«Papá, quiero ser bloguera influencer».
«¡Hostias..(trago saliva)!».

Sí, temo profundamente que algún día mi hija haga esta escena realidad, al igual que ya ocurre en muchos hogares del mundo.

Aquel día, tras el recreo, el sitio de mi compañera de pupitre estaba vacío. Pregunté y me contaron que había hecho pellas para ir a recibir al aeropuerto a los Take That, el grupo de jovenzuelos del momento. A mediados de la década de los noventa el fenómeno fan se desataba, cogiendo como formato más visible al grupo de chicos guapos de turno. A los chicos de entonces esto nos parecía horroroso. «¿Dónde van con esos peinaditos y sus canciones melosas horteras?», nos preguntábamos. Con el paso del tiempo y una nueva realidad social, uno entiende que lo que te parecía el subsuelo del talento cumplía al menos un mínimo de exigencia. Eran guapos y estilosos, sí, pero también músicos, y alguno de ellos colecciona hoy en día Grammys en el salón de su casa.

Sería fácil caer en un anacronismo barato e innecesario. Los que nacimos tras la democracia carecemos de ese frustrante paso del tiempo que para nuestros abuelos era la reivindicación de sus logros. Esto no va de aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor. Las nuevas generaciones viven un panorama bestialmente diferente a las de hace tan solo veinte años. En tan poco tiempo las estructuras sociales han cambiado radicalmente los códigos de comunicación, el lenguaje. Los canales y su dimensión son infinitos, pero la pregunta es: ¿los estamos utilizando con sentido?

Durante la adolescencia, por condición, buscamos recompensas rápidas, satisfacciones por el camino más fácil. Las redes sociales potencian estas características con un peligro que otras generaciones no hemos tenido: el acceso al éxito y al dinero a cambio de muy poco esfuerzo. Las redes sociales sitúan a las nuevas generaciones en un escenario ideal. El triunfo rápido y la satisfacción continua se consigue tan simple como con un “like” o un “corazón”: «Las redes han explotado el concepto de pertenecía al grupo, algo muy importante en estas edades. Los “me gusta” retroalimentan su ego», explica Azucena Ponce, psicóloga infantil.

Este cambio de paradigma ha creado un nuevo concepto del fenómeno ídolo, que ya viene alimentado desde la infancia. «El problema lo vemos en la educación de base, desde pequeños ya tiene ídolos y merchandising ocupando casi todos los espacios que les rodean», argumenta la psicóloga. Este caldo de cultivo del ídolo inerte que aporta únicamente imagen explota al llegar a la pubertad. «Los instagramers y youtubers conectan con los modelos sociales, pero estos son ahora muy superficiales», analiza Ponce.

Dulceida tiene 27 años y no terminó el bachillerato. Esta joven es una de las instagramers y youtubers más seguidas en las redes sociales. Miles de chicas de entre 15 y 17 años siguen sus vídeos religiosamente. Algunos de los más vistos son Mi operación de pecho o Qué hay en mi móvil. No hay más, no busquen más, simplemente eso. Las redes han sobredimensionado una conducta muy adolescente como la de parecerse al triunfador o triunfadora del instituto. La diferencia es que este supuesto éxito terminaba en el instituto de enfrente. Y ahora se ha convertido en una forma de vida potenciándolo con la remuneración económica.

«Estamos ante un patrón tan idealizado, que cuando se chocan con la realidad no tienen instrumentos para afrontarla», explica Azucena Ponce. Un ideal que representan estos supuestos gurús de las redes. Sin formación, sin esfuerzo, sin talento alguno, que con un ordenador desde casa han conseguido ese dudoso paraíso que destilan sus fotos y videos. El listón es tan bajo que se produce una sensación de accesibilidad evidente. Todos pueden hacerlo y piensan que la recompensa será la misma.

