En el escenario político comienzan a perder fuerza actores tradicionales que han marcado la historia política del país, acercándonos a lo que ya es, o podría ser, un «fin de época». Las elecciones primarias del 18 de julio pasado, donde votaron 3.143.006 de personas, que representan algo más del 20% del electorado, para determinar los candidatos de las coaliciones que competirán por la presidencia de la república, el próximo 21 de noviembre y que sorprendieron a la izquierda y a la derecha. Esta última, busca explicaciones de las tres sucesivas derrotas electorales de sus principales partidos, Renovación Nacional (RN), la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Evópolis (E). Perdieron en octubre 2020 en el plebiscito por una nueva constitución; luego en las elecciones de mayo pasado de constituyentes, gobernadores, alcaldes y concejales. La última derrota fue en las primarias recientes donde el candidato favorito, Joaquín Lavín (67), exministro, exalcalde y dos veces candidato presidencial, perdió ampliamente frente a un independiente, Sebastián Sichel (43), quien durante un año se desempeñó como ministro del gobierno de Sebastián Piñera, ganándose su confianza.

Por su parte, la izquierda, que durante meses encabezó las encuestas con el candidato del Partido Comunista (PC), el alcalde Daniel Jadue (54), fue claramente derrotado por el diputado Gabriel Boric (35), representante del Frente Amplio (FA) que agrupa a buena parte de la nueva izquierda chilena. El gran ausente en las primarias fue el centro izquierda que durante 24 años ha gobernado Chile; es decir, la coalición ampliada que hoy reúne a la llamada Unidad Constituyente (UC), formada principalmente por demócratas cristianos, social demócratas y otros partidos y movimientos menores. La razón principal fue no acordar, a la fecha, una candidatura única y el veto que le impuso la izquierda dura a partidos que considera neoliberales.

La Democracia Cristiana nació en 1957 como la fusión de grupos políticos de inspiración social, conservadores adelantados, que vieron la necesidad de modernizar la sociedad chilena y además frenar la expansión del comunismo que, luego de la Segunda Guerra Mundial, se había asentado en gran parte de Europa y en China. El pensamiento del filósofo francés Jacques Maritain influyó a una generación de jóvenes profesionales católicos comprometidos con la Iglesia y la política, generando una renovación en parte del pensamiento de la derecha chilena que los acercó al centro político. Cuando llegaron al gobierno, en 1964, instalaron un mensaje reformista para terminar con el latifundio semi feudal que existía en el país, ejecutando la reforma agraria, expandiendo la educación y reduciendo la presencia vergonzosa de empresas estadounidenses que se lucraban de la minería, a través de la llamada «chilenización», por la cual el Estado adquirió un porcentaje de las compañías extranjeras.

Por su parte, el centenario PC, de impecables credenciales democráticas en tiempos de normalidad institucional, tiene su origen en el Partido Obrero Socialista (POS) formado en 1912 en el norte del país por el tipógrafo, líder de los trabajadores e intelectual, Luis Emilio Recabarren. Fue este dirigente, fuertemente influenciado por el triunfo de la revolución rusa, quien impulsó la transformación del PC, en 1922. Ese mismo año viajó a Moscú donde se empapó del pensamiento revolucionario, para dos años después, suicidarse en diciembre de 1924, el mismo año de la muerte de Lenin. Recabarren fue un verdadero luchador social, consecuente, lúcido y comprometido, que marcó a una generación de dirigentes de izquierda en Chile y en América Latina. Ambos partidos, la DC y el PC, son parte hoy de las cenizas de la «guerra fría» que asoló a América Latina a partir del triunfo de la revolución cubana en 1959 y que parecieran no haber comprendido la magnitud del cambio de época en lo político y cultural. La DC hizo suya la lucha contra el comunismo contando con el incondicional apoyo de Estados Unidos, pasando a ser un implacable enemigo de la izquierda y del gobierno que encabezó Salvador Allende, llegando a apoyar el golpe de Estado de 1973, con las honrosas y contadas excepciones de un pequeño grupo de dirigentes que dejaron testimonio de aquello. En cambio, el expresidente Eduardo Frei Montalva justificó el brutal derrocamiento para luego pasar a encabezar la oposición a la dictadura hasta ser asesinado por Pinochet, como ha quedado demostrado en los tribunales.

