Por décadas, el término "Panenka" ha sido sinónimo de elegancia, atrevimiento y nervios de acero. Sin embargo, detrás de ese nombre hay una emocionante historia que va mucho más allá de un simple disparo desde los once metros. Antonín Panenka no solo fue un futbolista checoslovaco creativo, sino también un innovador que dejó un legado imborrable en el fútbol mundial.

Nacido el 2 de diciembre de 1948 en Praga, entonces parte de la extinta Checoslovaquia, Panenka creció en un contexto marcado por la Segunda Guerra Mundial y el régimen comunista. La ciudad aún mostraba cicatrices de la posguerra: edificios dañados por la metralla, familias desgarradas por las pérdidas y un clima de incertidumbre que impregnaba las calles empedradas. En su hogar, el fútbol ya ocupaba un lugar especial gracias a su padre, un apasionado del deporte.

Sin embargo, la vida le negó a este último la posibilidad de practicarlo: su verdadera pasión fueron las carreras de motos, una afición que terminó en tragedia. Tras un accidente, quedó con una lesión permanente que le provocó una cojera de por vida. Aun así, transmitió a su hijo el amor por el balón, convirtiéndose en su primer referente e inspiración.

Su pasión llevó a Panenka desde joven a las filas del Bohemians 1905 (entonces llamado Bohemians ČKD Praha), club con el que forjaría la mayor parte de su carrera. Debutó con el primer equipo en 1967, cuando tenía 19 años, en la Primera División checoslovaca. Aunque le costó asentarse como titular en sus primeros años, con el tiempo se convirtió en el cerebro del equipo, reconocido por su precisión en los pases y su capacidad para ejecutar los balones parados.

En una época en que los jugadores de Europa del Este rara vez salían de sus países, Panenka se consolidó como figura local gracias a su técnica depurada y su visión de juego como mediocampista ofensivo. En sus primeras cinco temporadas ya acumulaba más de 100 partidos en liga y se destacó como uno de los máximos goleadores del club desde el mediocampo, algo notable para su posición.

Aunque con Bohemians no logró títulos importantes —un club más habituado a luchar por mantenerse competitivo que por levantar trofeos—, Panenka se convirtió en su referente histórico, símbolo de identidad y fidelidad.

En los inicios de los años setenta, su gran rendimiento no pasó desapercibido y le abrió las puertas de la selección de Checoslovaquia. Fue Václav Ježek, entonces seleccionador nacional, quien lo convocó por primera vez en 1973, confiando en su talento creativo para reforzar el mediocampo. Debutó ese mismo año en partidos de clasificación rumbo al Mundial de 1974, aunque Checoslovaquia no logró el boleto a Alemania. Pese a ello, su papel convenció al entrenador, que lo consolidó dentro del plantel para disputar la Eurocopa de 1976 en Yugoslavia, el torneo que cambiaría su vida para siempre.

El penal que le dio la victoria a Checoslovaquia ante Alemania Federal en la Eurocopa de 1976.

La Eurocopa de 1976 no fue un torneo más: fue la cita que transformó a Panenka en inmortal. Hasta entonces era reconocido en su país como un mediocampista talentoso del Bohemians, pero aquel campeonato le dio la oportunidad de mostrar su ingenio ante el mundo.

El camino de Checoslovaquia hacia la gloria no fue sencillo. En semifinales se enfrentó a la poderosa selección de los Países Bajos, liderada por Johan Cruyff y considerada una de las más brillantes de la época. Contra todo pronóstico, los checoslovacos vencieron por 3-1 en un partido memorable, ganándose el derecho a disputar la final contra la Alemania Federal de Franz Beckenbauer, vigente campeona del mundo.

La final, disputada en Belgrado, enfrentó a Checoslovaquia contra Alemania Federal. El equipo checoslovaco sorprendió desde el inicio y se puso 2-0 gracias a los goles de Ján Švehlík y Karol Dobiaš, desatando la ilusión de un país que soñaba con la gloria. Sin embargo, los alemanes reaccionaron con la jerarquía que los caracterizaba: primero Dieter Müller recortó distancias y, en los minutos finales, Bernd Hölzenbein firmó el empate 2-2 que llevó el partido a la prórroga y posteriormente a la tanda de penaltis.

Desde los once metros, ambos equipos mostraron eficacia hasta que Uli Hoeness falló su disparo enviando el balón por encima del travesaño. Entonces llegó el turno de Panenka. Con el marcador 4-3 a favor de su selección y la posibilidad de consagrarse campeón, se acercó al balón. En lugar de un disparo potente, optó por un toque suave, elevando la pelota por el centro mientras el portero Sepp Maier se lanzaba hacia un lado. Gol. Título europeo. Y nacimiento de la “Panenka”.

Compilación de penales que emulan aquel histórico penal pateado por Antonín Panenka en 1976.

Hoy, “hacer una Panenka” es parte del vocabulario futbolístico mundial. Desde Zinedine Zidane en la final del Mundial 2006 hasta Andrea Pirlo, Francesco Totti y Lionel Messi, muchos han emulado el toque sutil que exige más valentía que fuerza. Sin embargo, el propio Panenka siempre restó dramatismo a su invención: para él, no era más que una forma inteligente de aumentar las probabilidades de marcar.

Su figura sigue siendo celebrada no sólo por un gesto técnico, sino por la mentalidad creativa que inspira a futbolistas y aficionados: la idea de que en el deporte, como en la vida, la audacia puede cambiarlo todo.

Antonín Panenka no solo dejó un penalti para la historia; dejó una lección: la genialidad muchas veces nace de la simplicidad y el valor.