Alguien me contó que se iba a dictar un taller abierto de Teoría y Práctica de Arte. Eran 8 sesiones, 1 vez a la semana, de 1 hora y media, dictadas por un profesor llamado Ignacio. Esa era toda la información que tenía. Me acerqué a él y le pregunté si podía participar. Sorprendido de que alguien que no estaba vinculada a las artes visuales quisiera inscribirse, me aceptó, pero sus gestos delataron incredulidad.

Estaba buscando crear algo material. En mi primera clase práctica llegué tarde, estaban reunidos en un círculo, contándome a mí, éramos 14, 13 estudiantes y el profesor. Nos pidió que pensáramos en una idea, algo que estuviese relacionado al arte primitivo, conceptos que él había revisado en la primera clase teórica, a la que no asistí. Pensé rápido cómo relacionar esto con una idea que estaba dando vueltas en mi cabeza recientemente. Nos dio un tiempo para pensar y luego tuvimos que presentar la propuesta frente al grupo.

Uno a uno fueron respondiendo siguiendo el movimiento del puntero del reloj. Como quedé al final, tuve más tiempo para pensar e incluso alcancé a hacer un bosquejo en un pedazo de papel pequeño que encontré tirado sobre una mesa del taller. Les conté mis imágenes y conceptos: una planta de poroto, una espiral que iba en ascenso, los opuestos, la tierra y el aire, lo oscuro a nivel bajo y lo luminoso arriba, la materia abajo y las ideas en el cielo, el tiempo y el huevo. La espera, la paciencia, la germinación. Cuando terminé de hablar, pensé en el desafío autoimpuesto, tenía que resolverlo, eso me entusiasmó.

Días atrás había estado conversando por teléfono con una amiga que vive en el sur de Chile desde hace unos meses. Desde que se cambió a su nueva casa con un gran jardín, hablamos más de plantas. Me había enviado unas fotos de unos porotos que había sembrado y que estaban creciendo. Recordamos lo que hemos cultivado cada una en nuestras vidas. Años atrás, cuando ella vivía en Santiago, la visitaba seguido y me acordé de un avellano diminuto en un macetero que medía unos 10 cm. Lo observaba crecer lentamente cerca de la ventana, buscando la luz, la energía del sol, alargando sus ramas como un cuello largo. Aún conservo esa sensación de misterio en la energía interna, que hace que algo crezca.

Mi amiga me envió por el celular varias fotos de su jardín y las comentamos, también hablamos de otros temas, de nuestros proyectos creativos. Cuando corté la llamada, me puse a pensar en el proceso y el significado de cultivar. La palabra cultivar tiene dos acepciones. Una es dar a la tierra y a las plantas las labores necesarias para que fructifiquen. La segunda, poner los medios necesarios para mantener y estrechar el conocimiento, el trato o la amistad.

La imagen, la planta viajando hacia el cielo.

Mi obra sería un acordeón en papel de forma vertical, un fuelle que tendría dibujada una planta de poroto, iría desde el piso al techo, estaría colgado y tendría luz en la parte superior. Me interesaba incluir la iluminación en este trabajo. Todo esto lo expliqué ante la mirada atenta de mis compañeros y las anotaciones que hacía el profesor en su libreta. El grupo estaba conformado por diez estudiantes de primer año de artes visuales y cuatro mujeres, una estudiante de sociología, dos artistas visuales y yo.

Cuando alguien contaba una idea, el resto escuchaba sin interrumpir. Luego hacían comentarios enfatizando lo que les parecía positivo. Si se planteaba algún problema, el grupo proponía ideas para resolverlos, sin apego, eran sugerencias que daban como quien tira alimento al mar y los peces que quieren se acercan a la superficie para comer.

