Cuando uno habla de Uruguay, piensa en las playas, como la de la coqueta Punta del Este, paraíso de fugadores seriales de capitales, o su interior verde -con soja y vaquitas ajenas- y costa bordeada de playas, o en la capital, Montevideo con su puerto y la Fortaleza en la cima de un cerro que no llega a los 100 metros de altura.

Casi la mitad de la población del país vive en torno a la costa del Río de la Plata plena de playas, al son del borocotó-chás-chás de los negros tamboriles, de cara a la Puerta de la Ciudadela, que da acceso a la Ciudad Vieja, con edificios art deco, casas coloniales y el turístico Mercado del Puerto.

Uruguay es el «paisito», que fue el primero en reconocer el voto femenino y las ocho horas de trabajo. Pero si usted va a Wikipedia le dirá que Uruguay se destaca en América Latina por ser una sociedad igualitaria, por su alto ingreso per cápita, sus bajos niveles de desigualdad y pobreza y por la ausencia casi total de indigencia. En términos relativos, su clase media es la más grande de América, y representa más del 60% de su población total.

Más que una descripción de la realidad, parece un spot publicitario para incentivar el turismo. Habla, quizá, de un país que fue… ¿la Suiza de América? (quizá por ser paraíso de capitales fugados).

La población en Uruguay es de unos 3,3 millones de habitantes, de los cuales 1.718.000 son mujeres y 1.619.000 son hombres. El 58% de la población mayor de 60 años está constituida por mujeres, con una esperanza de vida de 79 años, mientras que los hombres solo 70. Tiene una tasa muy baja de fecundidad, de 2.4 % para el 2000. Las tasas de natalidad y mortalidad son igualmente bajas. La población urbana es el 93% y 7% la rural.

El héroe nacional es José «Pepe» Artigas, un general elegido por su pueblo, el primero en proclamar la independencia absoluta de las colonias, el sistema de confederación de las provincias de ambos lados del río Uruguay, la libertad civil y religiosa, la igualdad y la seguridad de todos los individuos (indígenas y afrodescendientes incluidos) que debían constituir la base de los gobiernos.

Dejó una serie de máximas sobre democracia, ética, unidad, que hoy apenas se recuerdan en textos: La causa de los pueblos no admite la menor demora, Que los más infelices sean los más privilegiados, Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos, Con libertad ni ofendo ni temo, Sean los orientales tan ilustrados como valientes, No venderé el rico patrimonio de los orientales, al bajo precio de la necesidad.

Y también: Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana, Los pueblos de América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos, Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi nación. Que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí, Para mí no hay nada más sagrado que la voluntad de los pueblos, Cuando no tenga soldados pelearé con perros cimarrones.

Y ahí anda desde hace un siglo ya, montado en su caballo, tratando de cruzar la Plaza Independencia de Montevideo para llegar hasta la Casa de Gobierno, donde hoy habita un tal Luis Lacalle Pou, hijo de otro Luis Lacalle Herrera, que seguramente nunca digirieron las enseñanzas del viejo Artigas, que murió exiliado en Paraguay.

Jamás la idea de los patriotas era la de independizar la banda oriental. Estaba clara la idea de una federación, las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero eso no les convenía a los ingleses que perderían el manejo de los dos puertos, el de Montevideo y el de Buenos Aires, y no estaban dispuestos a tener otra colonia en América, tras la independencia de Estados Unidos. Y entonces, con la intervención de Canning y Lord Ponsonby, los diplomáticos ingleses idearon el estado tapón entre Brasil y Argentina, un «algodón entre dos cristales».

A diferencia de todos los otros países de la región, y a pesar de que combatieron junto a Artigas por la independencia, Uruguay no tiene indígenas: los gobiernos «patrios» mandaron masacrarlos, aniquilarlos y los últimos charrúas fueron el cacique Vaimaca Perú, el chamán Senaqué, el joven guerrero Tacuabé y su mujer Guyunusa, embarazada de pocos meses, vendidos en 1833 por el presidente Fructuoso Rivera a un circo francés. Habían llegado a Montevideo dos años antes en calidad de prisioneros, luego de la masacre de Salsipuedes.

