La euforia mediática en torno a los análisis del economista Thomas Piketty ha desaparecido, al menos por ahora, pero no por eso deben olvidarse los contenidos de sus obras. Estos encierran «luces y sombras» comunes al pensamiento político, social y económico desde mucho antes de La riqueza de las naciones de Adam Smith. Convencido de lo anterior he vuelto a leer el libro escrito por Piketty El capital en el siglo XXI, así como otros textos del mismo autor tales como La economía de las desigualdades, Crisis del capital en el siglo XXI, Acerca del capital en el siglo XXI y Capital e ideología. En las líneas que siguen me propongo compartir algunas valoraciones sobre el conjunto del enfoque de Piketty, pero antes unas palabras sobre el tema preferido del economista francés: la desigualdad.

Desigualdad

Stalin, Hitler, Mussolini y otros dictadores de los siglos XX y XXI, varios latinoamericanos (Miguel Díaz Canel, Nicolás Maduro, Daniel Ortega) inspirados en ideologías misioneras y apocalípticas, insisten en el tema de la igualdad, y afirman que esta se alcanza cuando se enfatiza lo colectivo, y se desprecia lo individual. Así, llegan a la conclusión de que el Estado y el gobierno representan, definen e interpretan el interés general. Benito Mussolini resumió tal planteamiento en una frase muy conocida: «Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado» (la antítesis de este lema es el que caracteriza al anarco-capitalismo: «Todo en el mercado, nada contra el mercado, nada fuera del mercado» que enarbolaron algunos seguidores del dictador Augusto Pinochet). Los extremos se juntan. El planteamiento de Mussolini y de sus correligionarios de distintas ideologías genera lo contrario de lo que propone: no reduce la desigualdad, empobrece a la mayoría de la población, destruye el régimen de libertades y profundiza la postración social al combinar impuestos, subsidios y expropiaciones que se distribuyen según preferencias políticas.

Situándonos al margen del marco interpretativo de los extremos referidos (estatismo y anarco-capitalismo), conviene recordar cinco causas de la desigualdad: primera, los altos niveles de concentración de la riqueza en pocas personas y familias; segunda, la existencia de intereses creados sectoriales que buscan y consiguen rentabilidades económicas y sociales a la sombra del Estado y del gobierno; tercera, el poco acceso de las clases sociales medias y bajas a la propiedad de medios de producción; cuarta, la costumbre del Estado y de los gobiernos de gastar mucho más de lo que les ingresa, y luego crear impuestos para cubrir el faltante, y quinta, los descubrimientos e innovaciones que mejoran las condiciones materiales de vida pero que no se distribuyen de manera inmediata entre todos los seres humanos.

Como es evidente, la desigualdad constituye una realidad bastante compleja, que no puede ser abordada ni resuelta mediante simplificaciones ideológicas, ni tampoco a partir de intereses creados sectoriales. ¿Qué propone Thomas Piketty? ¿Cuál es su perspectiva de interpretación respecto a este abigarrado asunto?

R > G: una fórmula incompleta

Según Piketty, la riqueza se concentra a un ritmo mucho mayor que la tasa de crecimiento de la economía, con lo cual los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Esto lo expresa en la ecuación R > G, donde R representa la tasa media anual de rendimiento del capital (beneficios, dividendos, intereses y rentas) y G la tasa de crecimiento económico. Por momentos, parece que Piketty presenta esta ecuación como una ley general de las economías de mercado —y así lo interpretan algunos de sus lectores y lectoras— pero la información histórica y estadística no avala tal conclusión. Si R > G fuese una regularidad inevitable y general de la economía de mercado, entonces hace mucho tiempo se hubiese producido la pauperización absoluta de los trabajadores, y los niveles de concentración de la riqueza no habrían permitido la creación de las clases sociales medias. En la Europa de posguerra, desde 1945 hasta 1990 es claro que la pobreza y la pobreza extrema disminuyeron o no crecieron de manera exponencial, al tiempo que se crearon poderosas clases sociales medias, y en un país latinoamericano como Costa Rica, entre los años 1940 y 1990, ocurre un fenómeno parecido. La fórmula R > G se cumple en algunos casos y períodos, pero en otros no se cumple. Así lo reconoce el mismo Piketty cuando en respuesta a sus críticos y a quienes le elogian de forma simplista afirma que:

No veo R > G como la única, ni siquiera como la principal herramienta para considerar los cambios en ingresos y riqueza en el siglo XXI… No creo que R > G sea una herramienta útil para la discusión de la desigualdad creciente en los ingresos del trabajo: aquí otros mecanismos y políticas son mucho más relevantes, por ejemplo, la oferta y la demanda de capacidades y educación.

