Ha sido sorprendente el giro de la discusión nacional sobre el TPP11 en un plazo tan breve. Cuando en enero de 2018, luego que el presidente Trump resolviera retirar a su país del acuerdo que agrupaba a 12 naciones, el gobierno chileno reaccionó con celeridad, e invitó a una reunión urgente en Viña del Mar a los otros 11. Todos asistieron y acordaron continuar sin Estados Unidos. Y, al mismo tiempo, suspendieron 20 disposiciones que exigía ese país y que no eran de interés para los demás.

Fue un tremendo logro de la presidenta Bachelet. Para un país cuyo futuro depende del comercio exterior, estrechar lazos con la zona de más rápida expansión económica del mundo es de enorme beneficio.

Dos años después, surgió una impresionante arremetida en contra. ¿Cuáles son las razones? A mi juicio, la cuestión central es la confusión entre un tratado económico internacional, que es un instrumento más de una política de desarrollo, y la actual estrategia de desarrollo, que Chile debe cambiar. Que la actual estrategia esté agotada no es atribuible al TPP, ni se arregla descartándolo.

Entre los sectores progresistas existe un diagnóstico compartido: avanzar hacia una nueva política de transformación productiva. Pero hay una divergencia: descartar tratados económicos internacionales, construidos minuciosamente desde 1990, no nos encaminará automáticamente en una nueva dirección. Una confusión de ambos temas, instrumento (tratado) y objetivo estratégico (nuevo desarrollo productivo) puede conducirnos a un aislamiento desastroso.

Hacia una nueva estrategia nacional en el nuevo contexto mundial 2030

Hay acuerdo en que conseguimos un progreso importante desde los años 90, abriendo mercados mundiales, alentando la especialización y el aumento exponencial de las exportaciones gracias a un conjunto de negociaciones y tratados internacionales, Sin embargo, hay consenso que en los últimos 10 años el ritmo de crecimiento ha declinado, el potencial de los sectores que dinamizaron el crecimiento ha disminuido sustancialmente y, por tanto, se requiere un giro, una estrategia distinta.

¿Cuáles son las tendencias mundiales que Chile debe asumir para aprovechar las oportunidades? A nivel global se han acelerado 5 procesos: a) explosión de un deterioro medioambiental y urgencia por contener la emisión de CO2, b) expansión exponencial digital y tecnológica, c) desplazamiento del poder económico al Asia, con disputa geopolítica entre EE. UU. y China, y cambio en las cadenas de producción (seguridad alimenticia, medicamentos y tecnología avanzada); d) nuevos movimientos sociales (igualdad, derechos humanos y feminismo) y cambios de comportamientos y valores; e) instalar con prontitud nuevas instituciones y acuerdos para la gobernanza global.

La etapa nueva, tanto mundial como nacional, exige transformar la estructura productiva. En el caso chileno, esto dice relación con el cambio climático, su liderazgo en energía renovable, solar e hidrógeno verde; proseguir su estrategia de «potencia agroalimentaria», incluyendo acuicultura, y abordar el grave problema del agua. Para ello, Chile deberá alcanzar niveles superiores de especialización en biotecnología, fabricación de plantas desaladoras, solares y electrolizadores, infraestructura, con metas de largo plazo. A ello se agrega la minería verde, la producción de cobre con bajo nivel de contaminación, y uso de litio, para la electromovilidad; la producción de madera para construcción no contaminante y reciclable; la digitalización, inteligencia artificial, robótica, procesamiento y almacenamiento de datos, sustentado en la astronomía, que se expandirán exponencialmente.

Para aprovechar las oportunidades que se abrirán es crucial concentrar esfuerzos en investigación científica y tecnológica, educación, formación técnica y capacitación. Una nueva orientación estratégica supone un Estado con mayores capacidades humanas y financieras, eficiente. Una reforma del Estado progresiva deberá elevar la capacidad coordinación público-privada, incorporar a universidades y centros de investigación y focalizar la acción en campos prioritarios donde debemos descollar y diversificar.