La realidad de hoy

Hoy es la inflación, el encarecimiento de la vida y la pérdida de poder de compra de trabajadores y jubilados lo que caracterizan el panorama económico y social de Uruguay, donde las ollas populares y merenderos alimentan aún después de la pandemia a 170.000 personas por semana y suministran más de 45 mil porciones de alimentos diarios para saciar el hambre que afecta a buena porción de los tres millones y poco de habitantes, ante la falta de sensibilidad del gobierno, preocupado por satisfacer las apetencias del agronegocio.

Una de las consecuencias de la crisis asociada con la emergencia sanitaria fue el brusco aumento de la cantidad de personas con graves dificultades para alimentarse. Ante esta situación y la falta de soluciones del gobierno derechista de Luis Lacalle, hubo una notable respuesta solidaria de organizaciones sociales y barriales, con el involucramiento de mucha gente en ollas populares y merenderos, que en algunos casos ya existían y en otros se crearon.

En el último mes, además, se ha destapado una caja de Pandora de los vínculos y operaciones del narcotraficante Sebastián Marset con el poder político, futbolístico, empresarial y delictivo del Cono Sur. La responsabilidad de las autoridades uruguayas en la fuga del narco, es una papa caliente que se la pasan de mano en mano. El caso ha levantado polvareda en altas esferas del gobierno involucrando al propio presidente Luis Lacalle, su canciller Francisco Bustillo y al ministro del Interior Luis Alberto Heber.

Es cierto: Uruguay ha vivido una reducción de la pobreza, pero básicamente de la llamada «pobreza monetaria», es decir, aquella medida por el ingreso de las personas u hogares. Pero si se consideran las variables cualitativas (calidad de vida, entorno, acceso a servicios), las mejoras no son tales. Puede haber más dinero en el bolsillo, pero las condiciones de vida no cambiaron y hay más gente en situación vulnerable (29%, la mayoría mujeres jefas de hogar), al borde de caer en la categoría de pobreza.

En los últimos años la sociedad sufre un fenómeno de fractura social y un aumento de la violencia urbana, en especial en la periferia. Se habla de una «nueva pobreza urbana», generada por el desacople entre la mejora de los indicadores monetarios y la integración social, con fuerte sesgo territorial, desde la asunción del gobierno de derecha.

Fernando Filgueira, sociólogo y jefe de la oficina del Fondo de Población de las Naciones Unidas en Montevideo, comentó que el «crecimiento del mercado es clave para atacar la pobreza, pero no necesariamente es eficiente para atacar la desigualdad. Uruguay precisa crecer y también distribuir, ambas cosas», agregó.

La vida no vale nada

Son 14.196 las personas que se suicidaron en Uruguay desde 1996 en una población de poco más de tres millones de personas que habitan en este país «tan chiquitito que en el mapa no se ve». Y en el mismo período fueron asesinadas cinco mil personas. Los números entumecen la sensibilidad: en estos años por causa de todo accidente, murieron 30.000 personas.

Uruguay enfrenta una severa crisis económica por tercera vez en cuatro décadas. Si bien sus orígenes fueron muy diferentes, repasar los efectos de las crisis anteriores sobre la desigualdad y la pobreza en Uruguay puede contribuir al debate actual sobre el diseño de políticas de contención al rápido deterioro de las condiciones de vida de la población.

Esto se vuelve particularmente relevante porque Uruguay viene de una aguda retracción económica (5,9% del PIB en 2020, primer año de gobierno de la coalición de derecha). En el 2021 el 10,6 por ciento de la población se encontró por debajo del nivel de pobreza y los valores más elevados se registraron entre los niños de seis a 12 años de edad con 19,4 por ciento y de cero a seis años con 18,6.

El consumo en comercios uruguayos cayó 5 % en el primer semestre del año. Los uruguayos cruzan el «charco» (el Río de la Plata) para hacer sus compras en la Argentina, favorecidos por una ventaja cambiaria y precios controlados del otro lado del río. Llegan con dos maletas vacías y vuelven con las mimas, pero llenas.

El ministro de Trabajo, Pablo Mieres, dijo que uno de cada tres uruguayos mejoró su ingreso, o sea (dicho sin dar vuelta la realidad), el 67% de los uruguayos, ganan menos que antes. Y reconoció que será difícil que la recuperación salarial comience este año y el gobierno postergará ese compromiso.

El empleo empezó a decaer en 2022. Comparando el número de personas empleadas en diciembre pasado con el dato de junio de este año, se refleja una caída de 28.000, pasando de 1.672.000 personas empleadas a 1.644.000. Esto va también de la mano con la caída del salario real.

