En septiembre de 1978 se implementó en Colombia el Estatuto de Seguridad, una temible ley decretada por el presidente Julio Cesar Turbay para contrarrestar las operaciones insurgentes del M-19 y sofocar cualquier levantamiento popular como el Paro Nacional de 1977. Sin embargo, el Estatuto daba a las fuerzas militares un desmedido poder para reprimir, judicializar y condenar ciudadanos restringiendo libertades fundamentales como el derecho a la opinión política y la disensión, a la reunión, a la circulación y a la protesta pública. Con el abuso de poder legitimado por orden presidencial, los allanamientos sorpresivos, las capturas clandestinas, las torturas y ejecuciones extrajudiciales se volvieron pan de cada día, dejando en 1979 la cifra de 4.098 detenciones arbitrarias y 6.819 para 1980, además de 485 desapariciones forzadas ejecutadas por el ejército entre 1978 y 1981.
Solo un mes después de la puesta en marcha del Estatuto, Carlos Granada (Honda, 1933 – Bogotá, 2015) presentó en la Galería Belarca la serie titulada Hacia afuera entrando, que representaba juicios militares, torturas y ejecuciones, anticipándose a lo que serían las drásticas medidas del gobierno de Turbay, y que a su vez, continuaba los temas y denuncias abordados por Granada en la serie El color de la vida y el color de la muerte, presentada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en 1976 y descrita por la prensa como “una especie de anfiteatro donde asisten, convocada por la violencia desatada; la vida que se ofrece en el enfrentamiento con la represión, el dolor abierto desafiando la morbosidad de los torturadores de la libertad…”.
Desde finales de los años cincuenta la pintura de Carlos Granada se había consagrado a un arte de denuncia que revelaba los estragos del conflicto bipartidista, y en 1963 obtuvo el primer premio de pintura en el Salón Nacional de Artistas con una obra sobre las repercusiones de la violencia en las poblaciones rurales (Solo con su muerte). Su asociación con otros artistas que concebían también las manifestaciones artísticas como un aparato de divulgación de la cruda realidad del país lo llevó a conformar proyectos colectivos como Testimonios (1965-1967, junto a Norman Mejía, Pedro Alcántara y Augusto Rendón) o el Taller Cuatro Rojo (1972–1979, junto a Nirma Zarate, Diego Arango, Umberto Giangrandi, Jorge Mora y Fabio Rodríguez Amaya).
A pesar del temor generalizado por parte de artistas e intelectuales a manifestarse en contra de las políticas oficiales y el Estatuto de Seguridad, Granada no tuvo reparo en mencionar la inspiración de sus obras en 1978: “Mi obra no se refiere solamente a ese periodo histórico colombiano denominado La Violencia, sino a un periodo mucho más amplio que abarca al actual, en el cual la violencia se presenta diariamente a manera de crónica roja, atracos, robo, etc., etc., y más aún, la violencia oficializada”.
Granada ’75 –’78: reflejos de una violencia oficial revisa con obras de aquel contexto -de las series Hacia afuera entrando (1978) y El color de la vida y el color de la muerte (1976)- la premonitoria y rápida reacción del artista en aquellos tiempos críticos.
(Curaduría y textos, Christian Padilla)