El pasado 27 de septiembre, a primera hora de la tarde, las calles aledañas a la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, de constitución pública, se convertían en una batalla campal entre estudiantes, atrincherados dentro del centro universitario, y miembros del Escuadrón Antidisturbios de la Policía (ESMAD). Algo más de dos horas después, las vías públicas habían vuelto a la normalidad. El puesto de arreglo de bicicletas lucía destartalado y los ciudadanos esperaban pacientemente la llegada del bus que los llevara de vuelta a casa. La sociedad colombiana demostraba nuevamente su capacidad para olvidar la tensión y el conflicto.

Los alumnos se manifestaban, en esta ocasión, para apoyar las diferentes marchas públicas que se habían convocado en ese mismo día en rechazo a la decisión del alcalde de la capital colombiana, Enrique Peñalosa, de renovar por ocho años más el contrato del Relleno Sanitario de Doña Juana, ubicado en la localidad de Ciudad Bolívar, uno de los sectores más deprimidos de Bogotá. La disposición de Peñalosa se corresponde a una gestión municipal que ha levantado numerosas críticas por parte de los sectores menos desarrollados de la ciudad. Una masa mayoritaria de los estudiantes de las tres universidades públicas más importantes de Bogotá, la Distrital, la Pedagógica y la Nacional, decidieron apoyar a los vecinos de Ciudad Bolívar y aprovechar la ocasión para levantar la voz ante lo que para ellos es una gestión nefasta del alcalde Peñalosa.

La reivindicación acabó con el cierre de varias calles alrededor de los centros universitarios, la clausura de algunas estaciones del transporte público masivo de la ciudad y con el lanzamiento de las llamadas «papas bomba», un artilugio explosivo casero, compuesto por potasio, azufre y otros elementos químicos, usado habitualmente en este tipo de protestas. Sin embargo, para las próximas semanas están convocadas otras protestas estudiantiles, esta vez para rechazar el recorte presupuestario estatal a las universidades públicas colombianas, impuesto por el presidente, Juan Manuel Santos. Algunos colectivos estudiantiles esperan que esas marchas desemboquen en una serie de movilizaciones parecida a la que se produjo en el año 2011, que acabó con la rectificación del presidente Santos.

A pesar de la tensión vivida en las calles durante esas escasas horas, el resultado de la acción estudiantil se redujo a la tensión con la policía. Los ciudadanos de la ciudad, acostumbrados a que los estudiantes de la Universidad Pública del país realicen este tipo de acciones, paseaban calmados, muy alejados del objetivo de concienciación que pretendían los estudiantes. La tensión ha perdido su significado en Colombia, un país que ha sido manipulado desde diferentes estamentos a cuenta de la violencia.

Sin embargo, los estudiantes tratan de enarbolar con la bandera de la acción en las calles una nueva sociedad colombiana. Con mayor éxito o fracaso, la juventud colombiana trata de subirse a un tren que los países del entorno ya pusieron en marcha hace décadas. Los movimientos sociales latinoamericanos producidos a finales del siglo XX y principios del siglo XXI estuvieron claramente marcados por la constitución de los jóvenes como rol social fundamental para comprenderlos.

El Movimiento de Liberación Zapatista en México, los Sin Tierra de Brasil o los movimientos indígenas de Ecuador o Bolivia tenían en común varios elementos. En primer lugar, su apuesta final por la institucionalidad. A pesar de que, en alguno de los movimientos, el comienzo de los mismos buscase un cambio total al Estado, todos acabaron insertándose en el propio Estado. Y lo hicieron con éxito: el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil fue un elemento importante en la victoria del Partido de los Trabajadores (PT) en ese país, por ejemplo. Los movimientos indígenas en Ecuador y Bolivia derivaron en la presidencia de líderes de izquierda como Rafael Correa o líderes indígenas como Evo Morales.

En el caso de Colombia, la guerra entre las diferentes organizaciones militares y sociales, principalmente el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), contra el propio Estado colombiano, han ocultado todos aquellos movimientos sociales que se han impulsado desde otros sectores, como es el caso de los estudiantes. Ha sido enormemente complicado impulsar acciones colectivas dentro del tejido social sin que estas estuvieran inmediatamente estigmatizadas por la guerra y vinculadas a los objetivos de las fuerzas revolucionarias, como el ELN o las FARC.

Una vez que el proceso de paz, con todos sus errores y diezmas, camina de forma torpe, aunque constante, los retos de la sociedad colombiana son enormes. Los jóvenes han decidido levantar la mano para enfrentarse a las políticas públicas, marcadas a lo largo de las décadas por partidos conservadores. La llegada a la política de las FARC no debe ser impedimento para que los ciudadanos colombianos comiencen a ejercer el derecho que tienen sobre el espacio público, esta vez liberados del peso de la revolución proclamada por las guerrillas. Con el ejemplo otorgado por los países de la zona, los jóvenes tratan de soliviantar la sociedad colombiana de las ciudades, poco habituada a las movilizaciones sociales. Otro de los momentos que podrían servir como chispa de un futuro mucho más activo fue la ocupación de las principales plazas de las ciudades del país tras el resultado del No en el plebiscito de hace un año. En ese momento, diversos grupos sociales se unieron de forma voluntaria para intentar construir una reivindicación, sin saber exactamente qué querían. Pero el paso era la propia rebelión.

Sin embargo, los estudiantes deben introducirse en nuevas formas de hacer política. Se ha demostrado en numerosas ocasiones que la tensión y el conflicto con el Estado no han conseguido convencer a aquellos conciudadanos que tratan de olvidarse de la política. Al contrario, esas acciones, que en otras épocas podrían tener una razón de ser más valida, han acabado por alejar a los colombianos de las mismas, metiéndolas en el mismo saco en las que se encuentran otras acciones bélicas. El único momento en el que los estudiantes realizaron una serie de acciones constantes y constructivas acabó con la cesión del gobierno de Santos. Esa debe ser la ruta a seguir.

A lo largo de la historia, Colombia ha sido un país que se ha construido, en parte, a través de estereotipos. Las reivindicaciones sociales han sido sepultadas por los aluviones de etiquetas que los propios ciudadanos colombianos han colocado a muchas de las exigencias ciudadanas. En los tiempos en los que las etiquetas comienzan a perder su pegamento y se desprenden de las espaldas de cualquier acción colectiva que se produce en el país, es el momento de que el motor social se haga con el control de la crítica al Estado, ya sin los prejuicios que han bloqueado sus acciones a lo largo de la historia. Y los estudiantes, con todos los errores propios de ese sector poblacional, quieren ser los primeros en hacerlo.