Más de un año después del inicio de la guerra en Ucrania, los gobiernos latinoamericanos y caribeños siguen defendiendo su neutralidad, a pesar de algunos gestos de solidaridad con Ucrania. La región ha sufrido un impacto económico y sus líderes observan el conflicto de cerca, aunque para la población siga siendo, por la distancia, un asunto lejano y ajeno que se vive por televisión y por las redes sociales.

Para algunos, sigue siendo una «operación militar especial» para «desnazificar» Ucrania y evitar que la OTAN se expanda hasta las fronteras de Rusia. Otros, ven la guerra como la primera invasión territorial de un Estado soberano en Europa en 80 años, con el fin de anexar un país e incorporarlo a Rusia. Todo depende del canal de televisión o del diario que consulten.

La política exterior latinoamericana está, desde hace al menos dos décadas, orientada hacia la autonomía, buscando un lugar entre las grandes potencias económicas, como Estados Unidos, Rusia y China. En las últimas décadas, sin embargo, Occidente ha perdido influencia política y sobre todo económica en América Latina. El choque para la economía y política mundial se ha producido al mismo tiempo que América Latina aún trataba de recuperarse de las consecuencias de la pandemia.

Aunque la guerra involucra directamente sólo a Rusia y Ucrania, el enorme apoyo financiero y militar otorgado por Estados Unidos, la mayor parte de Europa y los países miembros de la OTAN a Kiev han convertido a este conflicto en un asunto global. Para los organismos internacionales, la desaceleración económica, el aumento de la inflación y la lenta recuperación de los mercados laborales a nivel globales, tres de los principales impactos de la guerra, tendrán un impacto en la región aumentando la pobreza y la inseguridad alimentaria –entre otras causas- por el aumento de los precios de la comida.

América Latina mantiene históricas relaciones con Estados Unidos, pero su contacto con Rusia ha crecido en las últimas décadas y se han registrado diferentes posturas. El único dirigente latinoamericano en visitar Ucrania en tiempos de guerra —ofreciendo una muestra de apoyo simbólico— es, al momento, el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, en julio pasado. Cabe recordar que el Mercosur se opuso a darle tribuna al presidente ucraniano Volodomor Zelenski en su reunión cumbre en Asunción de Paraguay.

El gobierno de Brasil ha mantenido una posición de no intervención en el conflicto, que se corresponde con la diplomacia histórica brasileña. El presidente Lula da Silva reforzó esta postura durante su encuentro a comienzos de febrero con su par de Estados Unidos, Joe Biden, y aseguró que Brasil buscará promover el diálogo y la paz en un esfuerzo coordinado con China e India. Además, Lula se ofreció para constituir un grupo de países mediadores entre Ucrania y Rusia.

Argentina también ha mantenido su neutralidad, aunque con una postura menos clara, común en su presidente Alberto Fernández. Colombia y México también han decidido no intervenir en la guerra y han asegurado que no la justifican y que buscan la paz. Al mismo tiempo, han criticado el envío de armas a Ucrania por parte de países occidentales. La pugna geopolítica mundial por el control y acceso a los recursos energéticos ha puesto a América Latina en el foco de interés de muchos países occidentales. El reciente viaje del canciller alemán, Olaf Scholz, a Brasil y dos países de «triángulo del litio», Argentina y Chile, es un buen ejemplo de ello.

Las presiones de Washington

Para los dos grandes partidos de Estados Unidos hay dos grandes enemigos en América Latina: el socialismo y la presencia china. Esto es compartido tanto por demócratas como por republicanos, que insisten en advertir abiertamente que los vínculos con la República Popular China son negativos para la región. Incluso señalan que implicarían un «pacto con el diablo», mientras presionan a las autoridades regionales a ser cómplices de su aventura bélica en Ucrania, señala Pedro Brieger, director de Nodal.

También los rusos hacen su juego. El secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolái Pátrushev, visitó Venezuela y Cuba. En Caracas se reunió con el presidente Nicolás Maduro, para tratar temas de geoestrategia y defensa. El mismo día del encuentro con Maduro, Pátrushev voló a apenas algunas decenas de millas de Estados Unidos, a Cuba, para mantener «consultas bilaterales interinstitucionales», donde fue recibido de nuevo al más alto nivel: Raúl Castro, y el presidente, Miguel Díaz-Canel. Así, más allá de los matices, esta visita de Pátrushev ratifica la línea directa de Moscú con Caracas y La Habana, en un momento muy especial del tira y afloje diplomático por la tensión en Ucrania, en la que América Latina se convirtió, otra vez, en un territorio en disputa, analiza Marcos Salgado.

