Reconocido internacionalmente por su enfoque poco convencional en la creación artística, el trabajo de Tobias Rehberger se desarrolla en un espacio dicotómico donde se encuentran el simbolismo estético y el significado funcional. Muchos se avergüenzan de su cuerpo, muy pocos se avergüenzan de su mente, la primera exposición individual del aclamado artista alemán en la sede de Pedro Cera en Madrid presenta tres series distintas de obras que reflejan preocupaciones clave exploradas a lo largo de su práctica desde sus inicios. A través de traducciones materiales y ambigüedad visual, las piezas presentadas abarcan la pintura y el vidrio, siendo cada medio una articulación de una investigación continua sobre los sistemas de representación.

Esta línea de investigación se hace evidente de inmediato en la nueva serie de pinturas, donde Rehberger comienza reinterpretando el alfabeto latino, ideando un sistema mediante el cual la estructura lingüística se transforma en un vocabulario visual abstracto. En un primer encuentro, las composiciones evocan la intensidad cromática del Op art, presentándose como configuraciones geométricas y campos de color entrelazados. Sin embargo, dentro de estas estructuras se encuentran letras, palabras y siglas encriptadas que emergen a través de la organización espacial, generando una tensión deliberada entre la inmediatez perceptiva y el reconocimiento cognitivo, que pone en primer plano cuestiones sobre la construcción visual y la decodificación del significado.

Aunque materialmente distintas, una premisa similar se extiende a los nuevos grupos de lámparas de vidrio soplado a mano presentadas en el nivel inferior de la galería. Con forma de gota y diferenciadas por color, estas obras enfatizan una dualidad ontológica en la que la fragilidad artesanal, marcada por las idiosincrasias de una producción hecha a mano, convive con la lógica utilitaria del diseño industrial. Iluminadas desde dentro por un resplandor espectral, siguen un ritmo programado que alterna en una secuencia coreografiada, transformando el espacio en un entorno luminoso en constante cambio. Al hacerlo, las obras desestabilizan la expectativa convencional del arte como objeto estático, al tiempo que revelan los sistemas colaborativos de trabajo que sustentan su producción. Fabricadas en talleres subcontratados, las lámparas surgen de una autoría dispersa que la cultura de consumo suele ocultar, reforzando aún más la manera en que Rehberger ha adoptado constantemente métodos de producción que fragmentan deliberadamente la agencia creativa.

Es precisamente dentro de este marco expandido que las esculturas de vidrio a gran escala amplían la investigación del artista sobre las intersecciones entre uso y exhibición, remitiendo a su ya consolidada serie de esculturas (mother) a través de composiciones de elementos de vidrio apilados y equilibrados en formaciones aparentemente precarias. Sus secciones superiores permanecen intencionadamente abiertas, sugiriendo el potencial latente de funcionar como jarrones o recipientes, en referencia a la serie de jarrones retrato iniciada en los años 1990. Junto con las lámparas, estas obras articulan una meditación sostenida sobre la hibridez y las condiciones mutables de la identidad de la obra de arte, que en la práctica de Rehberger se negocia de forma constante.

Jugando con el condicionamiento cultural, su uso de formas prácticas cotidianas sirve para cuestionar la supuesta división entre valor estético y utilidad, y para desafiar las ideas preconcebidas sobre lo que una obra de arte puede o debería hacer. Con Muchos se avergüenzan de su cuerpo, muy pocos se avergüenzan de su mente, Rehberger continúa poniendo a prueba los límites de la autoría, la funcionalidad y el estatus artístico, a través de diversas estrategias materiales y conceptuales que abren nuevos espacios de posibilidad.