Una imagen es, según señala doctamente la Real Academia de la Lengua española, una figura, representación o semejanza de algo. En el entorno de la sociedad actual, vivimos inmersos en un auténtico aluvión incesante de imágenes en cualquier pantalla –desde el móvil y las redes sociales con lúdicos y (levemente) narcisistas selfies hasta las tradicionales fotografías, vídeos de “youtubers” o televisión-. Una carrera constante por captar –aunque sea por segundos– la atención del mundo, bien sobre uno mismo y su actividad o bien sobre la actividad de los demás, dejando el concepto de intimidad como algo arcaico y aburrido. Porque lo que importa es siempre la apariencia y el impacto, aunque las cosas que nos “venden” muchas veces ni se acerquen a lo que parecen ser.

Esto es solo un símbolo más del concepto de “Sociedad Líquida” que apuntó el sociólogo Zygmut Bauman y que describió de una forma precisa, reflexiva y sistemática el gran escritor y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en un ensayo publicado en 2008, titulado La Civilización del Espectáculo. En él, va desgranando como desde diversos ámbitos –político, artístico, literario, periodístico, creativo e incluso sexual– hemos dado paso a una civilización light, ligera, frívola, vacía de contenido, que lo único que busca es consumir más imágenes (cuanto más impactantes, mejor) para saciar su vacío de contenido, de verdadera cultura que ofrezca un orden al espacio de convivencia común en el que nos movemos en sociedades modernas y desarrolladas.

La cultura, que en un principio era solo accesible a las élites, requiere esfuerzo, reflexión e introspección, valores casi desaparecidos y relegados a ámbitos especializados y académicos. Hoy las élites de este nuevo orden están formadas por personajes o “celebridades” –deportistas, actores, diseñadores o incluso chefs de cocina– que nos transmiten constantemente una idea absurda de éxito y cuya opinión es tenida en cuenta por la masa como si fuera auténtica religión, aunque se aleje del ámbito donde destacan por su talento. Es decir, si eres Beyoncé, además de aparecer constantemente impecable, debes comprometerte políticamente, aunque no tengas ni idea de qué es un ideal político, qué es un sistema socioeconómico o cómo se estructura un programa de propuestas sociales. Lo que importa es, sin duda, el marketing. Los eslóganes van sustituyendo al más rancio refranero popular para establecer una serie de “verdades incontestables” que todo el mundo debe asumir si quiere estar conectado con su generación y el mundo que nos ha tocado vivir.

Ante todo, la principal idea de esta civilización sin cultura es que lo único importante es disfrutar y, fundamental, no aburrirse. Así, con el mínimo esfuerzo intelectual se da la oportunidad a todo el mundo –lector, espectador, ciudadano (esté formado o no)– de que se crea por un instante “conectado”, informado, conocedor de lo que está ocurriendo. Moderno y vanguardista. Lo más parecido a un hípster, ¿verdad? .Todo el mundo sabe todo lo que está de moda y lo sigue fielmente.

Lo que más me llama la atención de esta civilización del disfrute es que da mucho espacio al impacto de lo oscuro, de lo dramático –noticias cada vez más escabrosas en portadas, literatura negra, espacios de cotilleo que canibalizan la vida de los ricos y famosos- en vez de algo más optimista. Nací en los 80 y aún recuerdo las típicas series norteamericanas burguesas –tipo Sensación de Vivir- que nos enseñaban un mundo despreocupado de personas que llevaban vidas lujosas y confortables. Quizás será por el miedo al vacío sustancial –que no se llena con el consumo de imágenes– que sigue recordando a la adormecida conciencia que la vida y la sociedad son más que puro consumo de imágenes. A través de esos dramas se recuerda que la vida es compleja y también hay dolor, sufrimiento, incertidumbre.

Solo la luz de la cultura, el privilegio de poder conocer diversas opiniones, formas de vida, expresiones culturales, puede volver a llenar ese vacío. Una cultura que responda de verdad a lo que necesita la sociedad, que es lo que siempre ha necesitado: sentirnos acompañados en este viaje fascinante y complejo que es la vida.