El mundo rula y al caer
Se muerde la cola
¿Por qué has tenido que crecer?
¡Maldita la hora!1

I

Si yo fuera Dios los hilos de la realidad serían como serpentinas de un uroboros incesante, una danza eterna de creación y destrucción que se enroscaría en un abrazo interminable. El mundo tomaría la forma de una esfera perfecta, donde el tiempo mismo sería una corriente circular, un río que fluye en un constante retorno a sí mismo.

Imagina un océano en el que los barcos navegan en círculos, dejando a su paso estelas de memorias que se disuelven en la distancia. Las olas, como las estaciones del tiempo, se elevarían y caerían en una coreografía etérea, mientras las criaturas marinas se lanzan a un ballet submarino en el que cada movimiento es una pincelada de arte efímero.

Los árboles, con sus ramas entrelazadas como los eslabones de una cadena infinita, alcanzarían el cielo en una búsqueda perpetua de significado. Sus hojas caerían en otoños cíclicos, formando una alfombra crujiente que sería devuelta al viento con cada cambio de estación. Y en cada hoja, un reflejo de la luna, una pequeña esfera de plata que enciende el camino de la noche.

Las montañas, en su ascenso espiralado hacia el firmamento, serían escaleras hacia lo desconocido, cada peldaño una oportunidad para contemplar el mundo desde una perspectiva diferente. En sus cimas, el sol nacería y se pondría una y otra vez, pintando paisajes efímeros en lienzos celestiales que cambian de tonalidad con cada revolución de la esfera.

Los seres que poblarían este mundo circular serían reflejos distorsionados de la imaginación. Dragones alados, con escamas iridiscentes como fragmentos rotos de un espejo de sueños, surcarían los cielos en un baile eterno. Mariposas gigantes, con alas como caleidoscopios, dejarían tras de sí estelas de colores que se funden y mezclan en el viento.

Y en el centro de este universo circular, como el corazón de un reloj que late al ritmo del cosmos, se encontraría el uroboros. Una serpiente que se muerde la cola en un abrazo de paradojas, un recordatorio constante de que todo regresa a sí mismo, en un ciclo de muerte y renacimiento. Sus escamas serían espejos que reflejan la dualidad de la existencia, el absurdo de la repetición interminable.

Si yo fuera Dios, en este mundo de surrealismo circular, sería un pintor que mezcla los colores de la realidad y la fantasía en su paleta cósmica. Cada trazo, cada pincelada, sería un eco de la eternidad, un susurro en la sinfonía del uroboros que se retuerce y se desliza por los rincones de la mente humana, recordándonos que, en el absurdo del ciclo, encontramos la belleza de lo impredecible.

II

En este universo que he hilado con las hebras del pensamiento, las montañas son espirales que se elevan hacia el cielo y las nubes flotan en un océano de colores cambiantes. Los ríos son senderos serpenteantes que se entrelazan y se funden, creando un flujo eterno de agua que nutre la tierra y los seres que la habitan.

Las criaturas que pueblan este mundo circular son tan extrañas como asombrosas. Hay dragones que respiran fragmentos de estrellas y mariposas cuyas alas son ventanas a otros universos. Los árboles tienen raíces que se extienden hacia el interior de la Tierra y ramas que se pierden en el abrazo del firmamento.

En este cosmos de infinitas posibilidades, el tiempo es una espiral en constante movimiento. Los días se deslizan suavemente de uno a otro, como las piezas de un rompecabezas que encajan con perfecta armonía. Las estaciones fluyen como notas musicales en una sinfonía planetaria, creando un ciclo perpetuo de nacimiento, crecimiento, decadencia y renacimiento. De nuevo…

El uroboros que serpentea a lo largo de los límites de este mundo es más que un símbolo: es el latido mismo de la realidad. Su mordida en su propia cola representa la eterna dualidad de la existencia, el continuo flujo entre lo que es y lo que podría ser. Cada vez que la serpiente se traga a sí misma, el universo se desvanece en un destello de luz, solo para renacer en un nuevo amanecer.

Como el tejedor y observador de este mundo circular, mi papel es el de un maestro de marionetas de madera otoñada, sin alma. Tejo los hilos del destino y el azar, entrelazando las historias de seres cuyos destinos están unidos en la eternidad. Mi mano guía las tormentas y los eclipses y mi aliento da vida a las estrellas que iluminan la bóveda celeste.

En esta esfera donde los límites entre lo real y lo irreal se difuminan, donde el uroboros es el relojero del tiempo y la realidad es un lienzo en blanco para la imaginación, celebro mi papel como un dios extrañamente surrealista. Cada pensamiento, cada suspiro, cada latido de corazón agrega un matiz a este mundo circular, tejiendo una historia irreal que nunca deja de sorprenderme.

