“Un par de medias no es menos apto para hacer pintura que la madera, los clavos, la trementina, el óleo y la tela”. La simpleza descriptiva de una declaración de Robert Rauschenberg amplía aquello que las obras de Laura Mema apuntan. Sin ningún tipo de acopio homogéneo, óleo, tela y pincel son reemplazados por tul, cúter, bisturí, hilo y lana. La lista no responde tanto a una voluntad por desmitificar el vocabulario pictórico como a la necesidad de incorporar materiales que permitan sumatorias.

Para un dúo de filósofos cada uno era varios. Lo explicaron muchas veces y no solo en sus libros. Los “secretos de fabricación” de su escritura completan prólogos y entrevistas y en cada caso la colaboración es presentada como un material compuesto por cientos de elementos. En su comunidad de ideas no hay espacio para la dualidad. “Es el mismo decir: siempre se está solo, y siempre se es muchos. Se está solo en dúo, y se es muchos cuando se está solo”. Pero no temamos, el pronombre que eligen es poroso y no designa un sujeto excluyente sino a una multitud. En ello radica su afán de transformación.

Muchas veces Laura Mema se ha referido en su trabajo a cuerpos y especies compuestas por categorías plurales, vivas y no por ello perceptibles. Su hacer cuestiona las relaciones y las funciones que establecemos con aquello que no resulta visible. Laura no se interesa por la experiencia inmediata sino por la que surge a través de otro grado perceptivo. Para registrar la energía canalizada en un mineral ha dibujado a partir de la estructura morfológica de una amatista y le ha preguntado a un péndulo qué direcciones tomar y así poder continuar el dibujo del hexágono. Desde hace tiempo encuentra fórmulas lógicas para construir imágenes poéticas de apariencia azarosa. Este impulso, a presentar aquello que no se ve a través de lo que se ve, la llevó a fotografiar distintos fondos oceánicos y a contemplar las especies que pueblan los arrecifes de coral como receptores de información biológica ancestral.

Sus últimas piezas orbitan en torno al canto del coyuyo que, si bien habita globalmente, su sonoridad ocupa un lugar destacado en la cultura norteña. Es en el período estival cuando el canto de estas especies, cuya vibración ayuda a madurar a las algarrobas, invade toda la región. Pero su canto se hace esperar. Cuando el huevo eclosiona, la larva de coyuyo cae desde el árbol donde nació y se entierra. Excava cuevas hasta llegar a las raíces con la intención de chupar su savia y puede experimentar entre dos y diecisiete años de vida subterránea, por ese motivo su presencia en el exterior es impredecible. Las ondas vibratorias de su canto resultan atemporales y la memoria del cuerpo junto a este sonido trasciende las épocas. Su escucha trae el verano santiagueño y su presencia, al igual que la que convoca el olfato, no responde a un tipo de evidencia ocular. El sentido perceptivo aquí no es gobernado por el ojo. El canto de los coyuyos promueve una actitud auditiva, cuyo efecto es recuperado por Laura en clave estética. Prestar atención a las capacidades sensoriales conducidas por el oído, le ha permitido descubrir placas de cimática para visibilizar los efectos que provocan las ondas sonoras sobre una superficie. A través de patrones orgánicos y simétricos, el sonido de los coyuyos emerge sobre la placa y nos descubre la ingeniería interna de sus vibraciones.

A partir de tales líneas y círculos Laura elabora una serie de dibujos a color en los que emplea papel, acrílico y tul, un material, este último, cuyas cualidades hipnóticas y compositivas le han permitido establecer una continuidad entre forma y contenido. “Su materialidad”, explica, “tiene ese aspecto abisal, es un cuerpo transparente que genera volumen. El tul tiene algo de veladura, que tapa pero que a la vez deja ver. Este existir múltiple y simultáneo se termina convirtiendo en parte del entramado de lógicas sistémicas y biológicas en el que vivimos”.

El interés en esta ampliación formal no responde tanto a una voluntad por desmitificar el vocabulario pictórico como a la necesidad de incorporar materiales que permitan nuevos estados contemplativos. Y en el caso de Tinkunakuy, el acopio responde al interés por desarrollar líneas de trabajo capaces de ser producidas por otros participantes. Con la intención de generar una estructura de intercambio y una experiencia tan individual como colectiva, Laura invitó a un grupo de teleras del monte santiagueño a transcribir en una serie de obras textiles los patrones obtenidos en la visualización del sonido de los coyuyos. Las mantas fueron realizadas a través de las técnicas del telar y el bordado tradicional, un tipo de hacer iniciado por los pueblos nativos en los tiempos prehispánicos y continuado por una pequeña agrupación de teleras que atraviesa cinco generaciones. Los hilos de cada una de estas obras fueron teñidos con tintes vegetales y minerales. Los pigmentos obtenidos en el Zoco de los Tintoreros (Souk des Teinturiers) de Marrakech y adheridos a las lanas en el monte santiagueño son extractos de amapola, turquesa, menta, azafrán, cúrcuma, frutilla, henna o violeta. Un proceso metonímico y un ejercicio de trasmutación, a partir del cual cada uno de estos símbolos naturales es presentado como elementos de un posible renacimiento.

Observarlos en detalle no implica obtener algún tipo de desciframiento, sin embargo permiten preguntarnos por los colores de los lugares que visitamos cuando soñamos despiertos.

La práctica artística permite condensar en un material un ejercicio de síntesis. El tejido es una herramienta expresiva capacitada para absorber y materializar emociones, transmitida a lo largo de los años por quienes la realizan. A través de manos, dedos y uñas el tacto se extiende por el cuerpo. Ahora, pensemos por un momento en el tejido como en un tacto que se encuentra a la escucha de lo que está sucediendo. Esas voces permanecen y esas voces construyen memoria. Por ello, en el tejido las historias permanecen. Por ello también, para aquellas comunidades construidas alrededor de las tradiciones textiles la capacidad expresiva de su hacer trasciende el ornamento.

A través de las reflexiones vinculadas al Antropoceno sabemos que la especie humana ha colonizado su entorno natural. Pero la teoría no solo señala el ingreso en una nueva era geológica, caracterizada por la comprensión del impacto de una especie específica en los ciclos que garantizaban la habitabilidad del planeta, es también el modo de nombrar una era de cuidados colectivos. Laura no trata de informar, en un sentido vertical, sobre una problemática sino de ofrecer un campo de acción material con el que intervenir desde la excitación y la dulzura.

En este intento creativo por desarmar la ideología del yo, por configurar obras que hablan de un plural que no separa cultura y naturaleza, lo que surge son marcos para repensar nuestra relación con el prójimo,entendido como especie viva y no como primacía humana. Laura nos permite revisar comportamientos antiguos, a través de un vocabulario sensorial que habla de nuestras necesidades subjetivas y comunitarias.

(Texto por Mariano Mayer)