«Me gasto 500 euros en ropa cada mes» o «No me arrepiento de haber dejado los estudios» son algunos de los mensajes que lanza en sus entrevistas este adalid del mundo virtual. Entrevistas en las que, por si no fuera ya evidente, se muestra una persona sin contenido e innecesaria. No tiene opiniones acerca de nada, no sigue la actualidad política o social de sus entorno. Ejemplo pésimo fundamentalmente de la gran derrota de esta generación: la falta de curiosidad. Ha viajado en el último año más que Willy Fog y en su Instagram repleto de fotos no vemos un solo lugar interesante, salvo playas, chiringuitos y saraos varios. Por el contrario, agigantando aún más su “yo”, en todas las instantáneas se muestra en primer plano.

Puedo entender un cierto interés adolescente por mirar las fotos de esta chica, pero cuando no hay más detrás deberíamos hacer un examen de conciencia y preguntarnos qué tipo de educación reciben los jóvenes de hoy en día. La psicóloga nos habla de «la extrema importancia de controlar los contenidos que se consumen en internet, y de potenciar el valor del esfuerzo, la paciencia y la responsabilidad». No puede ser que los jóvenes vivan la vida virtual a la carta que ofrecen las redes sociales. El gordito del grupo, el que tiene gafas o el guapo ahora pertenecen al grupo de facebook de turno huyendo de un rol social que es involuntario y que tarde o temprano mostrará en un trabajo o en cualquier ámbito de la vida real.

Rubius es el youtuber español más seguido. Sus vídeos sobre videojuegos mezclados con un cierto toque humorístico tienen millones de visualizaciones. Debo reconocer que pensaba encontrarme con otro producto absurdo e superfluo como la afamada Dulceida. Al escuchar sus intervenciones en televisión descubro alguien mucho más sensato y consciente de lo que hace y por qué lo hace. Reconoce que su apabullante éxito le supera y que tiene problemas para aceptar tantos cambios en su vida. En una entrevista con Risto Mejide hace un par de años se derrumba ante el presentador y pone en evidencia cuáles son los peligros de este mundo. No deja de ser un veinteañero que en realidad no entiende tanto interés por algo que no corresponde a ninguna profesión reconocible, ni siente que haga nada especial más allá de pasarlo bien. Pero esto le supone grandes ingresos, miles de fans que le paran por la calle, que se agolpan en la puerta de su casa, y no es fácil de asumir.

Los empresarios rompen las reglas

Es más que evidente que todo este circo de las redes sociales no tendría mayor resonancia si no hubiera intereses de por medio. Las marcas comerciales han visto el cielo abierto con estos chicos y chicas, a los que ofrecen todo tipo de prebendas a cambio de mencionar sus nombres. Claro, a los publicistas este nuevo rollo no les está gustando nada y piensan que rompe las reglas del mercado publicitario. En Estados Unidos existe ya un departamento que trata de controlar la publicidad oculta por parte de los youtubers más seguidos.

Las grandes empresas tienen una responsabilidad crucial en este asunto. Dar pábulo a este fenómeno, invirtiendo miles de euros en unos productos que no son más que bombas de humo, es más que preocupante desde un punto de vista ético. Nuestra amiga Dulceida es imagen de una marca de cosméticos británica aquí en España. Mientras que en Gran Bretaña es Kate Moss, la top model más cotizada del mundo, quien pone su cara para esta firma. Pocas jóvenes pondrán en duda que la modelo inglesa aparezca en tales anuncios, pero preguntémonos_ ¿cuántas jóvenes universitarias dudarán de su camino viendo que un simple fenómeno popular es reconocido y valorado de esta manera? La moda es uno de los grandes pilares de la industria digital. Es asombroso descubrir que las chicas o chicos que se quieren dedicar a esta profesión descartan ser modelos o diseñadores (requiere un esfuerzo), ahora quien ser influencers (Coco, perdónales, no saben lo que hacen).

Un médico residente recién licenciado en nuestro país no llega a cobrar los mil euros al mes. La empresa privada en su gran mayoría no contempla como un plus salarial los títulos universitarios. Según varios estudios, desde que empezó la crisis, tanto en los presupuestos del Estado como en los de la industria privada, el recorte en I+D+i ha sido brutal. Muchos de los mejores científicos investigadores del mundo son españoles y han tenido que salir a trabajar en otros países, donde consiguen logros mundialmente reconocidos. Llámenme demagogo, pero son datos reales y muy tristes.

