Explorar el arte del joven artista oaxaqueño de extensa trayectoria Eliel David Martínez (Oaxaca, 1998), quien trabaja y reside en Venecia, Italia, entorno e identidad caminada a diario por miles de migrantes, cuyo trazo es el principal abordaje de este análisis o reflexión, despierta los poros de la piel al experimentar un extrañamiento hacia esta cultura, naturaleza e historia. Repasarlo provoca nostalgia, quizás por el desgastador ir y volver, pero también un resuello que encabrita en reacción a los trajines vivenciados hoy por cientos de miles de migrantes que recorren el suelo del antiguo Abya Yala, como fue llamado el continente de América antes de la conquista, colonización y actual descolonización. Esta conciencia implica desembarazar el arte de los odiosos ligámenes culturales, económicos y políticos de un pasado castrante de la imposición hegemónica del ayer.
¿Será por ello que también se enuncia otra forma de batalla campal en el subtítulo al sumar el calificativo de arte y rebelión? ¿Habrá necesidad de rebelarse aún hoy? ¿Contra quién hacerlo? ¿A quién refieren esos "muros y zorros"? ¿A las conductas políticas de quién o de quiénes? ¿Qué tiene que ver el arte con esos símbolos de dominación, y qué significa hablar de "coyotes" al traspasar nuestras propias territorialidades Sur/Sur, hoy y siempre en tensión?
Colores para descolonizar el arte
Amarillo ocre del elote, verde ocre de la tusa para envolver y dar sabor al tamal. Croma sepia de los pelos del maíz amarillo, rojo, naranja, morado, siena natural o café tostado, beige, ocre de las yuquillas de cúrcuma, el color del polen que persigue el colibrí y la flor de la calabaza, la canela, el maíz negro o azul y las tortillas gris-violáceas. Son los colores de la gastronomía mesoamericana en el tianguis de Tlacolula que, al iniciar agosto de 2025, traqueó rompiendo la roca del inframundo en el mercado indígena, con vendedores de comunidades de la Sierra Norte, Sierra Mixe y hasta del Istmo de Tehuantepec. Ni qué decir de las lomas verdes de San Agustín Etla o Teotitlán del Valle. Son los colores asediados siempre por el eterno poder que impone muros y soldados vestidos de verde oliva y camuflados.
Refiero en este ensayo o comentario al color de la piel de la mujer y el hombre de esta región, y hasta la muxe de finos atuendos y atavismos. Color y olor a humo, a leña o hierbas de las tisanas para sanar el mal de ojo y hasta las piedras en la vesícula biliar. Aromas a fuego, a cercanía humana de los comensales de los mercados de la Merced, son identidad de aquella gran región mexicana. El mole negro o rojo, la rosa de Jamaica o el ámbar del mezcal. El color de la berenjena, del caldo de cecina, identidad local como son los migrantes de esta tierra bendita por la morenita guadalupana, quienes suben y bajan a diario buscando un sol que les caliente mejor.
Arte político
Cuando la abstracción se vuelve arte político, es porque desdoblan las paradojas y contradicciones que también tenemos. Y me refiero a esto en tanto fue el tema de la reciente muestra de Eliel David Muros y zorros en la galería Wizard de Milán, Italia. El abordaje de las migraciones en el arte es un buen punto para comenzar a explorar la pintura de este mexicano nacido en Miguel Hidalgo, Municipio de San Antonio Huitepec, y por ello al apreciar su cromática provoca el sentido gustativo, la acción de nutrir el cuerpo, pero a la vez estimula el alma como lo hace el arte.
En tanto es un tema público, enerva nuestras reacciones tan solo con mencionar y tener presente al zorro que levanta muros e impide el paso a su territorio: percatarnos del tratamiento a cientos de miles de centroamericanos, venezolanos, colombianos y habitantes del resto del continente que cruzan la frontera de los Estados Unidos, con energías para traspasar estuarios y desiertos repelidos por sus perros guardianes: perseguidos, doblegados, maltratados, ninguneados, deportados, sumidos en cárceles invivibles en San Salvador [Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT)] de El Salvador, o la nueva “Alcatráz de los cocodrilos o caimanes” en La Florida, que ya no tensa hilos de púas sino que está minada con colmillos para descarnar a quienes intentan la fuga.
Hoy en día están violando la naturaleza intrínseca del morador mesoamericano, descendiente de la gran Aztlán, patria de los padres aztecas o mexicas, quienes desde tiempos inmemoriales subían y bajaban este continente de norte a sur o navegaban sus océanos, mares y archipiélagos, atravesando estos istmos de este a oeste porque era suyo.
