El dogmatismo es un desequilibrio emocional que produce ceguera intelectual.

La humanidad actual, en las distintas civilizaciones, atraviesa un período de intensa y profunda transición. Esta fase se caracteriza por una crisis sistémica de índole sanitaria, económica, social, política, ética, cultural y religiosa, acompañada de una guerra híbrida e irrestricta que incorpora formas convencionales de enfrentamiento militar y civil, tanto al interior de los países como en los pasos fronterizos. En este marco, al momento de escribir esta reflexión, se intensifica la crisis energética y los problemas de gestión en los sistemas de abastecimiento y producción, profundizándose la destrucción de la economía industrial, comercial y agrícola; generalizándose la manipulación mediática hasta extremos nunca antes vistos; elevándose los niveles de desigualdad, pobreza y pobreza extrema, y sistematizándose las diversas formas de violencia social, así como la militarización y los controles mentales y emocionales sobre la población.

La contradicción básica de este período es la que separa y enfrenta a las corrientes sociales que proponen formas autoritarias, expoliadoras y centralistas de gestión, de las que se decantan en favor de mayores grados de autonomía, autogobierno, gobiernos limitados, autogestión, régimen de libertades, creatividad e innovación. En el interior de esta contradicción se ha hecho mucho más evidente el carácter parasitario de buena parte de las «élites dirigentes» (políticas, ideológicas, academicistas, religiosas, militares, financieras, económicas) que a nivel mundial y en cada país viven de expoliar a otros los resultados de su trabajo. Los desequilibrios de todo tipo se han desatado y siguen una lógica irreversible y fatal, no existe posibilidad de retornar a una situación previa, lo que viene apunta a la multiplicación de los conflictos y contradicciones hasta llegar a un desenlace que inicie una nueva fase histórica.

En el ámbito político e ideológico la evolución de la crisis sistémica está marcada por cinco hechos claves: 1) la extrema y violenta división y polarización de la sociedad estadounidense, no obstante lo cual este país mantiene incólumes los intereses globales típicos de un imperio; 2) la debilidad estructural del proyecto de la Unión Europea que experimenta grandes dificultades para consolidarse y crecer como una unidad política, económica y social; 3) la cada vez más intensa y contundente inclinación expansiva, autoritaria y centralista del Partido Comunista de la República Popular China (PCCH), y del Estado y el gobierno de ese país; 4) el esfuerzo sistemático del Estado y el gobierno rusos para reposicionarse en diversas esferas de influencia, a fin de evitar o neutralizar la expansión de la OTAN cerca de sus fronteras; 5) el nacimiento de un nuevo tipo de imperio (tecnológico-financiero) cuyo fundamento no es un territorio ni un Estado nación, sino el poder puro y simple de las finanzas y de la revolución científico-tecnológica. Frente a este imperio de nuevo tipo los imperios-nación (China, Rusia, Estados Unidos y otros) adquieren el carácter de provincias poderosas del imperio global transnacional.

Es en este contexto histórico-universal que se sitúan las consideraciones siguientes sobre la República Popular China.

¿Es posible combinar un gobierno autolimitado con el unipartidismo?

Al analizar los contenidos y formas de la trayectoria socioeconómica y política que tiene lugar en la República Popular China (RPCH) desde poco antes del año 1978, conviene no exagerar lo positivo ni minusvalorar lo negativo. Preguntémonos ¿Es factible combinar la economía de mercado y el pluralismo socioeconómico y cultural con un sistema político de partido único o de partido rector del Estado y el gobierno? ¿Es viable el pluralismo en un país donde sus grupos dirigentes evidencian claras pretensiones de uniformidad ideológica y política? ¿Se encuentran las élites chinas en capacidad de construir un gobierno autolimitado y propiciar la vigencia completa de los derechos humanos, sin menoscabar la función articuladora y hegemónica del Partido Comunista? Estas son las preguntas que conviene plantearse, en primer lugar, por los mismos grupos dirigentes en la RPCH, pero también fuera de ese país.

Experiencias previas

Antes de que en la RPCH se diera inicio al proceso de reforma económica tendiente a introducir la economía de mercado y vincular el país al capital privado internacional (1978), tales objetivos se plantearon en los contenidos de la «Nueva Política Económica» (NPE, URSS, 1921-1929) y en la Primavera de Praga de 1968. Estas experiencias reformistas al interior del socialismo dictatorial marxista fracasaron, como fracasaron años después la Perestroika y la Glasnost en la Unión Soviética, lideradas por Mijaíl Gorbachov, que también incluían el propósito de construir una «vía de mercado al socialismo». Por otra parte, conviene recordar que hacia finales de los años setenta y principios de los ochenta se perfila en Europa Occidental, con especial énfasis en Italia, Francia y España, el llamado eurocomunismo, que además de valorar en forma positiva a las economías de mercado, propuso incluir en el ideario marxista los valores de la tradición política democrática y liberal. Este intento de reforma ideo-política al interior de varios partidos comunistas europeos también fracasa.