Los datos son indicativos de la política económica llevada a cabo por el gobierno: por un lado, la riqueza de la economía crece reflejada en el aumento del PIB, pero por otro, eso no se refleja en el aumento del empleo y los salarios. El crecimiento está orientado hacia el mercado externo mediante las exportaciones, lo que significa el aumento de la ganancia del sector exportador, evidenciando donde se está acumulando la riqueza.

Como el Uruguay no hay, decía la canción de mitad del siglo pasado. De 126 mil desocupados en diciembre se pasó a 151 mil en junio de este año, lo que supone que el número de personas desocupadas aumentó en 25 mil. Mientras, la inflación no cede, alcanzando en julio un aumento acumulado en los últimos 12 de meses de 9,6% (y en lo que va del año ya acumuló un 7%).

El uruguayo es detectable en cualquier lugar del mundo: anda con un termo bajo el brazo y un mate en la mano, el documento de identidad. Hasta antes de la dictadura eran «orientales» de la República Oriental del Uruguay (o sea, no tiene nombre propio sino dirección geográfica) y así constaba en los documentos. Uruguay, situado en el puesto 33 del ranking, tiene una baja densidad de población de 20 habitantes por km2. Y una tasa de crecimiento demográfico de 0,3%.

Hoy la esperanza de los uruguayos está depositada, como desde 1924, en su selección de fútbol y lo que pueda hacer en el mundial de Qatar. El sueño es poder volver a cantar –sin sonrojarse ni estar borracho- el «Uruguayos campeones de América y del mundo», como en Ámsterdam. Colombes, Montevideo, Maracaná.

Suicidios, homicidios, cárceles

Pero aterricemos, si las condiciones climáticas lo permiten, en este Uruguay de hoy. Allí también el suicidio es mala palabra porque da miedo individual y colectivo, porque nadie sabe qué nivel de desesperación, desbalance, desesperanza -o quizá total lucidez- sufre una persona para terminar con su vida. Más de 14.000 muertes por suicidio es un disparate del que lentamente vamos tomando conciencia, aunque el fenómeno viene de lejos, dice El Observador.

Es que la tasa suicida ahora supera los 20 casos por cada 100.000 habitantes (frente a la media americana de 10 y la europea, de 15.4). Nada nuevo bajo el sol: desde los años 2000 hasta ahora la tasa uruguaya siempre supera los 15 casos por cada 100.000 habitantes.

Sí, es el mismo país otrora campeón olímpico y mundial de fútbol que lidera rankings internacionales de calidad democrática y calidad de vida, de energías verdes y de destinos turísticos, pero también encabeza lastimosas listas de altísimas tasas de suicidios.

El pico se dio en 2019, con 723 muertos, o 20,55 suicidios por cada 100.000 habitantes. Pero están en un nivel altísimo desde hace tiempo: 718 personas en 2020, 710 en 2018. El año pasado, el Uruguay donde gobernó una coalición de derecha encabezada por Luis Lacalle, rompió otro récord con 758 suicidios o 21,39 suicidios cada 100.000 habitantes.

Es el mismo Uruguay donde sabemos cuántos niños están vacunados, cuántos van a la escuela, si las embarazadas se hicieron todos los controles y cuántos tipos de cáncer enferman o matan a cuántas personas. Se sabe cuántas personas se suicidaron, pero no hay un registro sistemático sobre cuántas intentaron hacerlo, que es el indicador más claro de riesgo suicida.

Y entonces uno se pregunta por qué más del 80% de quienes se suicidan son hombres, porqué hay tantos adultos mayores, pero también jóvenes de entre 25 y 29 años. Todos están de acuerdo de que hay que hablar sobre el suicidio, pero nadie da el primer paso.

Cuando se buscan causas casi ninguna de las hipótesis cierra: los uruguayos son más ateos (pero en Montevideo, donde hay menos personas religiosas, también hay menos suicidios), tienen más armas (pero la mayoría de los suicidios no se producen por armas de fuego), padecen inviernos grises, aunque sin nieve (pero casi todo el año está parejo en suicidios y destaca diciembre).

