Mikado parte de un ejercicio minucioso y cuidadoso de selección, en el que Hoyos asigna un valor secuencial a cada uno de los componentes del juego: los palitos, las tapas, las cajas, las instrucciones. Diseca el conjunto y lo amplifica a través de un ejercicio plástico de acumulación, del cual emergen patrones derivados de la propia formalidad y constitución de los elementos. Con más de cuarenta mil palitos, crea una dinámica propia: un juego alterno a las reglas con las que fue concebido originalmente. Es entonces un juego del juego. Una relación conjunta de patrones, de perspectivas y de ritmos.

Mikado obedece a una recontextualización y resignicación material que cuestiona el valor asignado a los objetos. Las líneas de colores de cada palito construyen una aproximación genuina a una estética visualmente intrincada. Las estructuras que surgen a partir de esta unidad mínima revelan el carácter volumétrico adquirido por el proceso de selección y acumulación. Un elemento en apariencia rígido e irrelevante se transforma, así, en una pieza fundamental que determina su lugar en el conjunto y como totalidad que genera un movimiento.

En este sentido, la obra se fundamenta en un interés por los detalles mínimos, aquellos que suelen pasar desapercibidos o que resultan totalmente irreconocibles. La artista dirige la atención hacia lo aparentemente carente de valor, enfrentándonos con su monumentalidad para reivindicar su dignidad estética. Al mismo tiempo, establece un diálogo crítico con las dinámicas de sobreproducción que caracterizan a nuestra sociedad, y que han generado un excedente de mercancías, muchas veces almacenadas en bodegas o depósitos, destinadas eventualmente al descarte. Así, en este encuentro entre lo pequeño y lo monumental, se propone una nueva mirada sobre aquello que el consumo ha vuelto invisible.