Te despiertas en Chicago, corres la cortina y sabes dónde estás. No puedes estar en ningún otro sitio. Estás en una ciudad “hijue****mente” grande, descarada, musculosa, de hombros anchos. Una metrópolis, completamente anti neurótica, en constante movimiento, una máquina de gran corazón, pero de sangre fría con millones de piezas móviles, una bestia que, si no se la respeta o no se la toma en serio, te pasa por encima sin remordimientos.
(Anthony Bourdain)
Disculpen que parafrasee de nuevo a Bourdain (1956-2018). Alguna vez le escuché decir que, en este país, solo dos ciudades merecían el título de “metrópolis cosmopolitas”: Nueva York y Chicago.
Ya habíamos estado en Nueva York en los 80s. Incluso fui invitado a curar la colección de Castniidae del Museo Americano de Historia Natural a fines de los 90s. Pero Chicago era, para mí, ciudad de comentarios y películas, un lugar que debía visitar algún día.
Creo que la primera vez que me percaté de la relevancia de Chicago fue hablando sobre blues con un amigo quien estudió allá durante los 70s, y durante su estadía logró ver y escuchar a B.B.King (1925-2015) y a Muddy Waters (1913-1983), entre otros, en el icónico Checkerboard Lounge.
Un día cualquiera del 2003, revisando los nuevos libros de la biblioteca central de la Universidad de Georgia, encontré El diablo en la ciudad blanca: asesinato, magia y locura en la feria que cambió a Estados Unidos, libro de no-ficción histórica escrito por el periodista estadounidense Erik Larson. Presentado en estilo de novela, se ambienta en Chicago durante la Exposición Universal Colombina de 1893. Narra la historia del arquitecto y urbanista estadounidense, partidario de las Beaux-Arts, director de las obras de la Exposición, Daniel Burnham (1846-1912). Pero esta obra también habla de Herman Webster Mudgett (1861-1896), conocido como el Dr. Henry Howard Holmes, o simplemente H. H. Holmes, estafador y el primer asesino en serie en los Estados Unidos.
Chicago obtuvo fama gracias a sus raíces italianas, las cuales generarían la pizza Deep dish (¡una “abominación”, según Bourdain!) y el “sándwich italiano de carne”. Desafortunadamente, también al “Chicago Outfit”, organización que era parte de la Mafia Italoamericana.
Pero es sin duda el Blues una de las mejores razones de su reconocimiento mundial, convirtiendo a la ciudad en un destino obligado para los amantes del género.
Durante la Gran Migración, entre 1910 y 1970, unos seis millones de afroamericanos abandonaron las zonas rurales del Sur de los Estados Unidos para dirigirse al noreste, medio oeste y oeste. Las causas primordiales fueron las malas condiciones económicas y sociales causadas por la segregación racial y la discriminación prevaleciente en los estados del Sur, que mantenían las llamadas “Leyes de Jim Crow” (leyes estatales y locales introducidas a fines del siglo XIX y principios del XX, que impusieron la segregación racial).
Por supuesto, numerosos músicos llegaron a Chicago trayendo consigo los sonidos sencillos, expresivos, conmovedores y melancólicos del Blues.
Esta música folclórica secular comenzó a gestarse luego de la Guerra Civil, inspirada en el góspel, los himnos, la música de juglares, las canciones de trabajo, field hollers y algunos ritmos nativos, y se convertiría, a su vez, durante los 60s, en quizás la más importante influencia en el desarrollo del Jazz, el Rhythm and Blues, el Rock y la música country.
Uno de esos músicos, George “Buddy” Guy, llegó a Chicago a fines de la Gran Migración. Su objetivo: conocer al gran Muddy Waters. Gracias a su estilo único y particular, Guy (un "monstruo del Blues", según numerosos conocedores) se ha convertido en uno de los más importantes bluesmen de Chicago y del mundo, uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos. Reconocido guardián de la música de la cual surge toda la música estadounidense, él es la encarnación del blues.