El PC fue incondicional de la entonces Unión Soviética, a la cual siguen guardando religiosa fidelidad y culto, resistiéndose a revisar su pasado. Lo mismo sucede con la DC, que hasta hoy vacila en reconocer su implicancia y alianza con la derecha y el gobierno de Richard Nixon en el golpe contra el presidente Allende. El PC chileno se niega a limpiar su pasado estalinista, jamás han efectuado una autocrítica y condena al gran terror o purgas de la década del 30 que costaron la vida a cientos de miles de comunistas incluyendo los cinco miembros del politburó de Lenin o los campos de concentración en Siberia, el asesinato de Trotsky en México y a las vergonzosas intervenciones soviéticas en Hungría y Checoslovaquia, entre otras. Hoy defienden y saludan a Corea del Norte, Cuba, Nicaragua y Venezuela.

La DC y el PC siguen existiendo en Chile y gozan todavía de salud. Los comunistas con presencia parlamentaria y cerca del 10% del electorado, acaban de perder la primaria presidencial, pero su candidato, el alcalde, sociólogo y arquitecto Jadue, obtuvo casi 700 mil votos. Lo que hay que señalar es que no los obtuvo por su militancia comunista, sino por su exitosa gestión como alcalde comprometido, innovador y de optima gestión en una comuna popular. Los demócratas cristianos mantienen una fuerte presencia electoral reflejada en su bancada parlamentaria, gobernadores, alcaldes y concejales donde hay valiosos ejemplos de honestidad y compromiso. Su problema es que ha permanecido entre dos aguas: se declaran de centro, forman parte de una coalición de centro izquierda, pero votan demasiadas veces junto a la derecha tradicional. Incluso importantes figuras, incluyendo expresidentes partidarios, han dejado la tienda acercándose a la derecha. En los años de la dictadura, reafirmaron su postura de centro democrático estableciendo una fuerte alianza con las fuerzas de la oposición y con el Partido Socialista (PS) en particular. Este último, tuvo una fuerte renovación en la década de los 80 reafirmando una clara vocación social demócrata. Sin embargo, no ha estado libre del fraccionalismo. Personeros han abandonado el partido —incluyendo dos expresidentes— y es acusado de haber sido un fuerte sostenedor de políticas neoliberales. Ello alimentó la fuga de jóvenes y la adhesión al Frente Amplio, que agrupa a organizaciones políticas surgidas en los últimos 20 años, principalmente en las universidades, siendo severos cuestionadores de los gobiernos de centro izquierda. Hoy celebran la victoria en las primarias de unos de sus líderes, Gabriel Boric, quien obtuvo más de un millón de votos imponiéndose al candidato comunista. No le será fácil mantener la cohesión interna por el incontable número de movimientos que conforman el FA y el maximalismo de algunos. Revindican el rol del Estado, buscando una sociedad más igualitaria en derechos como la educación, salud, pensiones, medio ambiente y cultura, entre otros temas. Además, tiene una abierta condena a la falta de libertad de prensa, asociación y democracia en países como Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde consideran se violan los derechos humanos, siendo una de las principales diferencias con el PC.

Los partidos de derecha mantienen una mirada miope en su evaluación de la realidad, conservando fuertes lazos emocionales con la dictadura de Pinochet. Se opusieron al referéndum por una nueva Constitución, donde perdieron estrepitosamente. Son parte del gobierno que encabeza Sebastián Piñera, que será recordado como el peor presidente en 30 años de democracia y se presentaron a las elecciones primarias con cuatro candidatos, donde uno era independiente. Tres de ellos dieron muestras de renovación al aceptar, por ejemplo, el matrimonio homosexual. El vencedor, Sebastián Sichel, abogado, dice estar alejado de la derecha tradicional. Ex militante de la DC y de otro partido menor de centro, obtuvo 660 mil votos y ha tomado parte del discurso de renovación de la llamada derecha social. Mantiene fuertes vinculaciones con un sector del empresariado que entendió que Chile cambió, luego del estallido social de 2019. Hoy deberá componer una alianza con los candidatos derrotados donde hay fuerte presencia conservadora, los mismos que durante 30 años se han opuesto a las principales transformaciones sociales, como el término del sistema privado de pensiones, el matrimonio gay o a la nacionalización del agua.