La patria del ancestro
Este abordaje me evoca las palabras del historiador de arte chicano, doctor Tomás Ybarra-Frausto (ya fallecido en 2012, autor de la teoría del “rascuachismo”, perspectiva de los oprimidos o ”los de abajo”, como otra forma de visualizar los enfrentamientos SUR/SUR). Fue curador de arte latinoamericano de la Fundación Rockefeller de Nueva York y en 1994, para la inauguración de la gran muestra Ante América, curada por Carolina Ponce, Rachel Weiss y Gerardo Mosquera, con la que se abrió el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo en Costa Rica (acontecimiento muy importante para la cultura regional), develó en su conferencia inaugural que la Aztlán distaba en tiempos inmemoriales de California a Panamá, que sus territorios eran traspasados o navegados por estos pueblos en sus inicios nómadas.
De manera que no vamos a detener esa actitud pulsional y heredad del morador de este continente que lo empuja perennemente a buscar un sol que caliente mejor, una mejor tierra de abundante humus para el maíz y la calabaza, abundancia de agua y dones que nos da la madre dadora o parturienta que llamamos Pachamama, la cual habita la cueva o útero del mundo bajo las cordilleras que atraviesan esta cartografía terrosa como la pintura de Eliel David, con un tratamiento cromático que, en mi caso personal, es lo que más despierta interés y ancla a su arte.
Se recuerda en la cosmovisión originaria de este territorio, en que los indígenas simbolizaron a la Madre Natura con una espiral de paso continuo, como una serpiente enroscada en su mismo trazo, presta a lanzar la ponzoña cuando se le agrede, como ocurre hoy: repercute con deplorables crecidas, deslaves, climas adversos, huracanes, sequías, terremotos, calentamiento global, entre otros signos de enojo.
Un nuevo sol
Sol que calienta luego de la fría madrugada mojada por las aguas a atravesar. Sol que ilumina la jornada del migrante y trabajador de este territorio “por unos dólares más”. Todos, compatriotas, que poseen un color diferente, pero nuestro, un timbre diverso, pero audible y portador de nuestras jergas nacionales y lenguas vernáculas, un aroma a crujiente tortilla recién amasada y azada, o el chocolate de grano sagrado de los mayas, náhuatl, mexicas, olmecas, zapotecas, mistecas, toltecas, para un desayuno que nos recarga de bríos cuando lo agita el molinillo en el cuenco da barro o en el jícaro.
Todos estos son los colores que compone Eliel, con los cuales realizó performances gastronómicos, con los aromas de la sopa de maíz o pozole, del atole, guacamole, la horchata con trozos de fruta y nueces del mercado gastronómico de Oaxaca; de los sabores del mole hecho con un pimiento molido en el metate de piedra junto con granos de cacao y otras especias; de la tortilla para las mamelas y las enormes tlayudas, texturas del cacahuate y otras nueces vernáculas que acompañan como ingredientes de esta territorialidad tan atravesada a diario.
Abstracción orgánica como lenguaje
El arte de Eliel, en su mayoría abstracto, es, como dije, el que más me ancla a externar este comentario. Me mueve a sentirlo porque revive la sonoridad del hervor de las aguas en Hierve el agua en las alturas de la Sierra Madre Occidental, con cuyos minerales se autoesculpen sinuosas cataratas en el acantilado.
Me evoca el color de la piedra molejón con que los zapotecas construyeron Monte Albán, ciudad cúspide aledaña a Oaxaca y que la resguarda, entonando la sinfonía a la armonía de las relaciones de la proporcionalidad o geometría sacra. También está en la puerta del no-tiempo, del no-espacio, donde se traspasa la dimensión del cosmos allá en Midtla, puerta a la armonía que avistaron las culturas de Mesoamérica, aportando la plenitud algebraica donde cada ecuación se vuelve canto a la completitud y poética de la abstracción que está en las estratificaciones terrestres y que reinventaron nuestros pueblos originarios.
No fue Malevich o El Lissitzky, Riedvel ni Mondrián: fueron nuestros tejedores y textileros de los pueblos originarios anteriores a la colonización y a los constructores de plazas, templos y pirámides, quienes inventaron esta gramática primordial del Lenguaje Madre y metáfora en la cual nos sume este joven Eliel con el poder de su pintura.
Importa afirmar además que no es del todo abstracto, pues entre esas estratificaciones de planos de color o capas, como telas colgadas, se mueve la imagen agresiva y funesta del zorro, simbolizando al detentor del eterno filibustero.
