En el 2017 Judith Duportail contó que, con apoyo legal, solicitó a Tinder toda la información que tenía sobre ella, y recibió cerca de 800 páginas. Estas incluían sus Me gusta de Facebook, enlaces a su fotos de Instagram (que ya no funcionaban porque había borrado la cuenta asociada), muchos detalles personales de su vida y de sus gustos, así como dónde y cuándo sucedió cada una de las conversaciones que tuvo con cada uno de sus match de la plataforma.
Eventos como este nos hacen pensar en cuánta información realmente le estamos entregando a las redes sociales, cuyos algoritmos mejoran permanentemente y, al día de hoy, la mayoría tiene muchos años de información sobre nosotros. Luke Stark, un sociólogo de tecnología digital en la Universidad de Dartmouth, dice que la data se entrega más fácilmente cuando no la vemos, porque “no podemos sentir la data”, y que por eso impacta ver la información impresa, reunida y a la vista, cuando adquiere materialidad para nosotros.
El problema no sucede solamente en las redes sociales tradicionales sino también en la facilidad con la que damos nuestra información a lo largo y ancho de internet, a través de cookies, conexión de cuentas y demás. Hace unos años la periodista Kashmir Hill hizo una investigación sobre las apps que monitorean los ciclos menstruales, a raíz de haber comprado por Amazon vitaminas prenatales y empezar a recibir anuncios sobre el tema en distintos lugares de internet. Descubrió que la seguridad de todos estos sitios era bastante dudosa y que la información, que empezó a dar intencionalmente, era filtrada por todo internet para ofrecerle publicidad incluso en Spotify.
Solemos pensar que la información que guarda cada plataforma es individual y se limita a lo que nosotros le damos: correo electrónico, fotografías, contactos y más, pero en realidad los algoritmos saben mucho más sobre ti de lo que puedes imaginar. También detectan el dispositivo, tu dirección IP, las otras personas con las que compartes ese WiFi, tus hábitos de consumo, horarios y actividades, cómo te relacionas con otras personas y qué personas son, pueden sacar conclusiones por la marca de tu teléfono y los lugares por donde andas, conoce tus afiliaciones políticas y religiosas, intereses, hábitos y tu localización a todo momento, entre otros. Si tienes dispositivos como Alexa o Google Home (o muchas veces el mismo asistente del teléfono) pueden escuchar tus conversaciones aun cuando no estás explícitamente hablando con esos dispositivos.
Parece trivial pues sabemos que es información que no pasa por manos humanas, sino que es solo a través de algoritmos y sistemas automatizados que se utiliza esta información para mostrarnos publicidad que esté lo más hecho a la medida para cada persona, de modo de aumentar las probabilidades de que esa persona compre el producto o servicio porque es de su interés específico. Muchas veces te habrá sucedido que hablas sobre algo y te aparece publicidad al respecto, o que buscas sobre un tema y le empieza a aparecer publicidad de este a tu pareja que vive contigo. Nada es casualidad.
El problema con la publicidad, además de que promueve el sobreconsumo y desmotiva la economía circular, es que no siempre es de productos y servicios, también puede ser de ideas, de políticos y de propuestas sociales. Esto no sería peligroso de no ser porque utilizamos internet durante muchas horas al día, los algoritmos nos conocen a la perfección y fácilmente alguien puede utilizar eso para controlar masivamente a la población.
Basta con hacer campañas publicitarias segmentadas por sector político, ofreciendo una vista sesgada de lo que cada persona quiere ver según su visión de mundo para convencer masivamente a las personas de que apoyen una causa, voten por un candidato o den dinero ciegamente a un objetivo. De hecho, muchos ya creen que esto se ha utilizado para que algunos candidatos, que no habrían tenido oportunidad de otro modo, ganen elecciones.
El otro problema es que la seguridad de las plataformas no es infalible ni tampoco confiable. Muchas venden sus bases de datos al mejor postor y, las que no, siempre corren el riesgo de que haya un hackeo o filtración, y allí se vuelve altamente sensible que puedan tener años de información personal, contactos y datos de todo tipo, pues en las manos equivocadas el uso que se les dé puede ser catastrófico.
Entrando en un mundo en el que los datos no están solamente en nuestros dispositivos, también han empezado a sumarse los datos biométricos, que serán cada vez más frecuentes en diversos ámbitos. En Chile, Worldcoin empezó a ofrecer dinero en criptomonedas a las personas a cambio de escanearles el iris del ojo, y muchísima gente lo hizo, pero a pesar de que es una práctica que fue prohibida en España y en Portugal, aún las barreras legales sobre el manejo de los datos biométricos son bastante grises en muchos países, y pueden llevar a suplantación de identidad y abuso del uso de los datos personales.
¿Qué podemos hacer? Ser conscientes de la información que recopila cada plataforma, leer los términos y condiciones de estas, conectarte solamente desde redes privadas en las que confías, tener autenticación de dos pasos en todos los lugares que lo permitan, no entregar datos en sitios web ni plataformas de dudosa procedencia, no compartir información personal en redes sociales (ni siquiera en mensajería privada), y también verificar y ajustar la configuración de privacidad en cada plataforma y navegador web.
En un mundo cada vez más conectado es nuestra responsabilidad hacer un esfuerzo activo por cuidar lo que entregamos a la web y también lo que consumimos de esta.