En Uruguay los homicidios aumentaron 39 por ciento en el primer semestre de 2022 según un informe del Ministerio del Interior: pasaron de 135 entre enero y junio del año anterior a 188 en este 2022. Esta cifra supera también al primer semestre de los dos años anteriores, con 179 asesinatos en 2020 y 173 en 2019, último año de gestión del centroizquierdista Frente Amplio (FA).

Además del aumento en cantidad, es el incremento en la violencia, los modus operandi de los homicidios y los femicidios. Por un lado, los enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes, el avance de toma de territorio, y por el otro, modos crueles de violencia en los hogares con descuartizamientos, cuerpos prendidos fuego, enterramientos en fincas, secuestros y más.

Uruguay acabó el tramo inicial de la era Lacalle con 13.700 presos en sus cárceles (más de 386 personas por cada 100 mil habitantes), un número aterrador para un país de poco más de tres millones de habitantes.

Las muertes en las cárceles de Uruguay aumentaron un 79% en 2021, advirtió el Comité de Naciones Unidas contra la Tortura, que además se mostró preocupado por las condiciones de detención en las prisiones y por la falta de una definición de tortura en la legislación uruguaya.

Mientras, el informe que el Ministerio del Interior elevó a la Comisión de Seguimiento Carcelario del Congreso incluyó un dato que augura un explosivo fin de año, con cárceles atestadas: cada semana ingresa un promedio de 100 condenados al Centro de Diagnóstico y Derivación. Muchos presos entran descalzos o semidesnudos: son algo más de 14 por día, lo que preanuncia que 2022 cerrará con 5.200 nuevos reclusos, llevando el total de presos a casi 20 mil.

Esto seguramente hará estallar a un sistema que ya padece un nivel de hacinamiento que en algunas cárceles supera el 120%. Con 14 presos en celdas que son para cinco. De las 24 horas del día solo una ven la luz del sol. Al menos 70% de la población carcelaria es «adictos a algo». De esos miles, sólo 254 reciben algún tipo de tratamiento. En lo que va del año 252 presos se quisieron suicidar y cinco lo lograron. En 2021 se reportaron 16 suicidios en cárceles uruguayas, una más que en 2020 y el doble que 2019.

Impunidad

A fines de julio, en Uruguay se escribió un nuevo capítulo de impunidad. La Fiscalía pidió el archivo de la causa que investigaba espionaje en democracia. La investigación concluyó que existió espionaje ilegal y «debilidad de los controles institucionales y democráticos», pero el fiscal consideró que los delitos prescribieron. Las cloacas del Estado, los servicios de inteligencia, los herederos de la dictadura cívico-militar (1973-1985) salieron indemnes una vez más.

Los documentos revelan, entre otras cosas, la presencia en Uruguay de Licio Gelli, líder de la logia Propaganda Due (P2), organización criminal italiana con vínculos con todo el sistema político de aquel país y señalaba que varios miembros de la masonería uruguaya Parva Domus, fueron también miembros de la logia. Asimismo, contenían información sobre el caso Berrios, militar pinochetista que fabricaba armas letales y fue asesinado por militares chilenos y uruguayos en Uruguay.

Samuel Blixen, analista del semanario Brecha, señaló que el dictamen del fiscal «revela la apatía del sistema por saber quién, cómo y por qué las prácticas de la dictadura se mantuvieron intactas. Y también la sospechosa indiferencia por conocer hasta dónde permeó esa vigilancia, para qué sirvieron los resultados de ese espionaje y en qué se utilizó la información recabada. Ese no querer saber tiene tufo a complicidad», remató.

Amarás las playas vacías; disfrutarás de la mejor carne vacuna del mundo y degustarás vino hasta que tus labios queden púrpuras, señala la publicidad turística, sin mencionar que la marihuana es legal en este país que es hoy uno de los más caros del mundo.

Hoy, mientras el gobierno inunda los medios y las redes con el latiguillo de que la culpa de los males la tienen los tres gobiernos del centroizquierdista Frente Amplio, el 69% de la población responsabiliza al gobierno por la entrega del pasaporte a Marset, el 70% entiende que en los últimos dos años aumentó la violencia vinculada al narcotráfico y 77% considera que hay vínculos entre estas organizaciones criminales y el sistema político.

«Como el Uruguay no hay» es una expresión acuñada en la primera mitad del siglo pasado, que luego de estos años de estancamiento y pauperización mantienen los uruguayos, otrora orientales, impidiéndoles ver sus principales limitaciones.