Carácter de jerga simbólica
Pero la abstracción de Eliel, tal y como adelanté, no es nada geométrica: son hojas de plantas y del gran árbol sagrado de la ceiba pentandra, yuxtapuestas o sobrepuestas, componiendo flujos de luz y color, reafirmados por trazos retorcidos, como estructuras toroidales, fragmentados y desmenuzados como hebras de pigmento negro, rotas para reafirmar su potencia sin dejar de apreciar la tectónica de los terrenos, el vuelo del águila y las aguas purificadoras, pero a la vez rebeldes.
De ahí que adhiera al subtítulo esta pócima de la actitud del actor creativo, siempre disiente o discordante con los paradigmas del otro, el que no eres tú ni soy yo. Somos tierra, humus, cactus, raíz y savia que las recorre de la raíz al último haz. Como asoma en la lectura del Popol Vu, somos maíz:
Tonacayotl, el maíz, subsiste la tierra, vive el mundo, poblamos el mundo. El maíz, tonacayotl, es en verdad lo valioso de nuestro ser.
(Códice Florentino, citado por Lara, E. Sf. p.251)
Instalaciones blandas
Me anclan a comentar sus propuestas tridimensionales que asimilan esculturas blandas abstractas de telas superpuestas, espacios violados por los coyotes y muros de la desidia plantados en el camino de la búsqueda inmemorial de nuestras raíces y pueblos, buscándose a sí mismos al rastrear los orígenes. Porque esa tierra que buscan los migrantes, por la cual pierden su heredad, nacionalidad e identidad, en el fondo de todo es la que llevan en su misma piel y nadie, ni los coyotes, zorros o perros guardianes del poder hegemónico, se la podrá quitar.
Y ya que refiero de nuevo a los migrantes, y a un arte poblado por la animalística, no podemos dejar de tener presentes en esta ojeada al imaginario simbólico y bestiario marino que trajeron los pueblos huave mero icoot que se asentaron en el istmo de Tehuantepec, luego de migrar de las remotas selvas de Nicaragua y la Gran Nicoya en la frontera Sur mesoamericana.
Pero también me ancla a evocar la traducción al español de una bella canción en lengua originaria zapoteca, la cual previene de un colapso si no cuidamos nuestra casa natural y, por ende, útero del mundo, o Pachamama:
Caerá aire, caerá frío
caerán piedras, caerá tierra
caerá agua, caerá fuego los binni gula sa se van
se acabará la tierra
A manera de reflexión final
Digo y repito que este intersticio crítico con la lectura de la obra pictórica y tridimensional de Eliel David me evoca el color del barro, a arcillas, a savia de la vegetación como la tuna, a las tierras que cuecen a alta temperatura en los hornos construidos con técnicas ancestrales. La suya, en tanto cromática sagrada, me rememora el sabor de las aguas de café con coco servidas en Güilapán de Guerrero o las nieves del fruto de la tuna con arroz quemado de la plaza La Soledad, donde ayer abrió la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
Importa recordar que el arte contemporáneo explora y valida estos ricos matices bioculturales que competen a la identidad de los pueblos, regiones, geografías, continentes.
Y explico que he dado este giro referenciando la ecología de esta región, en tanto el arte mesoamericano se fundamenta en un binomio biocultural e histórico, que su cultivo fue responsabilidad de nuestros pueblos originarios, que lo han fundamentado y expandido su territorialidad.
Todo es color en el lenguaje del arte de Eliel David: todo es sabor, todo es olor, todo entra por los ojos y se vuelven teorías de la percepción, gestáltica, pintura, escultura, instalaciones con telas, hilos, telares simbólicos de esta cultura del Sur/Sur, cuerpos líquidos como el pensamiento actual que gravita con el viento, que aparece y desaparece como las flores del alba al subir el diáfano astro sol (El Sexto Sol esperado en la filosofía zapoteca ancestral y un nuevo baktún maya de esplendor y luminosidad).
Todo esto es el arte de una Mesoamérica traspasada por la creatividad y emocionalidad de hijos, nietos, bisnietos, tataranietos del tiempo y heredad terráquea rodeada de agua: Az-tlan (la fundacional, tal y como la dibujó el tlacuilo del códice Volturini o Tira de la Peregrinación trazada en papel amate), con estuarios y/o lagunas en cuyos suelos yergue la tuna y el águila se posa con una víbora atrapada entre el filo de sus garras.















