Existen algunos paralelos entre la Amazonía y la ciudad de Nueva York: los dos hábitats pueden cobijar con brazos abiertos o rechazar de manera hostil. En ambos se dan temperaturas excesivas; humedad y bochorno durante el verano que marcha al otro extremo durante el invierno, y también cuentan con periodos de escasez y abundancia.

Nueva York es una ciudad cara, y si no obtienes sólidos ingresos, tendrás que usar todos tus recursos para sobrevivir. En la Amazonía, existen tribus que se organizan según sus habilidades; solo los mejores salen a cazar y pescar, el resto espera en ocio el retorno de los especialistas. Cuando pierdes la motivación de ser útil, también pierdes algo importante: la autoestima.

En Nueva York, cientos de miles salen temprano a trabajar, usan eficientes medios de trasporte en busca de ingresos económicos —cuando eres joven, no te das cuenta de que el tiempo es lo más valioso que posees en la vida—; el tiempo que utilizas en obtener ingresos es lo que cuenta, a más horas invertidas en el trabajo, menos tiempo para disfrutar de la familia, los amigos o de alguna actividad placentera; si tu profesión u oficio no están bien remunerados por tratarse de mano de obra no calificada o por la excesiva competencia, tendrás que buscar un segundo trabajo para obtener más ingresos; a mayor educación los salarios se incrementan: capacitarte es parte de la ecuación; el alquiler de vivienda es caro, y, por espacios reducidos, se paga mucho dinero: si te encuentras con un amigo en la calle, le preguntas dónde vive y cuánto está pagando, no por ser un entrometido, sino con la mentalidad en hallar algo mejor.

En los pueblos de la Amazonía, la tierra es libre, y el que la trabaja lo hace sin temor a ser expulsado; se vive sin ataduras a lo material, acumular bienes va asociado con la pérdida de libertad; las tribus indígenas en estado puro, que jamás han salido del bosque y se pasean desnudos, solo existen en la imaginación de ciudadanos del mundo. Los grupos de no-contactados son cada vez más escasos.

Nueva York te vuelve fuerte y resistente, más tolerante y liberal, se llega a entender la vida de otra manera, siempre y cuando tengas la energía para ello; se convive con más de ocho millones de personas y estás solo en una ciudad donde todos andan apurados; puedes contar con que tu soledad, silencio y hermetismo no serán saboteados, nadie se va a detener a conversar, y solo serás el vecino del tercer piso.

El teléfono inteligente no existe en los bosques remotos, y reunirse para escuchar historias narradas por los «Habladores»1 es una forma de socializar en la selva. En Nueva York, se tiene acceso a la lectura, se encuentran bibliotecas en todos lados. Si vas caminando por la calle y te topas con libros interesantes, recógelos o nunca sabrás de lo que estás perdiendo, y si se trata de una maleta llena de objetos, pierde la vergüenza y deja de pensar que nunca harías eso en tu país; no hay espacio en las viviendas, y poner las cosas en la calle para algún interesado es muy común.

Conoce la historia de Nueva York y sorpréndete con la vida de los inmigrantes, que llegaron durante los cuatro siglos de existencia. Prepárate para los cambios de estación y las lluvias inesperadas. Toma tus vitaminas —aunque algunos doctores digan que solo obtendrás una orina cara—, y trata de no enfermar, porque, así tengas un buen seguro, no puedes darte el lujo de faltar al trabajo.

En la selva, ante la picadura de serpiente, es importante conocer qué liana puede ayudarte; cuál es la semilla que se debe ingerir para evitar la diarrea, o lo que alivia los cólicos, es algo que los nativos han aprendido a través de los años y lo conservan en la memoria colectiva.

En la gran ciudad, los trabajos son generacionales, y evolucionan de manera constante. Acostúmbrate a los malos olores cuando ingreses a un coche del metro vacío, mientras, otros andan repletos; no tienes que darle dinero a los que llegan con historias disparatadas, a pesar de su agresividad: si te agreden de verbo, hazte el loco y no dejes que la mala leche de algún desadaptado malogre tu día. Cuando lleguen amigos de visita y les des cabida en tu pequeño apartamento, no te sientas mal cuando los llenes de instrucciones y lo dejes solos, es necesario, tienes que irte a trabajar; no te molestes cuando insisten en que envidian vivir en una ciudad tan fascinante, ellos no saben de tus sacrificios en la selva de cemento.

Existen jaguares en ambos territorios, aunque en la ciudad sean deportivos y descapotables. En la cadena trófica, los predadores han olfateado a su víctima, y van en búsqueda de la yugular. Ambas selvas otorgan todo al vencedor; en Nueva York, el triunfador se lleva fama y fortuna, mientras, en la selva amazónica, el vencedor se come al vencido.

Nota

1 Cuentacuentos de la selva.

(Capítulo del libro: «La página en la puerta».)