El gran ausente de las primarias fue el centro izquierda donde hay dos mujeres y un hombre que disputan un liderazgo, sin acuerdo hasta ahora respecto del mecanismo para determinar quién será la o el elegido. Las tres fueron ministras de la expresidenta Michelle Bachelet: Paula Narváez (49), socialista, psicóloga; Yasna Provoste (51), de la DC, actual presidenta del Senado, profesora; y Carlos Maldonado (58), abogado, presidente del PR. No ha sido posible, hasta la fecha, fijar el mecanismo para determinar quién representará en la papeleta electoral al sector, que ha debido conformarse con observar los triunfos en las elecciones primarias de Boric y Sichel.

Una de las primeras derivadas que provocó el resultado, es que ya hay sectores del PS y del PPD, que se manifiestan a favor de la candidatura de Provoste, algunos que preferirían adherir a la candidatura de Boric, mientras que personeros que ocuparon cargos relevantes en la DC, están entre los sostenedores de la candidatura de Sichel. El 23 de agosto vence el plazo de inscripción, por lo que es una carrera contra el tiempo lograr un acuerdo aceptable para todos y desplegar una campaña que unifique y vuelva a encantar a los seguidores del centro izquierda.

Lo nuevo en este proceso eleccionario, que se definirá en primera vuelta el 18 de noviembre, es que el viento de la renovación generacional, finalmente, se ha hecho presente, como lo ha demostrado el amplio triunfo de Boric por la izquierda y el de Sichel por la derecha. Ahí está la nueva realidad política, de recambio generacional, en un marco de nuevos desafíos como el cambio climático, la discusión de una nueva Constitución en curso y donde han llegado para quedarse los temas de la participación de la mujer en igualdad de condiciones en todas esferas de la vida. Igual cosa ocurre con el respeto y dignidad que merecen los pueblos indígenas, la diversidad sexual, el medio ambiente, la descentralización y, naturalmente, los derechos humanos.

Lo que desvelan las últimas votaciones ocurridas después de las masivas protestas de 2019, es que la sociedad chilena está aceptando la nueva realidad que han hecho evidente las generaciones liberadas de dogmas atávicos. Un sector de la derecha ha debido moverse hacia el centro y otro permanecerá en el extremo, con un candidato de discurso nacionalista, xenófobo, homofóbico y pretendiendo mantener al mercado como la principal fuente para asignar recursos, intentando salvar el principio de subsidiariedad. En el otro extremo está el PC y grupos aún más a la izquierda, algunos de los cuales buscan una refundación total del país, desconociendo los avances logrados en 30 años de democracia.

En definitiva, la primera vuelta electoral tendrá varios candidatos y, al parecer, de acuerdo con los expertos electorales y a la experiencia chilena recogida en tres elecciones primarias realizadas, está asegurado el paso a la segunda vuelta del candidato del FA, Gabriel Boric, por la masividad de la votación que obtuvo. ¿Quién lo acompañará? Es la pregunta que ronda en la derecha y en el centro izquierda. El recambio generacional es un hecho irreversible. La candidatura comunista presionará por la izquierda a Boric, tal como lo hará la extrema derecha a Sichel. La madurez de los electores se ha reflejado en la masividad con que ha votado por los cambios, pero aislando a los extremos. Dependerá de las alianzas que se establezcan y los programas de gobierno que se presenten, hacia donde se moverá el péndulo electoral.

En noviembre se espera que la pandemia del COVID se haya alejado, la economía esté creciendo y se produzca un aumento de los puestos de trabajo. La derecha más lúcida se ha volcado hacia un candidato joven, de centro derecha, por el terror de que el balotaje o segunda vuelta electoral, que con seguridad habrá, sea entre el candidato de la izquierda, Boric, y una mujer del centro izquierda, eventualmente, Yasna Provoste, como señalan las encuestas y repite la prensa. Derrotar a Sichel no será una tarea fácil. Su trayectoria política ha sido camaleónica, militando ya en dos partidos y habiendo sido ministro del actual gobierno de Piñera, quien habría gatillado su nominación. Representa una suerte de atrayente «gatopardismo» para dejar el sistema económico sin mayores transformaciones. Boric deberá mantener la llamada «lealtad temprana» reflejada en la votación de las primarias y resistir los ataques de la izquierda dura y maximalista que verá en cada acto o propuesta, una entrega y claudicación de principios. La eventual candidatura de Provoste deberá luchar contra el gran fantasma de su propio partido, la DC, que no goza del mejor prestigio entre las nuevas generaciones, y volver a encantar al electorado que, durante 24 años, apoyó a las coaliciones de centro izquierda que gobernaron exitosamente Chile.