Mi respirar chocaba con el cristal empañando todo, la cuidad vestida de blanco impoluto, el cielo azul con el sol en lo más alto. Viajaba dirección Queen Street escuchando música de los Rolling Stones, observaba la vida afuera tan cerca de mí pero con un aura intrigante. Parecían parte de un sueño paseándose ante mí como en cámara lenta: el ir y venir de las personas, las tienditas pintorescas, restaurantes de todas las partes del mundo y la disposición de las personas siempre con una amable sonrisa en el rostro.

Al pasar por Spadina Avenue mi estómago rugió por el envolvente olor de patties jamaicanos que vendían justo en la esquina. Me dije: "La próxima vez me bajaré y comeré uno o varios. Quién sabe, siempre hay tiempo". En ese instante debía seguir adelante, sin distracciones, debía observar desde lo más alto mi mensaje.

Por alguna razón me quería quedar en ese tranvía rojo dormitando con el traquetear de las vías. La nostalgia se apoderó de mi, sentía que debía estar con alguien, sentí que había estado allí antes, alguien en otro momento me había llevado de la mano, me sonreía para seguir caminado. Sus ojos eran claros como un amanecer y tan alto que tuve que alzar mi mirada, pero la luz del sol atropelló mi intento y no pude ver de quién se trataba. Su boca tocaba mi mejilla y yo toqué sus cabellos suaves, su aliento acaricio mi piel y su aterciopelada voz me dijo: "Despierta".

Había llegado a mi parada, me sentí tan desconcertada, parecía tan real, sentía su olor en todo mi alrededor, fue un sentimiento tan peculiar, tan familiar. Tenía que continuar, tenía que entender el significado de esa sensación. Llegué a la CN Tower y subí hasta lo más alto, sin abandonar un continuo asombro de que antes había estado allí, quizás en sueños, quizás en otra vida.

La cuidad de Toronto me cautivaba en cada paso que daba, cuando pensaba que no habría nada más me sorprendía nuevamente, renacía en cada paso que daba, mi aliento frio se escapaba en una sonrisa. A veces cuando no esperamos mucho de algo o de alguien, en ocasiones esos son los que más pueden llegar a sorprendernos.

Bajo mis pies pude ver el Roger Centre y algo centelleaba. Creo que esa era mi señal, debía estar en ese lugar. Cuando llegue estaba cerrado. Aún la temporada de béisbol no había empezado, pero me dejaron entrar y rápidamente llegué hasta arriba en las gradas donde podía ver el campo vacío. El techo estaba cerrado y sentí mucho frío. Todo estaba en silencio y casi podía escuchar mi corazón. ¿Que quería esta ciudad de mi? ¿Que me quería enseñar?

Cerré mis ojos y me deje llevar, sabía que había estado sentada allí, en ese mismo asiento si eso era posible, si tan solo mi cabeza me dejara liberarme de ese pensamiento, me dejara ir a ese momento si de verdad existió. Y fue así, en un abrir y cerrar de ojos me vi tan joven, casi una niña, estaba triste pero luego ya no. En esa ciudad me sentí segura, sentí que todo podía cambiar, hay cosas que son definitivas, sin embargo eso no significa que no podamos volver a intentarlo. Sentí su mano en mi mano, lo vi con tanta claridad, mi corazón latía tan fuerte, todo había sido real. Yo le entregué mi corazón y él me entrego el suyo. En esa ciudad tan hermosa vimos tantas cosas nuevas, cosas que afloran de nosotros mismos cuando les damos paso a esas experiencias. Tenía que hallar eso otra vez, ese momento que encontré en Toronto.

Es verdad lo que dicen: muchas cosas vienen y se van, todo tiene un comienzo y un final, pero en el medio de todo eso es donde encuentras esos momentos que pueden durar por siempre incluso después de que las luces se apagan y se va el último aliento.