Cuando nos sumergimos en la cultura argentina nos encontramos con una gran cantidad de expresiones artísticas que van desde la música como tango, folklore y rock, a la tan fervorosa pasión por el fútbol, acompañado por las comidas tradicionales como asado o mate. Entre estas tantas producciones, ha surgido una de las más resignificadas este último tiempo, se trata de la tradición del uso de los grafitis, las pintadas en la pared con mensajes, distintas estéticas o firmas distintivas.

La pintura política es una de las primeras formas de este tipo de arte en hacerse eco en Argentina. Mensajes como «Perón vuelve» o «Vote a la UCR» adornaban las paredes y se convertían en los lugares en los que la gente lee cotidianamente, especialmente en la época en la que el acceso a la televisión no era universal. Sin embargo, también hay muchos antecedentes negativos, como el infame grafiti «Viva el cáncer» que tuvo lugar cuando Evita estuvo enferma. Pintar las paredes se transformó, de esta manera, en una apropiación y disputa por el espacio público.

El interrogante sobre qué constituye el arte es una cuestión que se lleva tratando años, y nos lleva a la discusión sobre si los grafitis o las pintadas son considerados arte. Esta discusión cobró relevancia, especialmente en el siglo XX, cuando este movimiento artístico se gestó. En la actualidad, se podría afirmar, aunque con cierta ambigüedad, que los grafitis son una manifestación de arte urbano, efímero en su naturaleza, con algunos perdurando años y otros desapareciendo en cuestión de días, ya sea por disputas entre grupos, intervenciones por parte de las autoridades locales o simplemente por el paso del tiempo.

El acto de pintar las paredes se convirtió en un producto cultural argentino que surge desde los márgenes de la sociedad. Esto nos recuerda que, si bien el acceso a los productos culturales es limitado, el pueblo genera sus propias formas de representación en las calles, otorgando nuevos significados a lo que para otros puede considerarse un acto únicamente de rebeldía. De esta manera logran llevar a cabo una reelaboración simbólica del arte urbano.

En cuanto a la producción hegemónica de productos culturales, podemos afirmar que en la sociedad hay sectores más beneficiados y otros más perjudicados, pero esto no significa una dominación total por parte de los sectores hegemónicos, estas dos formas coexisten, y a su vez, están en una tensión constante. Por ello, debemos considerar a las culturas populares con cierto grado de autonomía. Son en estos lugares donde se refuerza el arraigo territorial y el sentido de pertenencia a través de expresiones artísticas

Dentro de la diversidad de grafitis, podemos diferenciar, en primera instancia, dos tipos. Por un lado, el grafiti vandálico, que lo podemos encontrar en varios lugares de la ciudad o de los barrios, uno de los más usuales es en las paredes de los trenes. Por otro lado, está el grafiti común, que se hace sobre muros, es decir aquellas paredes que separan algo del exterior con una función de seguridad, por ejemplo, las de una antigua fábrica. Estas manifestaciones artísticas, incluso las de carácter vandálico, constituyen la identidad de un barrio, convirtiéndose en los lugares donde muchas personas eligen plasmar su arte, de esta manera se integran a la cultura de este país. El grafiti propio del Hip Hop es un género que vino a traer el concepto de «bomba», de los colores, los estilos, es como una firma de quien lo ejecuta, la cual es reconocible muchas veces solo por la estética con la que está hecha, allí radica el carácter distintivo. Estos últimos embellecen la ciudad de manera alternativa.

Actualmente tienen su auge los grafitis hiperrealistas, ya sea de ídolos populares, como de personas de los barrios. Estos últimos son el reflejo de las injusticias y los crímenes que ocurren en los sectores populares, una forma de recordar y de mantener vivos en las paredes a esos seres queridos que han perdido la vida. Esta práctica se dio en muchos países, pero sobre todo en los barrios de Argentina, y esto también nos revela la dolorosa realidad que se vive a diario marcado por el aumento de la mortalidad de muchos jóvenes.

El grafiti en Argentina se ha convertido también en un medio de protesta, no solo por los crímenes que se vivieron, sino que conforman un lugar de expresión contra las desigualdades sociales. No solo constituyen arte visual, sino que reflejan las luchas que enfrentan las comunidades marginadas que frecuentemente son silenciadas. Cuando no encuentran otro medio donde puedan expresar su voz y ser escuchados libremente, la pared se presenta como una hoja en blanco que permite la conexión con quienes pasen por ese lugar, una forma de resistencia creativa para quienes son ignorados.

En definitiva, las pintadas en la pared se han convertido en una parte integral de la cultura argentina, un nuevo lienzo en blanco que permite que el pueblo se exprese y reclame su espacio en la conversación cultural. Sin negar sus matices, lo positivo y lo negativo, con permiso o como un acto de vandalismo. Desde los mensajes políticos hasta las obras hiperrealistas, este fenómeno artístico sigue escribiendo una narrativa única en las paredes, que se convierten en la imprenta de los pueblos y está presente en cada rincón, una narrativa que captura la esencia y la complejidad de la Argentina contemporánea, y que permite que florezcan nuevas formas de expresión artísticas que desafían los productos hegemónicos y le aportan una identidad propia de las vivencias de quienes habitan los barrios.