En América Latina, la guerra se percibe en gran medida como un asunto de Occidente y aun cuando la mayoría de los países latinoamericanos apoyaron el año pasado las resoluciones de la ONU que condenaban a Rusia como causante de la guerra, rechazan en principio medidas de mayor alcance, como sanciones económicas o incluso el envío de armas a Ucrania, a pesar de las peticiones explícitas de los militares estadounidenses.

La general Laura Richardson, jefa del Comando sur de EE.UU., había revelado que Washington les pidió a seis países de América Latina que donen a Ucrania su equipamiento militar comprado a Rusia. Porque es el que más conocen los soldados ucranianos, quienes próximamente, cuando pase el invierno, podrían enfrentar una nueva ofensiva rusa, lo que les daría poco tiempo para entrenarse con las armas más modernas que proveen los socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

«Rusia tiene aliados en los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, pero otros seis países tienen equipamiento militar ruso. EE.UU. está tratando de que esos seis países donen el equipamiento militar ruso a Ucrania y reemplazarlo con armamento estadounidense», dijo la militar durante un evento del think tank estadounidense Atlantic Council (Consejo Atlántico), a mediados de enero. Los seis países en cuestión son Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú.

La militar, refiriéndose a la importancia de los recursos naturales de la región, destacó las reservas de petróleo más grandes, incluidas las de crudo ligero y dulce, descubierto frente a Guyana hace más de un año; Venezuela con petróleo, cobre, oro; la importancia del Amazonas como pulmón del mundo. Y «también tenemos 31% del agua dulce del mundo en esta región», concluyendo que «esta región importa ya que tiene mucho que ver con la seguridad nacional y tenemos que empezar nuestro juego».

El gobernador de la austral provincia argentina de Tierra del Fuego, Gustavo Melella, le respondió: «no, señora comandanta, no son sus recursos naturales; es la riqueza de los pueblos latinoamericanos. No necesitamos ser tutelados. No toleraremos ninguna amenaza a nuestra soberanía, ni que la historia de saqueos imperialistas se repita». Su antecesor, el almirante Craig Faller, señaló en su despedida: estamos perdiendo nuestra ventaja posicional en este hemisferio y se necesita acción inmediata para revertir esa tendencia.

Los valores están siendo socavados por violentas organizaciones criminales trasnacionales, la República Popular China y Rusia incluyendo a actores estatales regionales malévolos como Cuba, Venezuela y Nicaragua. «Yo le dije que nuestra constitución tiene como orden en el terreno internacional la paz, y así quedara eso como chatarra en Colombia, no entregábamos las armas rusas para que se llevaran eso a Ucrania a seguir una guerra», sentenció el presidente colombiano Gustavo Petro.

Igual de duro fue el mandatario de México, Andrés Manuel López Obrador, quien –además- criticó la decisión de Alemania de enviar tanques de guerra Leopard-2 a ese país en conflicto. «El poder mediático es usado por las oligarquías en el mundo para someter gobiernos. No quería por ejemplo Alemania involucrarse mucho en la guerra de Rusia y Ucrania y en contra de la población de Alemania o de la mayoría de los alemanes, decide el gobierno mandar más armas a Ucrania por la presión de los medios de comunicación alemanes», denunció.

Adam Isacson, director de supervisión de la Defensa en la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), recordó que la región tiene un largo historial de «no alineamiento» en los conflictos de las grandes potencias. «No creo que sea un acto de solidaridad con Vladimir Putin, sino un deseo de tomar distancia del conflicto y no ser visto como el hermano pequeño de la OTAN», señaló. Isacson no cree que el rechazo al pedido de enviar armas afecte las relaciones entre la región y EE.UU. o Europa. «Me parece más probable que Washington esté descontento con la general Richardson por hablar públicamente sobre esa solicitud. Si realmente era algo que querían, lo hubieran negociado de forma privada», dijo.

Muchos analistas ven en la negativa de los países latinoamericanos a imponer sanciones contra Rusia una prueba del «antiestadounidismo» extendido en la región y un acercamiento a la postura rusa. Difícilmente América Latina podría obtener también un beneficio geopolítico de la guerra, pero teme que pueda desacelerar el crecimiento y provocar una mayor inflación por la volatilidad de los mercados financieros y el pavor a la incertidumbre, e incluso crisis de seguridad alimentaria en algunos países de la región. Se estima también un ritmo de creación de empleo más lento.

Lo cierto es que Occidente se esfuerza demasiado poco por atender América Latina y sus preocupaciones específicas. En su lugar, los intereses económicos de Occidente ocupan el primer plano, aunque casi siempre vienen con la etiqueta de «defensa de la democracia». Lo que está claro por ahora es que a poco más de un año del comienzo de la ofensiva rusa con la meta de frenar a la OTAN en Ucrania, hay un nuevo espacio de disputa en el conflicto.