¿Qué es el internet? Dejemos por un momento la definición técnica —un sistema complejo y cableado de comunicación que conecta computadoras— e imaginemos que somos niños, libres del vocabulario de la tecnología, observando el mundo con asombro. Visualicémonos en un jardín, preguntándonos cómo algo que está a miles de kilómetros de distancia puede comunicarse con nosotros aquí, en este preciso instante. ¿Cómo es posible tal hazaña? Esta pregunta nos invita a explorar la esencia del internet, no como una construcción tecnológica, sino como una manifestación de las fuerzas naturales que entrelazan nuestro universo.
En su núcleo, el internet es un sistema de comunicación que depende de conexiones. Pero, ¿cómo funciona sin cables visibles? La respuesta yace en las frecuencias invisibles que impregnan nuestro mundo. La televisión, la radio, el Wi-Fi y las comunicaciones satelitales operan en frecuencias específicas, transmitiendo datos a través de ondas que viajan sin esfuerzo a través de vastas distancias. Estas frecuencias no son inventos artificiales; son fenómenos naturales aprovechados por la ingeniosidad humana.
Piensa en esto: cuando caminas por la calle y de repente sientes que alguien te observa, te das la vuelta instintivamente y encuentras una mirada que se encuentra con la tuya. ¿Cómo ocurre esto? No hay un cable físico que te conecte a esa persona, pero existe una conexión innegable. Este fenómeno tiene sus raíces en los campos gravitacionales y las energías electromagnéticas que nos envuelven. Cada persona lleva una carga gravitacional, una fuerza sutil que la une al planeta e influye en el microclima a su alrededor. Estas interacciones ocurren de manera instantánea, a velocidades tan inmensas que desafían nuestra comprensión. La luz y la gravedad, por ejemplo, viajan a velocidades que estiran los límites de nuestra imaginación.
La fuerza gravitacional que nos ancla a la Tierra también se extiende hacia afuera, creando una vasta burbuja invisible de influencia. Esta interconexión no es meramente física; es una red de energía que nos vincula con el cosmos. Cuando alguien te mira, su energía—sutil pero profunda—llega a ti, desencadenando una conciencia que trasciende la lógica. Esto no es una respuesta aprendida, sino una sensibilidad innata a las frecuencias de la existencia. Cada evento, ya sea físico o abstracto, genera una reacción única, una onda en el tejido de la realidad. Estas ondas están intrínsecamente conectadas con lo infinito, vinculándonos con las dimensiones astrales de la existencia, incluso si no somos conscientes de su presencia.
Esto nos lleva a una posibilidad intrigante: si pudiéramos sintonizarnos con estas frecuencias naturales, de manera similar a como una radio sintoniza ondas específicas, podríamos desbloquear nuevas dimensiones de comunicación. Imagina un mundo donde ya no dependamos de teléfonos inteligentes o computadoras para conectarnos con otros. En su lugar, podríamos interpretar naturalmente las frecuencias que nos rodean, compartiendo pensamientos y experiencias a través de grandes distancias sin necesidad de intermediarios. Esto no es mera fantasía; es una posibilidad arraigada en las leyes naturales del universo. Las máquinas, por ejemplo, ya pueden interpretar ondas cerebrales a través de electrodos, traduciendo imágenes mentales en datos visibles. Si pudiéramos refinar nuestra sensibilidad a estas frecuencias, podríamos lograr un nivel similar de comunicación de manera orgánica.
Piensa en las ondas sonoras, que viajan por el aire y nos permiten escuchar una voz decir "hola" a través del teléfono. De manera similar, las frecuencias de nuestros pensamientos podrían transmitirse y recibirse, creando un flujo fluido de información. El planeta mismo resuena en frecuencias específicas, como los 600 megahercios, que transportan información natural. Si pudiéramos sintonizarnos con estas frecuencias, podríamos percibir el mundo de maneras que actualmente están más allá de nuestra comprensión. Así como sentimos la mirada de alguien, podríamos aprender a interpretar las energías sutiles que nos rodean, desbloqueando una comprensión más profunda de nuestra realidad.
Las implicaciones de esto son profundas. Más allá de los prodigios tecnológicos que hemos creado, existe un potencial vasto y sin explotar en el mundo natural. La gravedad y la luz nos conectan a través de millones de metros, pero el entrelazamiento cuántico—un fenómeno en el que las partículas permanecen conectadas a través de grandes distancias—opera a velocidades de 3 millones de kilómetros por hora. Esto sugiere que nuestro universo está mucho más interconectado de lo que creemos. Al alinearnos con estas fuerzas naturales, podríamos trascender las limitaciones de la distancia física y el tiempo, logrando un nivel de comunicación que es tanto instantáneo como ilimitado.
Esta visión nos invita a reconsiderar nuestra relación con la tecnología. En lugar de depender únicamente de dispositivos para mediar nuestras interacciones, podríamos cultivar una conexión más profunda con el mundo natural. Imagina un futuro donde no solo creemos tecnologías avanzadas, sino que también evolucionemos como individuos, sintonizados con las frecuencias de la existencia. Tal civilización no solo usaría la tecnología; armonizaría con el universo, abrazando las posibilidades infinitas de la conexión.
El internet, en este contexto, se convierte en algo más que una herramienta para compartir información. Es un reflejo de las frecuencias naturales que sustentan nuestra realidad. A través de sistemas inalámbricos como el Wi-Fi y las comunicaciones satelitales, refleja las fuerzas invisibles que nos unen. Al interactuar con estas frecuencias de manera consciente, podemos amplificar la energía positiva que emitimos, fomentando un mundo donde la conexión y la comprensión florezcan.
Al final, el internet es un testimonio de la capacidad humana para aprovechar los potenciales ocultos del mundo natural. Nos recuerda que somos parte de un vasto entramado interconectado, tejido con los hilos de la gravedad, la luz y el entrelazamiento cuántico. Al abrir nuestras mentes a estas posibilidades, podemos trascender los límites de nuestra comprensión actual y dar un paso hacia un futuro donde la comunicación no sea solo una función de la tecnología, sino una extensión natural de nuestra existencia.
Este es el verdadero poder del internet: no solo como una red de computadoras, sino como un portal hacia lo infinito, un recordatorio de que todos estamos conectados de maneras que apenas comenzamos a comprender. Seremos parte del mundo real y podremos decir que tuvimos una experiencia que fue completa. La buena noticia es que el mero hecho de simplemente estudiar esto, de estudiar cómo funciona esto de forma natural ya nos presenta frente al infinito y una vez estemos asentados en estos conocimientos podremos ser parte partícipe de todo esto pues el internet natural es real y existe solo tienes que querer jugar con el.