Por supuesto, hay un porcentaje de responsabilidad que corresponde al individuo en cuestión, y la gran mayoría actúan con un descaro insufrible. Isasaweis era profesora de secundaria, pero un día colgó un video de cómo hacerse un moño (no es coña, es cierto) y ahora, como la gran mayoría, ha acabado contando hasta su separación por Youtube. Las desfachatez crece al sentirse en la cresta de la ola y lo mismo publica un libro de recetas, que da charlas motivacionales.

En realidad, siento una extraña admiración por este tipo de personas. Hay que tener el rostro como el cemento para embarcarse en proyectos que requieren de un conocimiento del que se carece. ¿A quién no le gustaría salir con una guitarra a cantar ante un estadio de cien mil personas? ¿A que más de uno se emocionaría al salvar una vida en una operación a corazón abierto? Pues sí, pero la gran mayoría no lo haríamos por respeto y sentido común. Ya lo decía el gran Groucho: «Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente».

Verdeliss, otra de las youtubers más seguidas en España, tiene un canal donde muestra las andanzas de su familia. Esta buena mujer tiene 31 años y seis hijos. Un hecho que no deja de ser curioso, pero nada más. Describe su canal como de maternidad y crianza y que, en realidad, lo hace como un bonito recuerdo para sus hijos. Nos ha jo…robado, el recuerdo que le queda en el banco por los 700.000 seguidores que pueblan su canal y que le suponen interesantes ingresos. Vamos a ver, señora, usted lo que hace es televisar su vida y cobrar por ello. Coño, como Belén Esteban, ni más ni menos. Aquella alegoría que describía Peter Weir en 1998 en El show de Truman parece que no está muy lejos de hacerse realidad viendo lo que se hace en este canal.

Desde hace unos años, por ejemplo, es sonrojante ver en la ilustre Feria del Libro de Madrid (que ahora deberían llamar la Feria del Cuento) a estos personajes compartiendo mesa y mantel con los Gala o Reverte de turno. Y ni colorados que se ponen. Valle Inclán tendría material para una secuela de Luces de Bohemia. Borja Martínez es editor jefe de la revista Leer y muestra con cierta resignación y realismo que «es el panorama que le toca vivir al mundo del libro. Aún así, la literatura sigue teniendo su espacio y no comparte nada con estos artefactos encuadernados producto del marketing».

Nos habla de un fenómeno análogo en este contexto que son los booktubers: «Se han convertido en un fenómeno social. El problema es que sus recomendaciones dejan mucho que desear y perturban de igual manera a los buenos libros». Tanto libros como los medios de comunicación en papel pasan por una época desastrosa. A las nuevas generaciones no les interesa el papel, pero también es cierto que los medios han hecho muy poco por atraer al lector más joven. «Ya no hay medios de referencia para los jóvenes. Antaño teníamos la Superpop o el Bravo», explica Borja.

Sin querer me viene a la memoria aquella piara de personajes que se inventó el gran Javier Sardá en los noventa. Les hizo ganar mucho dinero, y aunque supongo que Tamara, Leonardo Dantes y compañía lo imaginaban dentro de su realidad paralela, no ganaron ningún Grammy. Lo que no recuerdo es que aquel interés nocturno me generara una admiración por ser como ellos. Era ridículo, lo disfrutábamos, pero era ridículo, y lo sabíamos. Mantener el equilibrio es importante en cualquier orden de la vida, pero cuando la balanza se invierte de manera ilógica solemos tener un problema.

Youtubers, instagramers, it girls, etc… El mundo del anglicismo súper molón. Juventud digital, siento deciros que eso ya estuvo de moda. Os recomiendo que veáis alguna película de Martínez Soria o Pajares y Esteso ambientada en el turismo levantino. Lo que es la monda es lo de influencers. Hay que ser atrevido para otorgarse semejante cualidad. Haría una recomendación a aquellos padres con hijos preadolescentes. Tampoco nos vamos a poner estupendos y que les hablen de Einstein o Shakespeare, pero no sería mala influencia que dejaran en las manos de sus hijos un disco de los Beatles, unas tiras de Mafalda, un DVD del Padrino, o algún vídeo de Cruyff o Di Stéfano. Influyentes, se dice, influyentes.