En materia de política exterior, todo gobierno desea el mayor apoyo interno y externo, como requisito indispensable para el logro de sus objetivos. Si no los materializa de manera armoniosa, corre el riesgo de actuar de manera contradictoria con las preferencias de su población, o ser irrelevante en el ámbito internacional. En especial en la actualidad, donde la participación de la ciudadanía es mucho más amplia, dados los abundantes medios de comunicación existentes, así como las nuevas redes sociales, siempre atentas y particularmente proclives a criticar todo lo que se hace o deja de hacer. De igual manera, en el campo internacional, son tantas las situaciones críticas y asuntos conflictivos, que resulta casi imposible ser prescindente, al requerirse constantes decisiones de los países al respecto, a favor o en contra, estén o no involucrados, con las innumerables consecuencias correspondientes.

Por lo tanto, la manera más buscada de aceptación, es intentar que la mayor parte de las posiciones decididas formen parte de las políticas de Estado, ya que estas se consideran convenientes y necesarias, sobre todo, porque procuran representar intereses nacionales comunes por sobre las contingencias ocasionales, al coincidir con conductas exteriores permanentes y desarrolladas por cualquier gobierno. En la práctica, la orientación ideológica gubernamental quedaría así integrada a ella y formaría parte del interés superior del país, difícil de contradecir, bajo pena de ser considerado antipatriota e ir contra la defensa superior de la nación. Así planteadas, resulta conveniente examinar ambas con mayor profundidad, para no confundirlas, aunque muchos lo intenten.

Esta tarea resulta más desafiante ahora, frente a la velocidad con que evolucionan: el ámbito internacional, la diplomacia bilateral o multilateral, las políticas exteriores de los demás Estados, y hasta la propia juridicidad mundial, entre los que más inciden; y sin dejar de considerar aquellas políticas constantes practicadas precedentemente a lo largo del tiempo, y que determinan muchas de sus posiciones internacionales. Su éxito también estará condicionado al orden mundial existente y a las prioridades de los demás actores, no siempre coincidentes y hasta posiblemente contrarios, donde el voluntarismo no basta para que prosperen.

Por tanto, deben basarse en principios sólidos, normas claras, apoyo irrestricto de la ciudadanía, y una diplomacia efectiva y flexible al ejecutarse en la práctica. Usualmente integran las políticas de Estado, los temas limítrofes y la defensa de la soberanía, sin injerencias foráneas, pues concitan posiciones ampliamente respaldadas, al ser más conocidas y también comprendidas por los demás países. Aunque sean sumamente sensibles pues, por su naturaleza, representan conflictos existentes o potenciales, y acciones contrapuestas de quienes las plantean como diferendos o conflictos preocupantes. Se añaden, por lo general entre quienes apoyan los principios ampliamente sostenidos por países occidentales, la defensa del régimen democrático, libertades y derechos humanos fundamentales como normas rectoras, si bien, no siempre similares a las de otros países o potencias, poco dispuestas a modificar sus conductas y que han proliferado. Por tanto, se requiere pragmatismo, respeto al derecho, cumplimiento de tratados y compromisos legales, para ser un Estado confiable y participar en organismos, sin posturas unilaterales rupturistas e inaceptables por los demás.

Se debe tener presente, además, que últimamente han surgido nuevos temas que se han incorporado a las agendas mundiales, como: el medio ambiente y la ecología, la igualdad de género, respeto a los pueblos originarios, desarrollo social amplio, combate al terrorismo, narcotráfico y crimen organizado, presión migratoria en aumento, acceso a la modernidad y las nuevas tecnologías de la información, y recientemente, a las vacunas, entre otros, que necesitan decisión, sin que exista consenso todavía de cómo atenderlos y obtenerlos.

En cambio, en las relaciones de gobierno, hay derecho a sostener posiciones propias y prioridades de vinculación con ideologías afines, sin renunciar a las de Estado, aunque no tengan apoyo unánime en lo interno como externo, pues, toda práctica exterior, puede seguir la orientación gubernamental que se desee, así encuentre inevitables oposiciones. Los ejemplos son variados en la actualidad, donde muchos países se agrupan en movimientos coincidentes, instituciones y organizaciones regionales o mundiales, ONG, y agrupaciones políticas de ex mandatarios, creadas precisamente para apoyarlas y diseñar acciones comunes. Ciertamente han aumentado y lo demuestran al actuar de consuno, y de manera evidente, en los organismos internacionales, y frente a gobiernos no coincidentes. Muchas se han consolidado al momento de sostener, o de ir en contra, de variados temas o acciones de los respectivos órganos que conforman los numerosos organismos del sistema de las Naciones Unidas. En oportunidades resultan inexplicables, ya que contradicen los propósitos para los que fueron creados, al aplicar preferencias políticas distintas a las pactadas, y en ocasiones, paralizando sus decisiones dejándolas en la impunidad sin atenderlas.

La manera corriente y también más fácil, consiste en elegir en las instancias multilaterales, por mayorías previamente concertadas, precisamente a los representantes de países donde se violan aquellos principios, integrando el órgano competente para decidir tornándolo ineficaz. Es así, como en temas de seguridad internacional, potencias y países afines, amenazan y presionan a otros con movimientos militares, o les aplican sanciones económicas o de otro tipo, sin que el respectivo órgano pueda impedirlo ni sancionar al responsable. Lo mismo, en materia de libertades individuales y respeto irrestricto de los derechos humanos, encontramos casos de violaciones flagrantes, que las instituciones respectivas ni siquiera aceptan considerar y menos sancionar, al estar dominadas por mayorías ideológicas que lo impiden. Todo lo cual, ha traído como consecuencia, el debilitamiento progresivo de la institucionalidad internacional, así como de los propósitos y principios fundamentales de la Carta de Naciones Unidas. Al cuestionarse su cumplimiento, por los casi ochenta años que nos han regido como normas básicas tan difícilmente consensuadas, y si esta tendencia persiste, no solo está en peligro su aplicación o queda condicionada definitivamente, sino que pueden priorizarse otras que alteren su eficacia, o las reemplacen. Sería una alteración extremadamente drástica, y de consecuencias impredecibles para el orden mundial.

Las políticas exteriores de Estado y de Gobierno, en definitiva, no son lo mismo, ni deben aparecer mezcladas para confundirlas. No es una distinción inocente y conviene considerarla, así como saber diferenciarlas, a objeto de que los electores internos, como los demás Estados, estén advertidos y sepan actuar debidamente informados.