Ninguno de los tratados ya firmados, ni menos el TPP, impide llevar a cabo esa estrategia e impulsar las iniciativas necesarias. La barrera real está dentro de Chile, es la lógica dominante de sectores empresariales y de la derecha política que pregona un Estado mínimo y el predominio del mercado.

Ninguna de las buenas políticas económicas que deben acompañar esta nueva etapa de desarrollo productivo se ve impedida por los tratados de libre comercio. No hay impedimento a una política económica que resguarde los equilibrios macroeconómicos, fiscales, cambiarios, inflacionarios, y así apoyar la competitividad. Tampoco lo hay para políticas transversales que eleven la productividad, alfabetización digital, ciencia y la tecnología, banco de desarrollo, infraestructura digital y física, empleo decente, equilibrio territorial, descentralización, y consulta ciudadana. Nada de esto está coartado si se firma el TPP. Confundir las dos cosas no sirve.

Las críticas al TPP

Según los expertos en negociaciones, se han realizado críticas sin fundamento. Ellas se habrían planteado durante negociaciones inconclusas, y fueron superadas, o quedaron sin aplicación al retirarse Estados Unidos. Entre ellas: a) que habría aumento de los precios de medicamentos; en realidad se mantienen las normas vigentes; b) que se privatizarían las semillas no hay cambios respecto al tratado internacional que fue aprobado antes por Chile; c) que permite el cultivo de transgénicos e impide el etiquetado de alimentos, en realidad no se altera la capacidad de Chile para regular; d) que impide aplicar el principio precautorio en materia sanitaria y ambientales, cuando Chile tiene el derecho de establecer sus propios principios de protección sanitaria ambiental; e) que retrocedería en propiedad intelectual, en realidad se mejora reduciendo de 8 años en lo dispuesto en el TLC con EEUU a 5 en el TPP; f) que vulnera los derechos de los pueblos originarios, aunque el tratado incluye disposiciones que expresamente protegen los derechos indígenas en nuevas dimensiones.

También se ha argumentado que limita la soberanía del Estado para crear empresas públicas. El tratado reconoce el derecho a cada país para establecer sus propias leyes, regulaciones y políticas para salvaguardar el bienestar público. No impone limitaciones para crear una empresa pública, si advierte contra el uso de subsidios que puedan distorsionar los precios de los bienes o servicios que compiten internacionalmente.

Igualmente, se ha criticado que el TPP11 otorga ventajas a las empresas internacionales que litigan contra los Estados. Al contrario, las nuevas disposiciones mejorarían la posición de los Estados firmantes. Un ejemplo, señalado por abogados, es el caso de una posible demanda de las compañías de seguro contra Chile, por la ley que incluye los retiros del 10% de rentas vitalicias. El Estado tendría mejor defensa recurriendo al TPP que con el TLC actual con EE. UU.

Las criticas persistirán y hay inquietudes legitimas que deberán ser despejadas, en temas como pueblos indígenas, propiedad intelectual, medicamentos y semillas. Y también hay que asegurar que, en caso de que EE. UU. busque su reincorporación, las nuevas normas deban ser aprobadas por el Congreso. Por ello, es indispensable analizar cada punto, explicar e informar a la ciudadanía y a todas las organizaciones sociales. Por complejos que sean estos temas, esta deliberación no puede estar reservados a expertos.

Las ventajas del TPP11 superan considerablemente a sus criticas

El nuevo tratado involucra a 11 países de América y Asia. Incluye a Australia y Nueva Zelandia, Vietnam, Singapur y Brunéi, Japón y Malasia, México y Canadá, Chile y Perú. Representa a 500 millones de habitantes, y es el tercero mayor en PGB. Otorga rebajas arancelarias a más de 3000 productos que pueden ser aprovechados por Chile.

Como 8 de los 11 países ya lo ratificaron, faltando solamente Malasia, Brunéi y Chile, el tratado está operando, y otros se están favoreciendo. De los 3000 productos que benefician a Chile, 1200 también favorecen a Peru, cuyas empresas ya están usufructuando, mientras Chile espera. El Reino Unido y China han manifestado su interés de ingresar al TPP11. La tendencia futura es a conectar tratados regionales: Reino Unido con el Pacífico; China con América; la Unión Europea con China. Y a futuro, la Alianza del Pacifico con ASEAN.