Terminadas las cuatro clases prácticas, haríamos una exposición de las obras en la antesala del auditorio. La idea motivó a todos. Ignacio nos indicó que fuéramos hacia ese espacio y decidiéramos dónde íbamos a colocar nuestros trabajos. Elegí el rincón porque era oscuro y eso me servía para el efecto de iluminación que quería incluir. En el techo había unos focos que se podían mover. Conversamos entre todos y nos pusimos rápidamente de acuerdo en dónde iban las obras de cada uno. Regresamos a la sala de clases con el diseño de la exposición.

Nos faltaba medir la obra en el espacio para resolver los soportes que se iban a necesitar. Junto a una compañera, Eva, fuimos a buscar una huincha para medir. Mientras caminábamos hacia el taller, ella me contó su idea. No paraba de hablarme, me seguía hablando mientras iban cambiando los paisajes a mi alrededor, como los fondos de una ópera. Pasaban paredes con afiches artesanales publicitando galletas mágicas, arriendos de dormitorios a estudiantes, festivales de música, un borde de metal, ventanas del casino, esculturas de fierro, un columpio meciéndose frente a la biblioteca, un camino de tierra, pasto, árboles frutales, un galpón con máquinas para soldar, una pared con herramientas, hasta sumergirnos en el fondo de una caja con huinchas profesionales de medir.

Seguía abrumada con el monólogo, su voz sin pausa no me dejaba soltar la atención en ella. De vuelta por esos mismos paisajes, pero esta vez en una secuencia veloz, un rebobinado rápido. Yo quería llegar rápido para medir el espacio. Nos turnamos la huincha, ella seguía en su zoom in lingüístico, dándome detalles que un detective apreciaría. Con todo lo que yo ya conocía de su obra podría haber dado una conferencia, exponiendo los materiales que iba a usar y los artistas que la inspiraban. Algunos de los referentes los conocía, otros no, eso la irritaba. Increpaba mi ignorancia, pero yo no me ofendía, no tenía tiempo para desgastarme defendiendo mi ego. Anotaba en mi libreta, repitiendo en voz alta para concentrarme: las medidas son 3 metros de altura y 20 cm de ancho.

Si pensaba hacer el acordeón de papel, lo primero era resolver qué tipo de papel usaría. Caminamos para devolver la huincha y ella se quedó sin reservas, vaciada en mí. Me miró y con ironía me preguntó cuál era mi obra, con qué material pensaba trabajar. Me habló de las tiendas donde podría conseguir papeles de diferentes tipos, de sus virtudes y defectos que ella había descubierto en su larga experiencia de artista visual, en sus cursos dentro y fuera de Chile. Me ordenó que anotara los nombres que me estaba dando. Dictaba impaciente apuntando con su dedo a mi celular para que escribiera sus indicaciones, la dirección donde encontraría los mejores precios, yo no ponía atención porque sabía que no iría.

Hablaba con la entonación que tienen las olas fuertes golpeando un roquerío, y me salpicaba su saliva entusiasta, yo me alejaba poco a poco de ella, hasta que el profesor me rescató. Nos llamó para formar un círculo. Ese silencio impuesto fue un alivio, podía poner mi mente en orden. Nos pidió que le contáramos qué habíamos decidido. Cuando miré el grupo, me di cuenta de que juntos formábamos un cuerpo acuoso metido dentro de un cuenco de metal, que al moverse lo hacía con densidad. Sus ondas acariciaban las paredes sin desbordarse nunca, columpiándose rozando sus límites.

Las clases teóricas eran participativas; el método socrático sigue siendo un alumbramiento, siglos después. En la siguiente clase práctica, el profesor preguntó por el avance de la obra. Las explicaciones eran más detalladas, algunos contaban sus motivaciones, otras historias personales, temas sensibles. No se decía nada frente a estos relatos. Pares de inmensos ojos observaban devorando cada palabra, dilatando sus pupilas para dejar entrar las palabras, las imágenes y la emoción, conmovidos sinceramente. La música1 era una compañera alegre en la voz de Gianluca Grignani, Gianni Bella y Cecilia.

