Tuve un sueño sobre un río: brotaba de una fuente en la montaña; y esa fuente, en lo profundo, se conectaba con otras aguas que la nutrían, que daban al mar, que recibía la lluvia de las nubes movidas por el viento, fuera del capricho de los continentes. Y vi que los árboles que bebían de aquel río, que nacía de aquella fuente, eran como un solo árbol, en todos los ríos, que eran un solo río. Y los animales que bebían, una sola bestia, como todos los árboles, todas las plantas, eran asimismo una sola. Y vi que la tierra entera era una gota en el universo, que era un sueño. No había caminos desde mi realidad hacia aquel sueño sin violencia, salvo el deseo de que mi realidad pudiera elevarse hasta el goce aquel que sentía al saltar sobre mi egoísmo, y sabiéndome la fuente aquella de agua que alimentaba al río, unir mi deseo a todas las fuentes, de donde todos beben, y así sentir el deseo de los otros como un solo deseo y romper la ilusión del sueño para sentir al que lo crea. Esto le dije al rav Laitman con la intención de mi pregunta, casi con la mirada. Y él me respondió:

—No podemos sentir al Creador con nuestros sentidos, pues el mundo, egoísta, es como una vasija en la que la Luz no entra. No puedes entrar a un nuevo estado si no has terminado con el discernimiento del anterior. Debes aclarar minuciosamente el estado en que te encuentras ahora y en el momento en que termines el análisis, el estado cambia. No podemos cambiar los estados por la fuerza. Cada estado existe hasta el momento en que sientes que no puedes permanecer más en él y debes avanzar. De este modo ocurre el desarrollo material, evolutivo, pero también el espiritual. Cuando empezamos a odiar nuestro estado y no lo aguantamos más, entonces esta actitud nos obliga a salir de él. Porque el odio significa distanciamiento en el mundo espiritual y por eso entramos en el siguiente estado. Pero para esto se necesita un discernimiento correcto. De otra forma, puede suceder que «el necio se siente con los brazos cruzados y se coma a sí mismo».

—Y entonces, como la mujer de Lot, no podemos detenernos cuando llega el momento de avanzar...

—«Pero su mujer miró hacia atrás y se convirtió en una estatua de sal.» ¿Qué quiere decir que la mujer de Lot se convirtió en una estatua de sal?

—¿Regresó a lo mineral, al más bajo de los deseos?

—¿Qué significa salir de Sodoma y Gomorra? Avanzar hacia un estado superior. La mujer de Lot mira hacia su pasado, hacia su estado anterior, no queriendo perder el confort que tenía, temerosa de lo incierto. Se mostró contraria a la voluntad del Creador, pues pensó solo en sí misma. Y así, se aferró a la klipá, que es lo contrario a la shejiná, es decir, lo espurio. Y por ello está escrito: «se convirtió en una estatua de sal» pues ya no podrá abandonar su estado.

De repente ya nada era lo mismo. Fui consciente de que, si regresaba a lo que había sido, no solo sería un farsante, un mentiroso, sino algo peor aún, alguien que sabiendo lo que tiene que hacer, no lo hace, por lo que obra peor que el ignorante, quien no distingue lo correcto de lo incorrecto. Pagaría con dolor alimentar mi bestia egoísta, separarme de esa totalidad que había vivido por un instante, y cuya dulzura me había embriagado para siempre con el saber cuán despreciable era la oscuridad que en mi habitaba, cuán abyecta la bestia de mis placeres mundanos. Ya no podría mezclar carne y leche como antes. ¿Pero al embriagarnos con la emoción de avance, cómo separar lo fatuo, el camino que secretamente alimenta el ego?

Por alguna razón aquellas palabras, «el necio se siente con los brazos cruzados y se coma a sí mismo», daban vueltas en mi cabeza, como si fuera la pieza de un rompecabezas que tratara de encajar en «se convirtió en una estatua de sal». Cerré los ojos, como si no hubiera otra cosa en mi mente que aquellas dos frases y yo las contemplara minuciosamente. Pero al abrir los ojos estaba de improviso en la estación central de trenes de Colonia y escuchaba como un anciano le decía a un muchacho:

El número π, se tomó de la letra inicial de las palabras griegas περιφέρεια periferia, y περίμετρον perímetro, referidas a una circunferencia. Desde antes de los antiguos griegos, los antiguos egipcios usaban este número, claro que con otro nombre. De acuerdo al papiro Rhind que se remonta a la época del escriba egipcio Ahmes en el año 1800 a.C., el área de un círculo es similar a la de un cuadrado cuyo lado es igual al diámetro del círculo disminuido en 1/9; es decir, igual a 8/9 del diámetro. Esto arroja un valor de pi igual a 3,16049, si usamos cinco decimales.

—¡Qué increíble, desde el antiguo Egipto! —dijo el joven.

—Luego, en Mesopotamia, algunos matemáticos empleaban en el cálculo de segmentos, valores de pi igual a 3, alcanzando en algunos casos valores más aproximados, como 3 + 1/8, esto es 3,125.

—Pensar que las matemáticas son tan viejas...

