A menudo hablo con la gente, con mucha gente, y esto a pesar de ser una persona ligeramente introvertida. Hablar en muchos casos significa para mí hacer preguntas y escuchar. Una de las sensaciones que tengo después de estas conversaciones, es que la gente no es racional. Al contrario, se deja llevar por impulsos y a muchos les falta capacidad para analizar y entender su situación personal en términos relativamente objetivos. Además, existe una gran propensión a considerar como válidos argumentos o afirmaciones desprovistas de toda conexión con la realidad y datos referenciales. Este hecho, junto a muchos otros, hace que las personas sean, por definición y naturaleza, fáciles de manipular lo que es en sí una tragedia, ya que muchos de los peligros que encontramos en la vida cotidiana son resultado y consecuencia de esta «deficiencia» o anomalía.

El porcentaje de analfabetos funcionales es alto, aun en países que podrían ser considerados desarrollados. Pensar, evaluar, indagar, tener una actitud crítica e informarse apropiadamente es una excepción en vez de ser la regla y esto implica que la democracia en práctica sea una ilusión. Por otro lado, los políticos, en vez de invitar a pensar, usan un lenguaje y formas de comunicación que representan lo opuesto a los métodos socráticos, conocidos como mayéutica, que en griego antiguo significa «facilitar el parto», en este caso, el conocimiento y la reflexión. Estos, los políticos, en vez, de basarse en datos concretos y presentar dilemas, tienden cada vez más a la simplificación, eslogan y repetición constante de los mismos temas y en muchos casos con falsos argumentos y dilemas, apelando a emociones y malestar, sugiriendo y personalizando las causas de estos estados en algunos grupos o fenómenos sociales, estigmatizando minorías y emigrantes, como la causa de todos los males.

Todo esto ha hecho que los partidos que ganan las elecciones son aquellos cuyas técnicas de manipulación y comunicación son las más «eficaces» y mientras más lo son, más ilusorio se hace el mito de la democracia y en realidad, estos personajes son los menos preparados para gobernar. Por otro lado, invitar a pensar, reflexionar, o hacerse preguntas es contraproducente, ya que encierra el riesgo de aislarse políticamente y perder consenso y votos, reduciendo aún más lo poco que queda de participación y control por parte de los electores.

Estas pocas y modestas observaciones nos llevan a una exigencia perentoria que es la de buscar nuevas formas de comunicación, que puedan combinar un efecto didáctico, motivante e informativo que permita «revivir» el diálogo democrático, distanciándolas de las ideologías y proponiendo soluciones sensatas a los problemas de todos los días, que tengan como objetivo el bien común y la integridad. Pero esto, conociendo a los políticos de hoy día, es una mera utopía y el resultado será el caos social, cuando los problemas que tenemos que afrontar son día a día mayores como pueden ser el medio ambiente, el cambio climático, desigualdad social, educación activa, coexistencia pacífica y salud mental.

En pocas palabras, el problema de la comunicación política está determinado por una instrumentalización de las informaciones, subordinando la honestidad y transparencia a los deseos de poder, beneficios personales y proselitismo, cuando la comunicación real requiere el reconocimiento y respeto del interlocutor, que en este caso no existe y además se lo niega. Por estos motivos y la urgencia misma de los problemas que tenemos que afrontar el imperativo es cambiar la política cambiando radicalmente las formas de comunicación.