Digamos que nos invitan a una reunión de amigos. Al salir, revisamos que no nos falten las llaves, los documentos… y vemos cuánta batería le queda al celular (si somos más tecnológicos, también a los otros dispositivos como un smartwatch o una tablet).
Por favor, díganme que no soy solo yo el que entra en desesperación si el móvil está por debajo del 40%. Alguno guarda un cargador en la mochila, otro en el auto y casi siempre tenemos uno adicional en casa.
Si todo esto falla, hay que encontrar una excusa válida para pedirle al anfitrión un enchufe accesible: lo suficientemente cerca para emergencias, pero no tanto como para que el aparato termine en el piso con la pantalla rota.
Estamos, pero no estamos
Nos reunimos con amigos a los que no vemos seguido, pero pareciera que fue ayer. Tenemos contacto diario por mensajería, redes sociales, correos... y a veces hasta hablamos por teléfono.
Mientras conversamos cara a cara, nuestro teléfono sigue haciendo lo suyo: fotos para los que no vinieron, videollamadas, mensajes, notificaciones y más alertas. La mayoría, ruido blanco: ni las registramos, no son importantes, pero las mantenemos activas “por si en algún momento aparece algo bueno”.
¿Cumpleaños de un contacto? ¿Nuevo correo? ¿Descuento bancario en supermercado? ¿Día de vencimiento de un crédito? Para todo hay un aviso.
De esta forma, el teléfono pierde efectividad como herramienta de comunicación, porque la mayoría de las personas bloquea o pone en silencio los avisos que no son prioritarios.
Lo que se inventó para mejorar la comunicación a distancia nos acercó, pero ya es demasiado. Podemos estar solos físicamente, pero constantemente estamos en compañía de todas las personas que tengamos agendadas, porque pueden escribirnos a la hora que les quede cómodo (o dar me gusta a una de nuestras publicaciones, o contestar algo que hayamos enviado más temprano).
En la era de la hiperconectividad, estamos cada vez más lejos
Vivimos excesivamente conectados, charlando con amigos, seres queridos, clientes, compañeros de trabajo y conocidos prácticamente de manera constante, pero sin atender a lo que realmente está pasando porque nos falta ese contacto físico que es vital para la interpretación de señales. Perdemos la mitad de la comunicación real.
Cuando leemos un chat, el tono del mensaje se lo pone el receptor y no el emisor, totalmente lo contrario a lo que pasa en una charla cara a cara. No podemos tocar ni ver a nuestro interlocutor, lo que resta mucho al encuentro personal.
La decisión de estar presentes o ausentes es una decisión consciente que se toma todos los días. Los vínculos se nutren o desgastan en base a estas decisiones.
“No hay wifi, charlen entre ustedes”
Hace tiempo fui a un restaurant con mi familia y vi un cartel en las mesas que advertía esto. Me pareció simpático, pero después empecé a analizar por qué llegamos a esta encrucijada: nos reunimos en persona, pero vivimos en lo virtual, pedimos algo para comer, pero no lo tocamos antes de subir una foto a nuestras redes sociales.
¿Tenemos que estar mostrando todo lo que hacemos? ¿Siempre fue así? ¿Dónde quedó la privacidad y, aún peor, dónde quedó la atención que le dedicamos al momento presente?
Muchas veces no lo notamos, pero este tipo de hiperconectividad nos ha generado un nuevo tipo de ansiedad: estar disponibles, no perderse de nada, contestar todo inmediatamente, estar al tanto de las últimas tendencias. Y esto genera que exista una “competencia” entre nuestras conexiones personales y las remotas.
Lamentablemente, en la mayoría de los casos los vínculos personales pierden por goleada, porque es imposible mantener la atención al máximo si nos comparamos con decenas de diferentes fuentes de estímulos virtuales.
No es demasiado tarde
En mi caso, empecé a medir los encuentros y mensajes según su calidad y no su periodicidad. No vale si le mandé un mensaje a mi mamá para desearle un buen día, para mí solo cuenta si al menos hice una videollamada, si dediqué tiempo a escucharla, si presté atención, si no atendí otras cosas mientras tanto.
El tiempo con tu familia sirve si están conversando entre ustedes y no cada cual mirando una pantalla y compartiéndose videos, memes, gifs y conversaciones que están teniendo con otras personas al mismo tiempo.
No somos multitarea, sepamos priorizar
Mi decisión fue simple: restringir el uso del celular en reuniones importantes. Si puedo enfocarme en una reunión de trabajo, ¿por qué no con mi familia? ¿Por qué tengo que interrumpir una charla valiosa solo porque entró un mensaje?
No podemos dividir la atención entre lo que nos están contando “en vivo” y lo que apareció remoto porque, si atendemos lo segundo obviando lo primero, nos arriesgamos a que haya un disgusto en nuestro encuentro por no haber escuchado lo que probablemente sea algo importante que esperaban contarnos en persona.
Volvamos a lo básico
La mensajería instantánea es una herramienta valiosa, pero no debería ser una obligación constante. No todo es urgente. No todo necesita respuesta inmediata.
Haríamos bien en recordar que los mensajes serán almacenados en nuestro teléfono hasta que decidamos leerlos y contestarlos, mientras que los momentos en persona son efímeros: pasan rápido, no se repiten y no hay forma de revivir lo que perdimos.
Les dejo una propuesta: desconectémonos más. Esto no implica dejar de atender llamadas importantes, pero tómense un tiempo para estar en “silencio tecnológico”. Es importante darle al cerebro la posibilidad de desconectarse.
Algunas opciones que se me ocurren: carguen el celular en otra habitación, “despéguense” de las notificaciones “secundarias” dos o tres horas antes de ir a dormir y, cuando estén en alguna reunión social, estén atentos a la conversación y no a la notificación.
Entonces, a mis lectores y amigos: si me mandás un mensaje y no respondo enseguida, no te preocupes. Quizás estoy disfrutando un momento real, de esos que no se repiten: mirando el cielo, charlando con un amigo o jugando con mi hija.
Y pocas cosas son más importantes que esas.