III

Los símbolos desde siempre han servido como puentes entre lo tangible y lo abstracto, capturando conceptos complejos y universales en representaciones visuales poderosas. El uroboros, una imagen de una serpiente o dragón que se muerde la cola, formando un círculo continuo lo es también. Símbolo ha trascendido culturas y épocas, llevando consigo significados profundos relacionados con la teoría del eterno retorno, la causalidad y la repetición.

El eterno retorno sostiene que todos los eventos y acciones que han ocurrido, están ocurriendo y ocurrirán se repiten en un ciclo sin fin. Esta noción plantea la idea de que nada es casual y que todo está conectado en un tejido de felicidad cósmica de viejos-nuevos acontecimientos interdependientes. El uroboros se convierte en un símbolo apropiado para ilustrar la idea de la existencia, su forma circular representa el ciclo infinito de la vida, la muerte y el renacimiento.

La filosofía alquímica defiende que el uroboros representa la unión de opuestos y la búsqueda de la totalidad. Todo es eterno retorno porque, a través de la repetición constante, se alcanza una comprensión más profunda de la totalidad de la existencia. Nada es casual, ya que cada repetición lleva a una mayor revelación de la realidad subyacente. La casualidad se disuelve en un orden cósmico en el que todo se repite y se entrelaza en una danza eterna de significado y propósito.

Como todo se repite, incluso las casualidades, en realidad todo forma parte de un patrón preestablecido que se manifiesta en cada ciclo. Esta interconexión de eventos sugiere un orden subyacente en el caos aparente y pone de manifiesto la profunda interdependencia de todas las cosas.

IV

La vida, la muerte y el renacimiento están intrincadamente vinculados en una danza perpetua.

Y ahí, junto al uroboros estampado en la cúpula del cosmos que marca el eterno retorno, aparece su hermana: la parusía.

Esa aseveración fundamental que espera una (re)venida de un ser divino, de un nuevo Dios hecho hombre. El regreso triunfal y glorioso de este ser, marcando el fin de los tiempos y el inicio de una nueva era. Aunque la idea de la parusía implica un sentido lineal de tiempo, también comparte elementos con la ciclicidad al introducir la noción de un ciclo de vida, muerte y resurrección. Por eso, unidos uroboros y parusía germina la esperanza en una culminación significativa y definitiva de la historia humana para llegar a un devenir cósmico y eterno. ¡Ay, si yo fuera Dios! ¿Podría evitar eso que hace que el hombre no sea eterno?, ¿esa auto devoración? Aunque, bien pensado, el uroboros también se auto devora, he ahí el sentido de la existencia en un retorno cíclico y cósmico.

Si yo fuera Dios, trenzando galaxias entre mis dedos como si fueran hebras de algodón dulcemente estiradas, tejería en el lienzo del universo los hilos de la parusía, ese momento en que todo lo oculto se revela como un juego de espejos en el que la realidad y la fantasía bailan un vals silenciosamente cruel.

Y así llegamos al absurdo de la vida, un baile desenfrenado en el que las mariposas arrancan risas de los corazones rotos y los sueños más profundos se desvanecen en el rocío de la mañana. Somos actores en un escenario que se transforma sin cesar, donde nuestras risas y lágrimas pintan un lienzo efímero en el lienzo del tiempo. El absurdo, una melodía que resuena en cada rincón del universo, recordándonos que somos protagonistas y espectadores de un teatro sin guion ni director.

Y así, en medio de este torbellino de significados y símbolos, surge la amenaza cruel. Si yo fuera Dios, al final de esta danza cósmica, amenazaría a los hombres no con castigos, sino con la certeza de su propia insignificancia. Los haría enfrentar el espejo de la realidad desnuda, donde sus aspiraciones y logros se desvanecen como sombras en la noche. Les mostraría la travesía del uroboros recordando a todos los seres que la vida es un constante renacer.

En esta revelación, los hombres comprenderían que el absurdo es la esencia misma de la vida, y que la búsqueda de significado es un juego interminable en el que las respuestas son siempre más preguntas. Así, la amenaza no sería de sufrimiento, sino de iluminación; una llamada a abrazar la incertidumbre y a encontrar la belleza en la danza caótica de la existencia y, en medio de este caos ordenado, los hombres encontrarían su papel de la gran incertidumbre, aceptando su pequeñez con humildad y abrazando el enigma de la vida con valentía.

Te has encontrado
un gusano en la bañera
y al ir a matarlo te preguntas:
¿Qué me ha hecho a mí el gusano?
Tú dale tiempo dale tiempo, dale tiempo.
(…)

Vamos caminando juntos de la mano de derrota en derrota hasta la victoria final. Vamos ondeando arriba nuestros trapos luchando contra la derrota interminable hasta el final.2

Notas

1 «La cuenta atrás». Los enemigos, del álbum La cuenta atrás, 1991.
2 «Banderas Negras». Chucho, del álbum: Los años luz, 2016.