—En todas partes las encontramos. Hasta en la Biblia, en I Reyes 7: 23-24:

«Hizo fundir asimismo un mar de diez codos de un lado al otro, perfectamente redondo. Tenía cinco codos de altura y a su alrededor un cordón de treinta codos». Luego hay otra en II Crónicas 4:2, cuando se hablan de las medidas del Templo de Salomón: «También hizo un mar de metal fundido, el cual tenía diez codos de un borde al otro, enteramente redondo; su altura era de cinco codos, y un cordón de treinta codos de largo lo ceñía alrededor». Ambas citas dan 3 como valor de π lo que supone una notable pérdida de precisión respecto de las anteriores estimaciones egipcia y mesopotámica. Y así, como vez, solo para hablar de los cálculos de la antigüedad, desde el papiro de Ahmes, que da una aproximación de pi de 3,1605, te diré que tenemos otros cálculos, como de la tablilla babilónica de Susa, cerca de trescientos años después, de 3,125, el cálculo judío que acabo de mencionar de 3,2143, la de los matemáticos indios, de 3,09, luego Arquímedes, con 3,1416. Fíjate que hay una extraordinaria de un matemático chino, Liu Hui, que calculo 3,14159 en el siglo tercero de nuestra era. Otro chino, Zu Chongzhi, trescientos años después obtuvo dos excelentes aproximaciones, al dividir veintidós entre siete y trescientos cincuenta y cinco entre ciento trece. De hecho, lograron mejorar su mejor cálculo solo novecientos años después, una barbaridad.

—¿Y todo ese trabajo solo por un número?

—Bah, ¿qué decirte? En la actualidad se han llegado a millones de decimales, en lo que parece ser una obsesión, o más que eso, un «modus vivendi».

—¿Y qué importancia tendría que fuera racional?

—Bueno, todas las operaciones que lo involucran dejarían de tener resultados aproximados, para empezar, sabríamos cuantas veces cabe exactamente el diámetro en la circunferencia de un círculo, pues decir que cabe pi veces, es aceptar que cabe tres veces, y un poco más, que no podemos medir exactamente.

Vi que otro anciano vestido de negro y con sombrero se acercó a la banca en la que estábamos. Era un rabino, pero me sorprendí cuando se dirigió al otro hombre:

—Estimado colega —dijo—.

De alguna manera me llamó la atención que los dos ancianos fueran matemáticos. Y así el rabino continuó:

—Me fue imposible pasar por alto su conversación, y me temo que hay algunas imprecisiones en lo que a las citas bíblicas se refiere.

El otro anciano lo miró estupefacto.

—Ciertamente uno de los problemas más intrigantes de la geometría de todos los tiempos es el cálculo de la circunferencia del círculo. En el Joshev Majashavot, el Rabi Refael Imanuel Jai Riki, señala que: «El ancho de un hexágono circunscrito dentro de un círculo es exactamente un tercio del perímetro del polígono, ni más ni menos». Pero el Joshev Majashavot resalta que es obvio que el perímetro de un círculo de 10 codos de radio no es exactamente 30 codos. Ni en Reyes 7: 23-24 ni en II Crónicas 4:2 hay error alguno. ¿Qué sucede con el resto? Sucede que en el Joshev Majashavot no se está calculando pi, sino que los seis lados del hexágono hacen referencia a los seis días de la semana, el resto al shabat. Uno de los nombres del Creador es Shadai, שַׁדַי, cuya geometría, es decir la suma del valor de sus letras, es 314, y dado que la base numérica de la Torá es 10, sería equivalente a 3,14, el valor con tres dígitos de pi.

Luego, en el texto hebreo del verso de Reyes, la palabra «perímetro» (קו, kav) se escribe y se lee diferente. Tal variación entre la forma en que se lee una palabra y la forma en que se escribe es uno de los fenómenos misteriosos de la Torá. En este caso en particular, la palabra está escrita קוה , pero se lee קו . El punto obvio, como lo resalta el Joshev Majashavot, es que, para un círculo con diámetro de 10 codos, la circunferencia no es exactamente 30 codos. La letra adicional ה que aparece en la forma escrita pero no se lee indica la presencia de un resto que fue eliminado. Usando esta información, otro rabino famoso, Gaón de Vilna, calculó el valor de pi, dividiendo el valor de la forma escrita de la palabra perímetro, es decir, 111, según la suma de los valores de sus letras, entre la forma oral, 106, y lo multiplicó por 3, obtenemos una buena aproximación para π: 3 x (111/106) = 3,1415094 ¿Te preguntaste por qué al cociente de los perímetros los multiplicó por tres? Así, el radio de un círculo cabe tres veces en su perímetro, más un resto, que es inmedible, y que llamamos «número irracional». Esto es que, para entender la Creación, la razón no basta, pues es infinita.

—Extraordinario, colega —dijo el anciano sentado a mi izquierda poniéndose de pie y yendo a saludar al rabino matemático.

Luego vino a memoria la imagen de aquel «profeta» de mi niñez que repetía como papagayo largas citas de la Biblia, seguramente sin entender más que su propio capricho quisiera. ¿Era la sabiduría la puerta a la sociedad altruista. Entonces recordé las palabras del rav Laitman: «el necio se siente con los brazos cruzados y se coma a sí mismo». Y si así es, ¿quién era el necio, el sabio o el ignorante? ¿Ambos se unen, como a un ídolo a lo que saben? ¿Qué era aquella necedad a la que se refería el rav Laitman? A mi cabeza venían los versos:

Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aún esto era aflicción de espíritu.

Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor.

¿No era Salomón, el sabio entre los sabios? «La razón está dominada por el ego, y la sabiduría no es la esencia de la Torá, sino la adhesión con el Creador» repetí, más que recordando las palabras del rav Laitman, de alguna inexplicable forma, entendiéndolas. Recordé cómo parafraseaba a su maestro, Rabash: «No conocemos lo que no hemos alcanzado», y cómo este se reía piadosamente de quienes repetían de memoria la Torá y los libros de los cabalistas. Luego, decía el rav Laitman que decía Rabash: «A lo sumo, como en la escalera de Jacobo, ves los estados superiores, aunque no hayas llegado. El Creador lo permite».