Un grupo de 200 expertos, convocados por el gobierno, está elaborando una propuesta de Estrategia Minera 2050, con la participación de más de 1000 personas de instituciones, regiones, empresas y organizaciones sociales. Definir una nueva estrategia minera es una iniciativa destacable, como lo fue el documento Energía 2050 en el gobierno anterior. En los sectores clave es imprescindible contar con una estrategia nacional de largo plazo para progresar y gobernar bien.

El ministerio de Minería adelantó recién algunos objetivos. La revista Latin American Advisor, del Diálogo Interamericano, de Washington, preguntó si los lineamientos anunciados responden a los desafíos futuros, y si se puede garantizar su aplicación por los distintos gobiernos, y su aceptación por las compañías extranjeras. Lo primero es preguntarnos ¿es necesaria una nueva estrategia, y a qué nuevos desafíos debe responder? Sin duda es urgente, por una razón principal: el cambio climático abre una tremenda oportunidad para la minería chilena y, por lo tanto, se impone un cambio de estrategia para avanzar a tiempo.

Me referiré al cobre. La demanda mundial de cobre crecerá por la acelerada electrificación, electromovilidad, Internet de las cosas, digitalización, energías renovables, y reducción de las emisiones de gases invernadero. El objetivo estratégico propuesto en la nueva estrategia minera es mantener el primer lugar que Chile posee actualmente, con 28% de la producción internacional. Es una meta mayor, pues hemos ido reduciendo nuestra participación desde el 36% que teníamos 15 años atrás. Sostener el 28% implicaría aumentar la producción actual de 5,7 a 9 millones de toneladas anuales en 2050.

Cumplir este objetivo exige superar dos desafíos medioambientales principales: reducir el consumo de agua continental de la minería (y no dañar glaciares) y expandir la energía renovable. Para reducir el consumo de agua, además del reciclaje y de cambios en los procesos productivos, se deberá desalar mucha agua de mar. Si bien la desalación para la minería ha crecido 10 veces, de 0,2 m3/s en 2010 a 2 m3/s en 2020, el 75 % del consumo de agua en minería es aún continental, insostenible con sequía; los volúmenes desalados deberán crecer otras 10 veces para 2050.

Asimismo, para producir «cobre verde» es preciso reducir el uso de energía generada con combustibles fósiles. La potencia solar y eólica instalada ha crecido 11 veces entre 2014 y 2021, de 540 a 6100 MW. En minería de cobre, sin embargo, solo el 10% de la energía empleada es de fuentes renovables. Se necesitarán nuevas plantas solares y producción de hidrogeno verde (electrólisis con energía renovable) y volver a multiplicar varias veces la potencia instalada con energía renovable en 2050. Son grandes desafíos, que a la vez abren magníficas oportunidades.

La nueva estrategia minera requerirá grandes inversiones, elevar la productividad para compensar la caída de la ley de los minerales, acrecentar la digitalización y trazabilidad, reducir la emisión de CO2, evitando la aplicación de aranceles verdes a nuestras exportaciones. Las empresas deberán trabajar con las comunidades. Además, se deberán aplicar nuevos impuestos para una mejor distribución de los excedentes, y crear actividades de mayor valor agregado en servicios tecnológicos e industriales.

Conseguirlo exigirá acrecentar la acción del Estado y aumentar la capacidad nacional de especialización e innovación tecnológica. Debemos encontrar fórmulas mixtas público-privadas que refuercen la capacidad nacional y conseguir que las nuevas políticas públicas sean convenidas y acatadas por las empresas extranjeras para conseguir nuestro objetivo nacional de elevar el nivel productivo y tecnológico.

El éxito no está asegurado. Habrá cambio de gobierno y una nueva Constitución. Chile requiere una nueva política industrial, uno de cuyos pilares es el cobre. Y necesita sostener una estrategia respaldada por los sucesivos gobiernos. Es imperioso un acuerdo político y social de largo plazo. Es nuestro deber lograrlo.