Además de recordar su gobierno, se enfoca las huellas monumentales del último emperador de la gens Flavia, tan querido y tan odiado de vivo como de muerto, cuyo concepto de continuidad dinástica dominó gran parte de sus acciones. Llevó a cabo la exaltación de su familia, manifestada por medio de arcos honorarios al hermano divinizado y, en donde se levantaba su casa natal, mediante la construcción del Templum Gentis Flaviae.

Tito Flavio Domiciano (Roma, 51 -96), hijo de Vespasiano y hermano de Tito, emperador de Roma entre los años 81 y 96, con el objetivo de reforzar la estructura del Imperio, por un lado actuó una política de expansión territorial (consolidación de la conquista de Britania, construcción del “limes” germánico, victorias con los sármatas y suevos); por otro combatió al Senado agraciándose las clases populares (restauraciones y embellecimientos en Roma) y provinciales (extensión de los derechos de ciudadanía, concesión de cargos y honores). Comportándose como un soberano absoluto, provocó revueltas y conjuras, hasta que en el curso de una de éstas -formada en el mismo palacio imperial, con la complicidad de dos preferidos del pretorio y de su mujer Domizia Longina- el emperador fue asesinado.

La exposición italiana narra la complejidad y los contrastes de este personaje y de su imperio, valiéndose de unas cien piezas procedentes de algunos de los más importantes museos.

Tras la relevante muestra “Los mármoles Torlonia”, que celebraba la apertura al público de la nueva sede de los Museos Capitolinos, la Villa Caffarelli despliega otra grande cita de arqueología romana, fruto de un acuerdo cultural de alcance internacional, entre la Superintendencia Capitolina de los Bienes Culturales y el Rijksmuseum van Oudheden de la ciudad holandesa de Leida, que ya la alojó hasta mayo 2022.

Ahora, el montaje de la exposición romana resulta diversamente articulada en el recorrido narrativo enriquecida con nuevas obras. La elección de la sede expositiva queda justificada por su fuerte ligamen con al emperador protagonista, al ser lujosamente restaurada después del incendio del año 80: se trata del Templo de Júpiter Capitolino, en cuyos cimientos se levantó la Villa Caffarelli.

La centralidad de los lugares privados del emperador inicia en el contexto del Quirinal, la colina en la que Domiciano nació hasta llegar a la grandiosidad arquitectónica y decorativa de las villas fuera de Roma y, especialmente, del Palacio imperial en el Palatino, obra del arquitecto Rabirio. Y este es el lugar donde el emperador aparecía como “dominus” y en donde la fastuosidad y el lujo flavio se expresan plenamente, valiéndose de los nuevos lenguajes arquitectónicos y decorativos con la decidida utilización de los mármoles coloreados.

Mientras el itinerario por los lugares públicos domicianos documenta la inmensa actividad edificadora, actuada tanto en la reconstrucción de los edificios destruídos por el incendio del año 80 como en la realización de nuevos monumentos útiles para la propaganda imperial. Entre éstos, el Foro Transitorio, mandado a levantar por Domiciano pero inaugurado por su sucesor Nerva, además del proyecto de una intervención urbanística del área entre el Quirinal y el Campidoglio con el desmonte de la continuidad montuosa entre ambas famosas colinas. En los edificios para los espectáculos (Estadio, Odeón, Anfiteatro Flavio “Coliseo”) se expresaba mayormente el consenso de la plebe. El efecto y el ambiente que aquellos provocaban en el público quedan evocados por el calco del sepulcro de Quinto Sulpicio Massimo, hijo de Domiciano, fallecido con 11 años, cuya inscripción recuerda la brillante participación de este niño prodigio en el tercer certamen capitolino de poesía griega. Además, Domiciano mandó a levantar en Campo Marzio -donde ahora surge la basílica de Santa María sobre Minerva- el templo de Isis y Serápide, ladeándole un templo dedicado a Minerva, la diosa a la cual era particularmente devoto, cuya estatua, la llamada Minerva Giustiniani, aún se conserva. Otro santuario en honor a esta diosa fue construído al lado del restaurado templo de Castore, bajo el Palatino y, sobre todo, fue edificado un grande templo, otro dedicado a Minerva en el Foro Transitorio o Foro de Nerva, en el cual se pueden ver los restos del elegante pórtico y un relieve con la imagen de la citada divinidad de la lealtad en la lucha, la virtud heroica y la justa guerra.

A propósito de la venerada diosa, en Albano, a principios de primavera, se celebraban unas fiestas instituídas por el emperador en honor siempre a Minerva, presididas por los sacerdotes de la diosa, duante las cuales se representaban espectáculos teatrales, concursos poéticos y musicales, además de juegos circenses. Por su lado, en la sección “Domiciano fuera de Roma, fuera de los confines”, que introduce el plano del imperio, se afrontan la relación con el ejército y la actividad constructora y monumental en las ciudades y en los territorios del imperio, confirmando la cohesión militar y social.

Comisariada por Claudio Parisi Presicce, Maria Paola Del Moro y Massimiliano Munzi, la exposición se distribuye en 15 salas para ilustrar la historia de Domiciano “compleja figura de príncipe y tirano no comprendida por los contemporáneos y sucesivamente por la posteridad”, que basaron su juicio en las fuentes históricas y literarias substancialmente adversas al emperador. Si bien, más recientemente, el estudio de las fuentes epigráficas, ha revelado la imagen de un emperador atento a la buena administración y a la relación con el ejército y con el pueblo. Sin olvidar que, como censor vigilaba la moralidad de los ciudadanos, dio orden de destruir los numerosos libelos que circulaban contra los personajes más populares, prohibió a las prostitutas el uso de la camilla y el derecho a heredar, la castración de los esclavos y aplicó con rigor la “lex Scantinia” contra el estupro y la “lex Julia” contra el adulterio y el concubinato.

La violenta “damnatio memoriae”, que según el dramático testimonio de Suetonio y Cassio Dione, habría conllevado inmediatamente tras su muerte la destrucción de las estatuas que lo retrataban y la eliminación de su nombre en las inscripciones públicas, resultó ser en realidad limitada a ciertos contextos sin encontrar confirmación en el número de retratos existentes en Roma y en todo el imperio, llegados hasta hoy día: entre los más bellos se destaca precisamente el busto de los Museos Capitolinos.