin embargo, en paralelo a este declive, la tecnología ha seguido su evolución, convirtiéndose en un elemento fundamental. El cambio está en que no solo permite evadirte de tu vida, permite vivir otra vida mejor.

En Ready Player One los niños no van a la peligrosa escuela real, se forman en idílicas escuelas virtuales. La gente normal apenas viaja de forma física, a no ser que sea estrictamente necesario, lo hace de forma virtual y en caso de que se lo pueda permitir. Los adolescentes están menos obsesionados con su vestimenta y aspecto reales, les preocupa más la impresión que dé su avatar en OASIS, el mundo paralelo virtual en el que casi la totalidad de la humanidad se encuentra inmersa.

Volviendo a nuestra realidad de 2017 podemos apreciar ciertos detalles que empiezan a ser inquietantes si nos planteamos hacia donde puede ir nuestra sociedad en las próximas décadas.

Para empezar, la tecnología sigue su camino implacable. Cada año disponemos de terminales móviles más potentes y con funcionalidades más avanzadas. Cierto es que si los comparamos con el modelo del año anterior los cambios son poco perceptibles, pero si nos vamos 10 años atrás la evolución es brutal. Además todas estas innovaciones al principio resultan muy caras, pero con el paso del tiempo se van incorporando a los modelos más económicos, hasta convertirse en estándar.

Al mismo tiempo apreciamos conductas que nos recuerdan demasiado a la novela anteriormente citada. Por ejemplo vemos como jóvenes (y no tan jóvenes) se obsesionan con la imagen que proyectan en redes sociales, viviendo más preocupados de los likes que ha conseguido su última foto de Instagram que de sus relaciones en el mundo real.

Finalmente, para cerrar el círculo, también encontramos avances como los, en principio, divertidos e inofensivos animojis (emoticonos que imitan las expresiones humanas) que pueden abrir la veda a nuevos universos de avatares de todo tipo, en los que cada vez importe menos nuestra proyección en el mundo tangible y más la del mundo virtual.

Sin duda resulta complicado imaginar lo que sucederá en 2050, si realmente la tecnología se habrá expandido hasta ocupar casi el 100% de nuestras inquietudes y esfuerzos. Lo único que está claro es que, por mucho que se empeñen las películas de ciencia ficción, los coches seguirán sin volar.