Me pasaba parte importante de las clases paseando entre las obras de mis compañeros sacando fotos del grupo, y acercándome para preguntarles qué materiales estaban usando. Conversábamos de los errores y aciertos mutuos. Miraba, escuchaba y hablaba, pero avanzaba poco en mi obra. En otros contextos, en tiempos de espera, hacía mis maquetas. Comencé con acordeones de unos 10x10 cm. De a poco las maquetas fueron creciendo en su escala, igual que una siempreviva dorada, la flor de paja, que parece de papel. Probé con cartulinas blancas de diferentes grosores y tamaños, luego combiné dos colores, negro y blanco.

Ignacio creó un grupo de WhatsApp con mis compañeros donde compartíamos fotos de los procesos. Algunos comentaban y otros reaccionaban con emojis. Todas las opiniones me servían para seguir buscando. Yo seguía resolviendo los problemas que tenía con el material, el acordeón enorme de papel colgante parecía una persiana americana. El profesor me sugirió pintar el papel o probar con una tela liviana que tuviera movimiento, ninguna de estas ideas me convencía. Él daba opciones y uno finalmente decidía. Anotaba en su cuaderno todos estos temas que iban surgiendo. Con mi amiga, la que estaba armando su jardín, seguimos hablando de plantas y flores, yo le enviaba fotos del proceso de mi obra.

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Imagen por Daniela Vera.

Las clases prácticas se extendieron 4 clases, eso nos alegró a todos. Ignacio se había conseguido la Sala Juan Egenau, íbamos a exponer en pocos días, la fecha estaba fijada. Nos explicó que esto era una oportunidad, ya que solo los estudiantes de cuarto año y egresados exponían ahí. Tendríamos que estar listos en dos clases. Eso significaba que había que tomar decisiones más rápidas. Una forma de bajar la presión fue decirnos que, aunque los trabajos no estuvieran terminados, había un valor en exhibirlos así. Acordamos que el título de la exposición sería uno que nos identificara a todos: El Proceso.

Los trabajos de mis compañeros habían mutado en las últimas 6 clases; algunos cambiaron de técnicas, dimensiones, e incluso sus ideas. Uno pasó de la escultura al dibujo hasta llegar a la instalación. En mi caso, no encontraba la textura, la rigidez que quería. Al finalizar la clase, Ignacio nos pidió los títulos de las obras. Cuando fue mi turno, leí este texto que iba a ir junto a mi trabajo.

Un alma repite sus palabras a hombres diferentes
para aseverar que el cansancio y tedio se confundan
en tiempos y lugares por donde
se desplaza el alma vaga
Encarnando sincronismos
de una sola poesía
Refracciones y espejismo de invenciones
de múltiples egos desconocidos
En la duda
de permanecer
dibuja su trazo la materia
Una personal
desprendiendo memoria genética
en una fracción del trayecto inconsciente de los astros
De esa lógica nace nuevamente
la que desaparece
y regresa
Esa que crece
y se demora
la que se devora
en una boca de alma
la única
la vaga

Vaga: ola, onda de las aguas.

El título es La Vaga, repitió Ignacio, en voz alta mientras anotaba en su libreta. Me preguntó dónde me gustaría incluir el texto. Sugirió que grabara el texto y pusiera el audio junto a la obra, pero de inmediato recordé la entonación de Pablo Neruda y distrajo mi propia voz. Finalmente, desistí de la idea de hacer la grabación. No solo por eso, sino además porque no podía resolver el tema técnico en tan poco tiempo.

La inauguración sería en una semana. Llegué a la última clase práctica sin mi trabajo terminado. Mis compañeros estaban avanzados en sus obras, resolviendo detalles finales. Le pedí al profesor uno de los bastidores de 20x20 cm que estaban a disposición, quería probar algo. Dibujé por detrás del bastidor el dibujo que había repetido muchas veces, la planta. Luego, hice cortes con un tip top. El resultado fue mejor que con el papel. A Ignacio le pareció bien la idea, pero me sugirió que comprara un bisturí para que los cortes fuesen precisos y que también cuidara la limpieza del trabajo.