¿Dónde se origina el fracaso de las experiencias señaladas? La información disponible y las interpretaciones dominantes concuerdan en señalar como causa la imposibilidad técnica de combinar el principio pluralista de las tradiciones liberales, con el principio centralista implícito en el unipartidismo y el monolitismo político-ideológico de sistemas regidos por un único partido político. Esta incompatibilidad es la razón por la cual el vocablo «socialismo de mercado» resulta un galimatías difícil de explicar. Los intentos fallidos de llegar al denominado socialismo a través de un rodeo por los vecindarios económicos del capitalismo antecedieron la desaparición de la Unión Soviética y de las dictaduras en Europa del Este.

A lo dicho debe sumarse el hecho clave de que el denominado socialismo es en realidad un tipo de capitalismo de Estado dictatorial dominado por una tecno-burocracia privada y pública, de políticos, ideólogos y militares. El llamado socialismo, en su sentido marxista, no ha existido y no existe en ninguna parte del mundo, y cuando algunos partidos políticos se autodenominan como socialistas democráticos tampoco tienen como objetivo crear una sociedad socialista, lo que se proponen es reformar y reinventar el capitalismo para que sea socialmente más inclusivo (ver sobre este tema el ensayo «Dos mentiras: anarcocapitalismo y socialismo: el engaño tiene fecha de caducidad», publicado en Wall Street International el 19 de marzo de 2021). El «socialismo» no ha pasado de ser una idea regulatoria kantiana o un horizonte de realización ética, pero incluso en ese aspecto de carácter moral existen en el mundo cosmovisiones bastante más integrales y profundas en términos de axiología (teoría de los valores).

¿Es diferente en la RPCH?

Los resultados de la experiencia de construcción social en la RPCH han hecho plausible preguntarse si en el caso de ese se está en presencia de algo diferente a la experiencia soviética, del socialismo real y del eurocomunismo. Mi respuesta, por ahora, es negativa, lo que no implica desconocer hechos como los siguientes. En la RPCH su modernización se ha consolidado y alcanzado resultados duraderos —algo que nunca ocurrió en los otros casos—; el PCCH ha mostrado un sentido pragmático muy bien afinado, desconocido en las experiencias que tuvieron lugar en la URSS, Europa del Este y Europa Occidental; la élite gobernante en la RPCH ha logrado gestionar con éxito, durante más de cuarenta años, un proceso de cambio socio-económico basado en la economía de mercado, la apertura comercial, la revolución científica y tecnológica, y la globalización, sin que eso debilite la hegemonía político-ideológica y militar del PCCH. A la luz de estos hechos puede decirse que se está en presencia de un fenómeno inédito en la historia de los intentos reformistas originados en la tradición dictatorial marxista, razón por la cual es válido plantearse si en este caso resulta factible o no construir una sociedad pluralista y democrática en el marco de un sistema político de partido único o partido rector.

Es claro que semejante posibilidad implica un cambio profundo en la naturaleza del sistema político, y en la narrativa ideológica que lo sustenta, pero no observo en la dirección actual del PCCH ninguna señal que apunte hacia una síntesis de libertad, libertades y autoridad unipartidista, todo lo contrario. Reitero, no se trata de elegir una «vía de mercado al socialismo» porque eso que llaman «socialismo» es en realidad una forma de capitalismo dictatorial. Lo decisivo es combinar un régimen de libertades, derechos humanos y autoridad unipartidista en lo que puede denominarse «vía del capitalismo dictatorial al capitalismo no dictatorial», pero de esto nada dicen, al menos en público, los dirigentes del PCCH, y si por la víspera se saca el día, ni siquiera lo piensan. Dicha síntesis, por lo demás, nunca ha sido realizada en ninguna parte, no se cuenta con experiencias exitosas de ella y, por lo tanto, es una originalidad e innovación que al parecer no está al alcance de la actual dirigencia del PCCH, ni desean concretarla.

Construir una nueva perspectiva

Es claro que el análisis e interpretación de la geopolítica internacional debe mostrar mayor versatilidad y originalidad. No se puede entender a la RPCH repitiendo los conceptos propios de la Guerra Fría o los análisis clásicos respecto al marxismo. Los modelos de interpretación, para que sean válidos y fecundos, deben liberarse de ideo-mitologías periclitadas y concentrarse en los hechos mismos. El dogmatismo, cualquiera sea su signo, es un desequilibrio emocional que produce ceguera intelectual, y debe ser superado para mejor comprender las realidades actuales. A la larga se producirá un cambio político-ideológico en la RPCH y en el PCCH en dirección a liberar la innovación y creatividad de las tradiciones liberales, pero los caminos que conducen a esa transformación pueden ser por completo inéditos, y no conviene oscurecer la mirada analítica con cubículos mentales periclitados y apriorísticos.