El crecimiento de la desigualdad social, por lo tanto, es un hecho que puede cumplirse o no, dadas ciertas condiciones históricas, pero no se trata de un automatismo que se materialice de modo inevitable, fatal.

Los costarricenses pueden explicarle a Piketty, como un agregado cardinal a su propio análisis, que en su sociedad se han construido instituciones sociales y jurídico-políticas sin relación directa con la tasa de crecimiento económico, en lo que algunos estudiosos han denominado la «capacidad previsora» o de «anticipación social» de situaciones futuras, como ocurrió, durante el siglo XIX, con la creación del Estado de Derecho, el sistema de educación pública y los antecedentes del sistema de salud pública.

Si se considera, además, que en sociedades precapitalistas también puede constatarse la presencia corrosiva de la desigualdad social, entonces es recomendable una línea de investigación que intente determinar las fuentes de la desigualdad comunes a sistemas sociales capitalistas y precapitalistas, para luego referirse a sus orígenes en cada formación socioeconómica.

Existen variables que impactan en el fenómeno de la desigualdad, y que Piketty no menciona. Así, por ejemplo, existen feudos de poder político-sindical-académico-empresarial-religioso que operan como buscadores de rentas económicas privadas bajo protección política e ideológica, lo que he llamado «tecno-burocracia». La presencia de una tecno-burocracia que actúa como propietaria de los recursos públicos y los distribuye bajo criterios de selección político-ideológica es una realidad que amerita estudios pormenorizados, y que influye en las dinámicas básicas de la desigualdad; a esto se debe unir la presencia de redes institucionales, públicas y privadas, que materializan disfuncionalidades éticas notorias, e implican rentabilidades y enriquecimientos económicos. Es imperativo estudiar y medir el impacto de estos hechos en los procesos de acumulación y distribución de la riqueza. Nada de esto hace Piketty, y eso limita en demasía los alcances de la fórmula R > G.

Dialéctica de tendencias y contratendencias

El economista francés constata que en las economías de mercado existen tendencias y contratendencias; unas fortalecen y mejoran los procesos de acumulación, distribución y bienestar, y otras profundizan la crisis de la acumulación y elevan la desigualdad. Thomas Piketty lleva razón al indicar que la concentración de riqueza en capitales privados viene acompañada de la posibilidad del progreso tecnológico duradero y del aumento constante de la productividad, hechos que tienden a neutralizar los efectos negativos de la concentración.

Las contratendencias señaladas por Piketty no son las únicas. En la historia de la sociedad costarricense, como dije, muchas de las instituciones sociales actuales no fueron creadas fundamentándose en tasas de crecimiento económico adecuadas, sino en ideales de realización social e histórica; por lo tanto, puede hablarse de autonomía de las estructuras jurídico-políticas y sociales respecto a la infraestructura económica y productiva, lo que también contribuye a disminuir o neutralizar la concentración del capital privado y el aumento de la desigualdad. Es evidente, por lo tanto, que existen contratendencias igual o más poderosas que las mencionadas por Piketty.

Un artículo en American Economic Review

El análisis pormenorizado de la dialéctica de tendencias y contratendencias le hace mucha falta al estudio de Piketty, y esto es lo que el economista francés reconoce cuando en el artículo «Acerca de El capital en el siglo XXI», publicado en American Economic Review afirma: «No veo R > G como la única, ni siquiera como la principal herramienta para considerar los cambios en ingresos y riqueza en el siglo XX, o para proyectar el camino de la desigualdad de ingresos y riqueza en el siglo XXI», y añade que aspectos políticos e institucionales jugaron un rol mayor en el pasado y probablemente lo seguirán haciendo en el futuro.