Debido al atraso de nuestro vuelo, mi esposa y yo perdimos buena parte de mañana y tarde en el fastidioso aeropuerto de Austin. Llegaríamos a Chicago con el sol a punto de caer. Durante la espera en el aeropuerto y entre noticias de diversa índole, leí una nota sobre Buddy Guy’s Legends, el club de Blues más importante de Chicago, propiedad, desde 1989, de Guy, quien había sido también uno de los propietarios del Checkerboard Lounge.
Una vez en el hotel, prestos a recoger la llave de la habitación asignada, consultamos sobre qué tan lejos estaba el Legends.
“Por esta puerta, justo a la izquierda. No más de una cuadra”, fue la rápida respuesta que obtuvimos. Una vez liberados de nuestros “aperos”, y tras refrescarnos un poco, cenar en Legends era el próximo paso (el club es también un restaurant de comida típica de Luisiana, estado de origen de Guy).
Una vez adentro, y luego de ordenar nuestras cenas (Gumbo y Po’boy de camarones), nada mejor que disfrutar nuestra primera comida en Chicago, ¡“arrullados” con el mejor blues de la ciudad!
Al día siguiente, nada mejor que pasar buena parte del tiempo en el Instituto de Artes de Chicago, entre obras y artistas que han definido el arte mundial durante varios períodos.
Tenía mucho interés en revisar las obras de Salvador Dalí (1904-1989), especialmente una pieza (sección de El sueño de Venus) que formó parte de su pabellón durante la Feria Mundial de Nueva York, a fines de 1939.
También pude encontrarme “de frente” con Fait expressément pour étoner Galutska / Gala, un dibujo en tinta sobre papel marfil, que muestra el perfil de una persona cuyo cabello se transforma en cortina, y sus facciones (ojo, nariz, labios, barba y lo que parece un fino mostacho) las forma una figura a punto de entrar al recinto cuya entrada muestra la cortina.
Ya había visto esta obra en algún libro, y desde entonces me pareció que ese perfil se asemeja a Diego Velázquez (1599-1660), quizás el pintor más admirado por Dalí, muy influyente en el Cadaqués.
Por cierto, el Instituto de Artes de Chicago tiene un par de obras de Velázquez, de las cuales una temprana Escena de Cocina me llamó la atención. Muestra a una joven (posiblemente una esclava) trabajando en una cocina, rodeada de ollas, jarras, un mortero y un envoltorio de papel arrugado para especias, exquisitamente representados, y en el estilo Barroco que distinguiría buena parte de su obra.
Escena de cocina, óleo sobre lienzo, Diego Velázquez, 1618-1620
Y hablando de surrealistas, la única pieza que pude ver de Remedios Varo (1908-1963) Naturaleza Muerta Resucitando: es hipnotizante. Desafortunadamente, debido a que era su día libre, no pudimos saludar personalmente a la amiga Mary Broadway, una de las curadoras de la exhibición del arte de la Varo, quien me regaló un hermoso libro publicado por el Instituto sobre dicha exhibición.
Quedé maravillado ante las Pilas de Trigo de Claude Monet (1840-1926), originalmente pintadas entre 1890 y 1891. Una vez expuestos resultarían en un éxito total para el artista.
Ya había visto una de estas piezas impresionistas en el Museo Getty de Los Ángeles, ¡pero el Instituto de Arte de Chicago posee seis!
La colección de Pop Art del Museo, dominada por una interesante selección de Andy Warhol (1928-1987) es exquisita.
Fascinado siempre por la pintura española, además de las dos obras de Velázquez, pude admirar varias de Jusepe de Ribera (1591-1652), Francisco de Zurbarán (1598-1664), y Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828).
Pero sin duda, la que me llamo más la atención es la magnífica La Asunción de la Virgen, de Doménico Theotokópoulos, El Greco (1541-1614).
Esta fue la primera gran obra pública realizada por el artista una vez instalado en Toledo. Adornaría el altar mayor de la iglesia del convento de Santo Domingo de Silos, el Antiguo, una vez reconstruida como capilla funeraria para la piadosa doña María de Silva, quien dejaría su fortuna (al no tener descendencia) a la iglesia toledana.
