Bajo el título One another, la Galería Ehrhardt Flórez presenta la octava exposición de Thilo Heinzmann en Madrid. La muestra está formada por tres tipos diferentes de obra: sus recientes pinturas de arena, un pequeño grupo de sus más conocidas pinturas de pigmento (fechadas entre el año 2024 y el 2025), y un ejemplo de su serie Aicmo (piezas realizadas sobre soportes de aluminio).

En términos generales, hay ciertos fundamentos de la pintura como el color, el gesto y la composición que siguen siendo determinantes en el trabajo de Heinzmann. Su obra, de un acentuado impulso conceptual, tiene sin embargo un fuerte desarrollo material y es plenamente susceptible al humor, la sorpresa y la emoción. Se formula tanto desde modelos mecanicistas de la forma como desde modelos organicistas; y desde los procedimientos, propone un radicalismo en el trazo de marcas, gestos, brochazos e intervenciones, que se realiza indistintamente con variados utensilios y brochas, así como con sus propias manos y dedos.

En los nuevos cuadros de arena, lejos de lo informe, tal y como lo planteó Georges Bataille, la materia no está despojada o situada más allá de las formas y la razón, sino anclada a una idea. Una idea que hace alusión a las relaciones entre las cosas y a una cierta aproximación a la experiencia de la pintura alrededor de términos y expresiones como arriba- abajo, dentro-fuera, a través o en medio.

Estas piezas de arena muestran una drástica economía de los colores, rota mediante la utilización de un polvo atmosférico y multitud de fragmentos de cristales, repartidos por todo el cuadro. La pintura, concebida como un todo indivisible, desplaza ahora el espacio real para emprender un nuevo recorrido hacia su propia autonomía. Lo fenomenológico de estas obras alberga cuestiones relacionadas con la mirada, la percepción y el tacto. Se vislumbran con claridad, las huellas de las brochas arrastrando el color, o unos dedos que arañan la pintura en su superficie, logrando más que un efecto, una atmósfera, una sensación material.

La materia negruzca, con reflejos brillantes e iridiscentes se dispone sobre una superficie agitada llena de partículas de arena y polvo de color que hacen de esta nueva pintura un conjunto de operaciones mayor. Y no se trata tanto de una arena excavada y extraída de la tierra sino de otra, más misteriosa que, en palabras del artista, flota y cae. Los Tagli del artista Lucio Fontana, que han sido rescatados en algunas ocasiones para referirse al trabajo de Heinzmann, no serían ahora tan importantes como la práctica escultórica de finales de los años cuarenta, una obra más subestimada del italiano, que establecería una conexión material más directa con estos nuevos trabajos de Heinzmann. Muchas de aquellas esculturas se situaron también en un espacio incierto entre la materia y el humor. Y son precisamente estos dos sentidos a los que más atención ha prestado Heinzmann.

Por otro lado, y en relación con el otro tipo de obras expuestas, las pertenecientes a su serie de pinturas de pigmento, la idea de unidad material y temporal responde a la utilización de un pigmento no tanto aplicado como transpuesto. En ellas, especialmente en las que forman parte de esta exposición, mucho más reducidas en cuanto al uso del gesto, el color, y lo expresivo, las múltiples partículas materiales, construyen mediante su vibración interna y específica, constelaciones suspendidas en el tiempo que parecen el eco de algo acontecido tiempo atrás. Cada mínimo elemento incorporado a la superficie, las motas de pigmento (minerales y metálicos), los fragmentos de cristales de colores o las combinaciones de materiales húmedos y secos, en líquido y en polvo, buscan una precisa equivalencia en tamaño, disposición y colocación. Hay un sentido de la belleza en cuanto a una pretensión de armonía entre las partes y la relación de proporción entre las cosas, pero al mismo tiempo, entendida casi como broma, se propone una aproximación a la infinitud, enfrentando en la misma superficie pictórica las visiones antagónicas de lo bello y lo sublime.

Incorporada al montaje junto a otras obras, la pieza de la serie Aicmo, cuelga flotante en una de las esquinas de la galería. Esta obra es un ejemplo de cómo en esta serie de trabajos los soportes han ido realzando su irregularidad en cuanto a forma y contorno, y se han ido haciendo más complejas en su búsqueda por abordar cuestiones como la luz, la sombra, la dimensionalidad y el espacio. En este caso particular, el aluminio cortado y perforado, aloja también trozos de pieles, y con un pie todavía en la lógica pictórica, la obra se inclina de nuevo hacia la condición de objeto, cuestionando así la concepción misma de la obra de arte, su función y su sentido. Si, como hemos señalado antes, lo conceptual se encuentra en la raíz misma de la práctica pictórica de Thilo Heinzmann, conviene no olvidar la dimensión lúdica de su trabajo. La sensualidad, la contemplación, la belleza, la excitación y entender el proceso creativo como un todo (como lo hicieron también Sigmar Polke, Martin Kippenberger, Michael Majerus o Michael Kreber por citar algunos precedentes del contexto alemán) aportan una cualidad de sorpresa y azar a una base conceptual. El arte lúdico, ajeno a las pretensiones teóricas de Theodor Adorno o Clement Greenberg, permite quedar maravillados o fascinados ante lo mágico de la materia. Y precisamente en esa dirección apunta el papel que la textura juega en los últimos trabajos de Heinzmann. Estos transmiten la textura del soporte a un código de textura de superficie pictórica.

Y al mismo tiempo, el uso del material como soporte y el uso del material como pintura transforma su naturaleza. La manera de frotar el aluminio por ejemplo, o de pulverizar y verter el pigmento, o de cubrir con un materia más densa los lienzos de sus últimas pinturas de arena, altera la experiencia física frente a la pintura-objeto.

Descodificar esos modelos y pautas a través del material añadido a un soporte existente forma parte esencial de esta práctica. Y en sus últimas obras esta exploración, que ya formó parte del arte occidental a partir de la segunda mitad del siglo pasado, se intensifica de manera notable. Figuras como Agnes Martin, Robert Ryman o Ad Reinhardt, por ejemplo, exploraron no sólo las posibilidades del monocromo, algo que se advierte fácilmente en estas obras de Heinzmann, sino algo menos visible pero latente, que es la indagación sobre las posibilidades de la retícula.

En definitiva, One another, como exposición, plantea por un lado un ritmo que avanza en las salas, a través de tres de los modelos pictóricos que han constituido la obra reciente de Thilo Heinzman, y reúne por otro, algunos de sus materiales más habituales. De este modo se ofrece un universo pictórico que oscila entre la concepción total del cuadro -o dicho de otra forma, la relación entre la pintura y el objeto pictórico en su totalidad- y la sucesión de discontinuidades y fracturas que se plantean en cada uno de ellos. Las pinceladas, las capas y los trazos se superponen de tal manera que no hay marcas que reconstruyan el proceso de los gestos. Dicho proceso se abre a sus contrarios: de lo atómico a lo universal, y de lo explosivo a lo implosivo.