Calles sin árboles, jardines sin abejas y fuertes dolores de cabeza le hacen compañía, cotidianamente, al crecimiento del PNB.

No hay nadie que no lo sepa: la producción en gran escala es comida hoy y enfermedad mañana. El mono cultivo de soya empobrece el suelo. La producción de aguacates deja sin agua a los pueblos colindantes. Los visones en sus jaulas se infectan mutuamente y son caldo de cultivo de virus que provienen de los cuidadores y se propagan a los pájaros que los sobrevuelan, el listado es largo, inacabable y el aire recibe la cuenta.

Los que habitan en parcelas alejadas de las industrias, en barrios residenciales o a la vera de parques o ríos en las grandes capitales, mareados por perfumes finos, no conocen el olor de los suburbios. Si alguna vez la necesidad los obliga atravesarlos, camino al campo o la costa, las ventanas cerradas de los vehículos que los transportan, los protegen. El mal olor, sinónimo de hacinamiento y polución, no es democrático.

Retrocedamos a los tiempos en que las especies aún no habían sido clasificadas y la lógica era una ciudad en el desierto. Con Aristóteles, la filosofía comienza a preocuparse de la urgencia de una planificación política de las necesidades humanas, clasificando a los gobiernos entre los que buscan o no el bienestar común, para que los habitantes de las polis puedan tener una vida floreciente. Crear aptitudes, condiciones, cualidades que aumenten nuestras capacidades y nos entreguen resiliencia. El fracaso en este terreno nos lleva directamente a la pobreza, desigualdad y a la falta absoluta de libertad.

Falencia al respecto conlleva muerte segura.

Los gobiernos, hoy todos ellos, encerrados en sus afanes de crecimiento a cualquier precio, enajenando libertades, aumentarán los índices en las estadísticas que miden la producción, las pandemias, las guerras y la muerte haciendo decrecer, en proporción geométrica, el bienestar, la alegría, el verde, la diversidad, el aire fresco y por ende la salud que nos permitirá sobrevivir. Los otros gobiernos, los que todos seguimos esperando, no han nunca, jamás existido, desde los habitantes que, esperanzados, residían en la Grecia de Aristóteles, a los 71 millones de seres humanos que pueblan los campos de refugiados del Líbano, África, Lampedusa o Boa Vista.

El impresionante telescopio James-Webb llegó a su destino abierto cual flor para poder observar galaxias que los ojos humanos nunca antes vieron y para ver si en otras atmosferas se visualizan rastros de vida. Pienso que sería instructivo que la flor se diera vuelta y mirara desde lejos nuestro planeta, estudiara sus hedores, analizara la capa que lo cubre y sacara fotos de nuestra realidad para guardarlas por si alguien hoy, recién nacido, lograra sobrevivir y reproducirse.

Días oscuros, lava en los caminos, cenizas en el aire.
Petróleo en la costa, ballenas que huyen, monos sin casa.
Niños con hambre, mujeres sin derechos, paisajes desolados.
Hoy más que nunca, entiendo, el creer en que lo bello está en las estrellas y galaxias lejanas pues nuestra casa y sus alrededores se derrumba inexorablemente.