Piketty se queja, en el artículo referido (y tiene razón al hacerlo) de las simplificaciones que se han tejido respecto a su obra, y flexibiliza su resistencia frente a observaciones como las realizadas en este comentario.

El capitalismo de Piketty, los intereses creados sectoriales y la vocación confiscadora de la tecno-burocracia

El análisis económico de Piketty, a pesar de las insuficiencias apuntadas, es realmente muy meritorio, sistemático y envolvente, pero, cuando este economista asume la perspectiva política, sus ideas y propuestas no son nada originales e incluyen imprecisiones considerables. Piketty habla profusamente del capitalismo, como si de un mantra se tratara, y en Capital e ideología sugiere superar ese sistema; sin embargo, al analizar sus propuestas resulta que lo sugerido por el economista francés es en realidad una crítica al hiper-capitalismo cuasi-anarquista que reduce la vida social a mercado y solo mercado, proponiendo sustituir ese capitalismo por otro que sea regulado desde el Estado y el gobierno. En otras palabras, no hay nada en la obra escrita de Piketty que pueda calificarse como una superación del capitalismo, todo gira en torno a un tipo de capitalismo que él considera mejor y que puede llamársele capitalismo regulado-controlado desde el Estado y el gobierno. Creo que Piketty debe abandonar la costumbre publicitaria y de mercadeo de presentar sus ideas como si fuesen alternativas al capitalismo, porque no lo son. Tómese en cuenta que, en cualquiera de las ideologías vigentes en la actualidad, y Piketty no se sale de esta norma, el problema no es sustituir al capitalismo, sino qué tipo de capitalismo conviene promover, con más o menos impuestos, con más o menos mercado, con más o menos Estado, con más o menos desigualdad, con dictadura política o sin dictadura.

En Capital e ideología el economista habla de «socialismo participativo», pero la palabra «socialismo» es aquí un espejismo, un disfraz o un simple intento de manipulación emocional. En alguna otra ocasión me referí al contenido del vocablo «socialismo», y lo definí como un tipo de sociedad autogestionada, sin Estado y sin gobierno; también afirmé que tal sociedad no ha existido, no existe y no es seguro que exista en algún momento futuro. Si llegara a existir, sostuve en el artículo de marras, lo sería como resultado de los cambios progresivos en la estructura de la propiedad privada, que en tal tesitura habría evolucionado desde la propiedad individual clásica, pasando por la propiedad privada estatal, y las formas de propiedad privada de carácter cooperativo y autogestionario, hasta la propiedad privada autogestionada. El socialismo, entonces, no sería alternativo al capitalismo sino el resultado de la evolución capitalista previa, y para cuando esa evolución fuese efectiva —escribí— los vocablos socialismo y capitalismo habrían perdido todo sentido. Es de lamentar que Piketty no realice ningún análisis de estos temas, él emplea la palabra «socialismo» como si estuviese hablando de un símbolo espiritualista sin contenido, y esto explica su mayúsculo despiste en este punto. Cuando explica el contenido de su «socialismo participativo» lo que se obtiene es una economía de mercado capitalista bajo regulación y control estatal y gubernamental; se trata, por lo tanto, de un tipo de capitalismo de Estado, ni más ni menos.

Indeterminismo histórico

Por otra parte, Piketty fundamenta la hipótesis, valiosa sin duda, de que en cada momento de la historia existen múltiples alternativas o cursos de acción, y que, por lo tanto, nada esta fatalmente determinado por leyes objetivas del desarrollo. Escribe:

En todos los niveles de desarrollo existen múltiples maneras de estructurar un sistema económico, social y político, de definir las relaciones de propiedad, organizar un régimen fiscal o educativo, tratar un problema de deuda pública o privada, de regular las relaciones entre las distintas comunidades humanas… Existen varios caminos posibles capaces de organizar una sociedad y las relaciones de poder y de propiedad dentro de ella.