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Imagen por Daniela Vera.

Hice tres cuadros en bastidores de esos tamaños. Probé diferentes puntos de iluminación en mi dormitorio. Estas pruebas me ayudaron a tomar la decisión, haría mi obra en bastidores grandes. Compré un bisturí y dos telas de 60x90 cm. Trabajé dos noches, viernes y sábado. El bisturí fue la herramienta fundamental para mi caligrafía sobre tela.

El lunes era la inauguración a las 12:30 h. Teníamos 3 horas para hacer el montaje. Un profesor de tecnología nos fue a ayudar. Lo primero que le pedí fue que uniera los dos bastidores para que formaran un ángulo de 90º. Segundo, que quedara firme con el mínimo de intervención en la estructura porque el bastidor era muy delgado y la tela tenía calados que se podían romper fácilmente. Él hizo una unión invisible. Yo no despegaba la mirada de mi obra, preocupada de que no se manchara con las manipulaciones del montaje.

Elegí la ubicación de mi obra, detrás de un biombo que estaba en la entrada, le expliqué dónde tenía que apuntar los focos para que iluminaran directamente sobre uno de los batidores, el que estaba en posición horizontal para crear una sombra en el suelo. Con esa información se puso en acción de inmediato, trepó la larga escalera hasta llegar al techo igual que una planta trepadora. Movió los focos según mi instrucción, probamos diferentes ángulos hasta encontrar la posición que daba una sombra nítida.

La última tarea que nos dio Ignacio fue hacer las fichas técnicas, teníamos que incluir en la descripción el nombre de algún artista que pudiera ser referente de nuestro trabajo. Me sugirió el nombre de un artista el cual investigué, su trabajo y biografía. Con esa información armé mi texto. Una vez aprobadas las fichas, se podían imprimir y pegar junto a las obras.

Ficha técnica
La Vaga
Tela cortada
60x90 cm
2024

La Vaga es una obra compuesta por dos telas blancas (60 x 90 cm) que juntas se transforman en un espejismo textil. La técnica usada son cortes con bisturí sobre una tela blanca. El trazo que se dibujó es el de la planta del frijol que se convierte en una silueta de mujer.

Vaga cuyo significado es ola, ondas en el agua, comenzó a partir de la imagen de la planta del frijol en ascenso, inspirada en el cuento infantil Jack y las habichuelas mágicas. En el cielo están los huevos de oro, el estado de la paciencia y la espera por lo que tiene que germinar. Lo vertical y lo horizontal, son dos planos conectados en una energía, de lo invisible.

El proceso de La Vaga se inicia con la creación de varias maquetas pequeñas, en las que se hicieron perforaciones para que entrara la luz al papel. Luego, se realizaron formatos grandes en cartulina blanca y negra, hasta llegar a la tela blanca. El uso del bisturí para realizar los cortes permitió dibujar con el filo, una experiencia semejante a diseccionar un cuerpo, descubriendo su anatomía, exponiendo finalmente la musculatura de una mujer.

Uno de los referentes artísticos con los que se puede vincular esta obra es con Lucio Fontana, pintor y escultor argentino, quien investigó en los conceptos de espacio y tecnología. Le interesaba introducir la tercera dimensión en sus trabajos y para eso realizó perforaciones y cortes en las telas. En el año 1958 realizó sus llamados Cortes, en los que superficies monocromas centraban la atención sobre el soporte que había sido rasgado con un cuchillo.

El montaje en la sala con la iluminación completó la obra. En el proceso ignoré muchas sugerencias, pero incluí todas aquellas que se acercaban a mi sensación, a la primera imagen que tuve. La experiencia resultó un viaje personal en compañía.

Artículo por Daniela Vera.

Notas

1 En este enlace, puede escuchar la misma música.
2 Exposición colectiva "El proceso" en Sala Juan Egenau, Facultad de Artes de la Universidad de Chile.