Hoy, en el convento se muestra una reproducción, mientras que la admirada en Chicago es la original, recientemente restaurada y con su marco limpio de los efectos del tiempo. Aquí, la virgen flota sobre una luna en cuarto creciente, símbolo de su pureza. El manto azul que cubre la mayor parte de su cuerpo, “vibra”. He observado ese efecto muy particular de El Greco en varios de sus trabajos que he tenido la suerte de ver en otros museos, incluyendo el suyo y un par de iglesias de aquella “ciudad de las tres culturas”. Los apóstoles, alrededor de la tumba vacía de la virgen, observan con asombro y preocupación. La firma del artista aparece pintada, como si estuviera fijada a la superficie de la obra, en la esquina inferior derecha.
Pero no podía pasar por Chicago sin visitar el Museo Field de Historia Natural. Este fue construido en 1893, gracias a las donaciones monetarias de Marshall Field (1834-1906), fundador y propietario de los emblemáticos grandes almacenes de Chicago.
Originalmente albergaba colecciones biológicas y antropológicas expuestas en la Exposición Universal Colombina de la que hablo al comienzo de esta nota. Se conocía entonces como el Museo Colombino de Chicago, pero en 1905 se le cambiaría el nombre en homenaje a su benefactor más importante. Sin embargo, entre 1943 y 1966 se conoció como Museo de Historia Natural de Chicago, para retomar el nombre de Field luego de ese periodo.
El Museo alberga, hasta la fecha, el mayor, más completo y mejor conservado ejemplar de Tyrannosaurus rex (Tyrannosauridae), proveniente de Faith, Dakota del Sur. Conocido como “Sue” en honor a su descubridora, Sue Hendrickson, es, sin embargo, ¡un macho!
Aquí también se encuentran los infames leones Panthera leo (Felidae), conocidos como los “Devoradores de Hombres de Tsavo.” Curiosamente, el museo también posee un diorama de los primeros pandas gigantes, Ailuropoda melanoleuca (Ursidae), jamás expuestos en Norte América.
Invitado por el amigo James Boone, quien fungía de curador de Lepidóptera, tuve la oportunidad de curar la colección de Castniidae del Museo entre 2009 y 2010.
La centena de ejemplares del grupo que nos tocó estudiar eran parte de la colección original de Herman Strecker (1836-1901), reconocido escultor, arquitecto y entomólogo estadounidense, la cual forma el núcleo de la colección lepidopterológica del museo. Aquella colaboración la hicimos gracias a la magia de la fotografía y el internet. De manera que, si estábamos en Chicago, visitar el Field era más que obligatorio.
Definitivamente, Chicago sorprende. Es animada, diversa, vibrante, una ciudad auténtica, real, intrigante y natural que se muestra orgullosa ante su ventoso lago. Tiene numerosas cosas por que recordarla, pero definitivamente la recordaré como el hogar definitivo de dos admirados “monstruos”: uno del Blues, y el otro del Cretáceo.
Notas
Druick, D. (2013) The Essential Guide. The Arts Institute of Chicago. Chicago: Art Institute of Chicago. 352 pp.
González, J.M., J.H. Boone, G.M. Brilmyer & D. Le (2010) The Giant Butterfly-moths of the Field Museum of Natural History, Chicago, with notes on the Herman Strecker collection (Lepidoptera: Castniidae). SHILAP "Revista de Lepidopterología", 38(152): 385-409.
González Martín, J. (1992) Doña María de Silva, fundadora de la iglesia y capilla mayor del Monasterio Santo Domingo El Antiguo de Toledo. "Anales Toledanos, 29: 29-58"
Larson, E. (2003) The Devil in the White City: Murder, Magic, and Madness at the Fair That Changed America. New York: Vintage. 447 pp.
Russo, G. (2002) The Outfit: The Role of Chicago's Underworld in the Shaping of Modern America. New York: Bloomsbury. 550 pp.