Suscribo en todos sus extremos este indeterminismo histórico postulado por el economista francés, el cual no es originario de él porque se trata de una tesis sostenida por muchos desde hace siglos. Hay muchas vidas fuera del modo tradicional como se hacen las cosas y se organizan las sociedades, pero lamentablemente una parte considerable de la élite política actual carece de imaginación y de audacia para perfilar nuevas formas y contenidos de las políticas públicas. Piketty también sostiene la idea de que es necesario construir una visión no solo económica de la economía, sino también histórica, política y social, con lo cual recuerda una tesis cardinal: un economista que solo conozca de economía no es un buen economista.

Sistema tributario y tecno-burocracia

Coincido cuando el autor de marras defiende la existencia de regímenes tributarios progresivos, pero Piketty parece no entender que tal sistema debe acompañarse de una reforma del Estado, del gobierno y de la cultura política y administrativa, de modo que los recursos económicos obtenidos a través de impuestos no se trasladen a clases políticas y burocráticas parasitarias, ni a sectores públicos ineficientes que confiscan los frutos del trabajo. De esto, hasta donde conozco, el economista francés no dice nada, y eso le impide observar la lamentable deformación de los Estados de bienestar que en cierto momento de su historia se convirtieron en Estados de bienestar para segmentos preseleccionados de la política, la academia, el sindicalismo y el empresariado, tal como ocurrió en Costa Rica en los tiempos del denominado Estado empresario. Los impuestos son importantes, pero más lo es convertir en real y dinámico el proceso de creación de riqueza a través de la vida cotidiana del mayor número de personas. El carácter parasitario del hecho político y burocrático explica la incapacidad para otear alternativas que liberen las capacidades de innovación y creatividad de las personas y diversifiquen formas coexistentes de propiedad, desde la propiedad privada clásica, pasando por la copropiedad de medios de producción, la propiedad autogestionaria y la participación en los trabajadores en la gestión empresarial. Contar con ciudadanos y ciudadanas, personas y familias, cada vez más autónomas respecto al Estado y al gobierno exige potenciar sus capacidades de acción económica y de autogestión social, pero esto no está en el interés de una clase política y burocrática, academicista, sindical y empresarial acostumbrada a vivir de la conculcación de los frutos del trabajo social. El parasitismo estatal y gubernamental, sindical, academicista y empresarial como fuente de expoliación y desigualdad social no es objeto de investigación en el trabajo de Piketty; quizás convenga que lo sea para que las audaces fórmulas de este economista sean más integrales, completas y realistas.

Convendría, en sintonía con lo dicho, que el economista francés efectuara una investigación robusta sobre el origen de la riqueza social. A este respecto es común que en algunas corrientes de la Economía Política se afirme que la riqueza social se origina en la explotación a la que unas personas someten a otras, con lo cual se introduce una dialéctica que divide a las sociedades en amigos y enemigos, y erige la violencia social y la expropiación sistemática en instrumento inevitable del conflicto social. Piketty está muy lejos de esta visión, y por eso creo que si él toma como «objeto» de investigación el origen de la riqueza es muy probable que ofrezca una fundamentación experimental, matemática y estadística de gran calado a lo que se conoce por experiencia desde mediados del siglo XIX: el origen de la riqueza social es multiclasista e incluye el aporte de propietarios y no propietarios de medios de producción.

En definitiva, el tema de la desigualdad es harto complejo, y sería deseable contar muy pronto con modelos científicos, estadísticos y matemáticos que permitan medir y evaluar el efecto real de decisiones que supuestamente disminuyen la desigualdad. Hasta tanto ese avance no se concrete, conviene explorar la efectividad de alternativas y decisiones diversas, pero iluminados por el sentido común, la evaluación constante y el ejercicio prudente de la racionalidad. Mis observaciones a la obra de Thomas Piketty van en esta dirección.

Es lamentable que, en la gran transición global en curso, la reducción de la desigualdad no sea un objetivo de la agenda internacional. Se enuncia como propósito por aquí y por allá, pero al estudiar el contenido de esos enunciados lo que resulta es una gran estafa conceptual y emocional porque lo que está obteniéndose en la gran transición es aumentar la productividad y competitividad, acelerar la revolución científica y tecnológica, y al mismo tiempo empobrecer a las clases sociales medias (sean públicas, privadas o mixtas), y aumentar el número de personas que viven en pobreza y pobreza extrema. Los datos disponibles así lo indican.