Harambee – “Trabajemos Juntos” [Lema Keniata]

Hasta hace unas semanas, pensar en Kenia solía representar – para mí - pensar en interminables pastos dorados, moteados por verdes acacias; era recordar documentales en los que poderosos guepardos perseguían gráciles gacelas, migraciones millonarias acechadas por el peligro de cocodrilos aguardando en las sombras.

Nunca estudié la historia de Kenia en el colegio más allá de nombrarla como colonia británica hasta 1963. No sabía que tiene más de 44 millones de habitantes, ni que lo forman 47 distritos distintos, cada uno de los cuales tiene una tradición oral propia.

Reconozco que no sabía tampoco que tiene bosques casi selváticos o que su capital, Nairobi, está habitada por cuatro millones de habitantes. La verdad es que no sabía ninguna de estas cosas, porque nunca me las había planteado. Gracias a internet cualquiera puede acceder a esta información.

Hay decenas de países en la tierra, cada uno con su historia, sus detalles geográficos y curiosidades políticas. Sin duda hay gente que conoce los detalles de muchos de éstos, pero yo no soy una de esas personas.

Que Kenia es un país en el que hay muchísima pobreza es, posiblemente, la información más fácil de conseguir, aquella que más se publicita.

Empecé a escribir este artículo sentada en la parte de atrás de un traqueteante jeep mientras atravesábamos una carretera relativamente bien asfaltada después de haber recorrido 60 kilómetros del territorio Masai Mara por un traqueteante camino de cabras. Mientras tomaba notas, pasamos por docenas de pequeños pueblos. Aldeas conformadas por barracas de uralita, mercadillos situados en los arcenes de la carretera ofrecían frutas, agua, tirachinas, vendedores cargados con sus mercancías se situaban en la mismísima carretera, caminando sin miedo entre los coches. A mi alrededor, los turistas murmuraban “como viven”, agitando la cabeza como quien ve un desastre.

A estas alturas del viaje habíamos visitado varias zonas del país y encontrado distintas variantes de los mismos pueblecitos acurrucados a ambos lados de las carreteras, precedidos siempre por badenes que regulaban la velocidad de los coches. Cada uno de estos pueblos había despertado la misma reacción de pena y casi morbosa curiosidad.

Estas casas, estas gentes son tan radicalmente diferentes a todo lo que nosotros hemos conocido que ninguno parecíamos capaces de apartar la vista.

La pobreza de los habitantes de Kenia no es un secreto. Es algo que se sabe, del mismo modo que sabemos que hay elefantes y leones en Kenia. En este país mucha gente vive con un dólar al día. Los niños que van al colegio deben andar varios kilómetros para llegar a la escuela. Durante una parada técnica, nuestro guía dio dinero a una señora con dos hijos pequeños que- según nos contó – llevaban dos días sin comer.

Según nos informó, muchos de los problemas económicos del país encuentran su origen en la corrupción gubernamental. Un achaque que parece ser un mal generalizado en la política mundial.

Viendo las condiciones de vida de muchos de los keniatas, sabiendo que hay madres que tienen que pasar días sin comer, comparando sus ciudades a las nuestras, la afirmación “les iba mejor con los británicos” viene a la mente. Como europeos, como habitantes del primer mundo, caer en esta afirmación puede resultar muy sencillo. Pero ¿es verdad?

En el Museo de Historia de Nairobi se encuentra una exposición permanente dividida en tres épocas: pre-colonial, colonial y post-colonial. Los keniatas descubrieron la esclavitud gracias a la llegada de los invasores turcos y continuaron manteniendo una cercana relación con la misma durante los años en los que estuvieron bajo el yugo británico. Se les impuso el código de vestimenta, los ideales occidentales y se les mantuvo apartados de los mismos. Durante esta época había hospitales para europeos, hospitales para indios y hospitales para keniatas. Había viviendas para europeos, para indios y para keniatas. Los keniatas estaban sujetos a los designios del propietario de sus tierras – unas tierras conseguidas a través de tratados que no habían sido explicados a los keniatas.

No es mi intención victimizar o tiranizar a ninguna de las partes implicadas. Históricamente todos los países han sido invadidos y destruidos por unos o por otros. Pero tal vez sería interesante recordar que la independencia de Kenia ocurrió hace únicamente 50 años.

La historia ocurre lentamente, las sociedades se organizan y desarrollan cada cual a su adecuado tiempo y siglos de opresión tienen una tendencia a retrasar este proceso. El país está avanzando, lenta pero inexorablemente hacia su futuro, forjando una historia propia, libre de la opresión. El camino estará lleno de pruebas y errores, de malos y buenos gobiernos. Tal vez en cien años Kenia llegue al estado del bienestar que teníamos los europeos, o puede que lleguen a otro estado que nosotros todavía no hemos vivido.

Personalmente opino que el “mira cómo viven” es una reacción comprensible ante lo diferente que veíamos en nuestro viaje, pero casi pueril en su seguridad de que “nosotros” en nuestro primer mundo no venimos de exactamente el mismo lugar. Mira cómo viven es lo que habrían dicho los romanos de habernos visto durante nuestra Edad Media. Mira como vivían es lo que comentarán sociedades del futuro. Kenia es un país hermoso y rico en recursos que – como todos los demás - se está abriendo paso hacia su futuro.