Chile ha sido uno de los grandes promotores de los acuerdos comerciales, exportar para crecer y especializarse, y ha persistido en su estrategia al Pacifico, desde los acuerdos firmados con Nueva Zelandia, Singapur y Brunéi, que dieron pie a estos nuevos acuerdos, y a la creación de la Alianza del Pacífico, con México, Colombia y Perú. Además, esta proyección ha permitido sostener la tesis de Chile «país puente» entre América Latina y Asia. Incluso en el gobierno de Bachelet Chile ha planteado la instalación de un cable de fibra óptica con China.

Esta política de Estado es un capital de largo plazo que debemos valorizar. La no firma de este tratado comprometería ese capital y el prestigio de Chile, su credibilidad y seriedad. Este prestigio ya ha sido mermado. Somos vistos como un país con menor liderazgo, escasa innovación, conflictos internos, abandono de sus posiciones a favor del medio ambiente, de los derechos humanos, de la inmigración, desperfiladas y dañadas en el gobierno de Piñera.

Seria incomprensible recular ahora, sabiendo que tenemos acuerdos con todos los miembros del TPP, que hemos sido lideres en las negociaciones, y que las nuevas normas son más favorables que las antiguas. Es necesario aprender, asociarse con expertos, científicos, empresas, organizaciones de otros países, con quienes haya intereses y proyectos comunes, especializar a chilenos y chilenas, negociar reglas que protejan a los más pequeños.

El aislamiento y el nacionalismo, con argumentos de algunos sectores de derecha y de izquierda, deben ser rebatidos. Aislarse inhibe la innovación y la capacidad nacional. La nueva etapa de globalización requiere más multilateralismo, más colaboración, más redes, más asociación. Por ello, los tratados deben ser puestos al día y ajustarlos a la nueva realidad. Se han modernizado los tratados con Canadá y China, y están en proceso de revisión con Corea del Sur, la Unión Europea e India, Argentina, Uruguay y Brasil, entre otros. Chile debe modernizar, en ningún caso abandonar.

Debatir para concordar, no para dividir

El debate en torno al TPP puede ayudar a concordar una nueva política progresista de desarrollo productivo, con más innovación, complejidad, menos extractivismo, menos concentración y más medianas empresas competitivas.

El adversario es la concepción anti-estado, anti-empresas públicas, anti-regulaciones, anti-política industrial de la derecha tradicional. Esa postura frenó los avances de gobiernos progresistas a favor de «clústeres», royalty minero, investigación, impulsados en los gobiernos de Lagos y Bachelet. Los dos gobiernos de derecha desbarataron o minimizaron esas nuevas directrices. Una política de diversificación en torno a sectores dinamizadores, «clústeres» o «misiones» (en sentido de Mariana Mazzucato), estimularía el crecimiento de nuevas empresas pequeñas y medianas.

Se deben hallar fórmulas que faciliten una concordancia progresista. Se debe incluir la aprobación de los tratados de Escazú y Marrakech, junto con el TPP. También conviene sincronizar con los avances de la Convención Constitucional.

El mundo que viene requerirá de grandes reformas a la gobernanza global, como el financiamiento de la salud y las vacunas ante futuras pandemias, fondos para reducir emisiones contaminantes, el pago de impuestos de las grandes plataformas digitales por los servicios transados en cada país, la regulación de las grandes empresas de comunicación, de la inteligencia artificial, de la edición genética, de los ciberataques, y también todas las reformas necesarias para cumplir la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, retardada por la pandemia. Si Chile queda afuera de esta enorme tarea se expondría a la irrelevancia, perdería capacidad de negociar e incidir.

Las reglas globales protegen a los países pequeños, sin ellas los grandes imponen sus criterios. El mejor camino para Chile es impulsar conjuntamente los tratados internacionales y una nueva estrategia nacional de desarrollo productivo, dialogada y compartida.