En los rincones menos evidentes, las miradas cómplices encuentran aquello que anhelan. Allí donde la materia se revuelve y se desborda, la ciudad somática se torna cuerpo vivo: su piel porosa absorbe y devuelve el eco de quienes la han transitado. Su dermis se agrieta, supura y se levanta. Guarda memorias indoblegables de rabia y deseo disidente, acoge cuerpos que rebosan y resquebrajan la rigidez de sus arquitecturas.
Allí donde la pintura chorrea, el cemento se fisura, las esquinas se corroen y los adoquines se desplazan, Catarina Botelho encuentra la interlocución deseada. Se aproxima a la ciudad escuchando sus murmullos ocultos y sus reverberaciones subterráneas. Su cámara vibra al margen y recoge aquello que no estaba destinado a ser imagen. Su fotografía es tacto y es escucha: la materia se convierte en archivo vibrante. Así, la ciudad responde a la pregunta disidente por un pasado que, como existencias incómodas, como lesbianas lenguaraces e insolentes, nos ha sido arrebatado. Una mirada que nos devuelve las posibilidades erosionadas, capaces de fracturar las superficies y reconfigurar la historia.
Si la ciudad es frontera descarnada, también es refugio: a veces clandestino e indómito, otras visible y gozoso. Materia vibrante nos invita a dejarnos atravesar por las reverberaciones de todos aquellos cuerpos disidentes históricamente excluidos del relato y que, desde el vacío, el silencio y la ilegibilidad, han persistido en desbordar los marcos de reconocimiento y seguir construyéndose desde el exceso. Cada uno de los retratos propone un encuentro íntimo y encarna una respuesta política y vital. No solo han habitado los intersticios urbanos, sino que su existir ha transformado los espacios y sus usos. Son interlocutoras directas de aquellas conversaciones que muchas lesbianas formulamos en soledad: una genealogía presente que confirma la posibilidad de una vida vivible, esa que tantas veces solo hemos fabulado desde el archivo. Son contraimagen y herencia, cuerpos lesbianos incómodos y disonantes que vivieron su juventud bajo la dictadura franquista y se resistieron a la asimilación, aún cuando no había palabras para nombrarse ni imágenes donde reconocerse. Que se afirmaron siempre como una fisura en el orden establecido.
La fotografía de Botelho es un diálogo entre materia y memoria, entre los cuerpos visibles de lesbianas disidentes y las huellas veladas que sus vidas han dejado.
Nos ofrece el espejo rugoso de esas existencias, el lugar donde la ausencia deja marca, donde el deseo se filtra por debajo del asfalto y donde el archivo se vuelve mineral. Su práctica fotográfica convoca la agencia de la materia, el eco vibrante del pasado y la posibilidad encarnada de un futuro que muchas crecimos creyendo inalcanzable. Nos encontramos, pues, en el exceso. En el residuo, en lo que se escapa, en lo que no encaja pero insiste, en lo que desborda. En lo que no se puede contener, ni ocultar, ni neutralizar. En ese temblor constante, a veces imperceptible y tantas otras desestabilizador. En las grietas de la ciudad y en las del relato. En lo que tiembla y nos agita, aunque no se vea. Donde la materia pierde su forma prevista y los cuerpos su obligación de disimularse. Nos encontramos en esa alianza inesperada entre lo que persiste y lo que resiste. Entre lo que ya no está, pero deja rastro, y lo que sigue nombrándose, celebratoriamente, cada día. Nos encontramos desbordando los marcos de lo visible, del tiempo y de los espacios, trenzando genealogías entre fantasmas y monstruas.
(Texto por Paula G. Robleño)