Desde la fundación del Instituto Oceanográfico de Venezuela (IOV) en el año 1959 en la Universidad de Oriente (UDO) de Cumaná y la publicación de la tesis de maestría del biólogo Gilberto Rodríguez (1929-2004) titulada The marine communities of Margarita Island, se pudiese hablar del nacimiento de esa carrera en nuestro país. Gilberto Rodríguez funge de subdirector en 1960 y, luego de finalizar su doctorado en la Universidad de Gales en 1970, retorna al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas donde es fundador del Centro de Ecología. También se desempeña como docente de la UDO y la Universidad Central de Venezuela en Caracas, iniciando simultáneamente en las tres instituciones la cátedra de Biología Marina hasta 1978.

Al comienzo, la Biología Marina venezolana tuvo su primer laboratorio en las oficinas del Ministerio de Agricultura y Cría en la zona de Caigüire que estaba al este de Cumaná para noviembre de 1958. El mismo laboratorio también sirvió como sede piloto del IOV, el cual se mudó definitivamente a Cerro Colorado en la entrada oeste de la misma ciudad en 1963.

Esta fundación del IOV, en la década de los 60, representó la edad de oro de la Biología Marina en el país. Un guayanés, el Dr. Rafael Antonio Curra PhD (1934-1968), la impulsó con fuerza definitiva desde su posición como jefe del departamento homónimo, además de organizar seminarios, cursos, talleres y especialmente hacer expediciones que estimularon al resto de sus colegas para investigar, publicar y asistir a conferencias internacionales. En 1967 llegó a ser el segundo director del IOV y promovió la llegada de investigadores extranjeros quienes se quedaron en Venezuela con salarios y beneficios muy atractivos. Lamentablemente, este gran pionero murió a los 34 años de edad en diciembre de 1968, regresando de Nueva York en vuelo nocturno del PanAm Flight 217. Venía de lograr un acuerdo con la Universidad de Rhode Island. La biblioteca del IOV lleva su nombre y el ficólogo indio, el Dr. E.K. Ganesan, describió una nueva especie de alga para la ciencia con su nombre (Amphiroa currae) en 1971.

Casi de manera paralela a la capital del estado Sucre, la Isla de Margarita formaba el segundo pilar de la biología marina venezolana. En 1961 la Fundación La Salle designaba al naturalista español, Fernando Cervigón (1930-2017) como científico director de la Estación de Investigaciones Marinas de Margarita hasta el año 1970, desempeñándose como profesor investigador de la Universidad de Oriente hasta 1980. El Dr. Cervigón fue también director del IOV entre 1973 y 1974. Sin embargo, él se mantuvo más ligado al estado Nueva Esparta, convirtiéndose, además, en uno de los grandes ictiólogos del país al descubrir nuevas especies de esta fauna y escribir el gran volumen Los peces marinos de Venezuela. Adicionalmente se dedicaría a la cultura de los pescadores artesanales del oriente nacional.

Durante los 80, se pueden destacar dos directores del IOV, el japonés Taizo Okuda quien se dedicaba a la oceanografía física, y al Dr. Ildefonso Liñero Arana experto en bentos, específicamente los poliquetos. Asimismo, dentro del profesorado se encontraba el colombiano Jaime Bonilla, la planctóloga Dra. Evelyn Zoppi de Roa, el Dr. Gregorio Reyes quien también trabajaba con plancton, y muy en especial al Prof. Andrés Lemus quien impartía clases sobre el fascinante mundo de las algas marinas.

En esa década el buque Oceanográfico Guaiquerí recorría cada mes el Golfo de Cariaco y toda el área circundante del estado Sucre que es la entidad con más costas y superficie oceánica en Venezuela. Los profesores de biología marina gozaban de un envidiable estatus social, tanto en Cumaná y Margarita, como a nivel nacional e internacional. El trabajo no se limitaba al recurso pelágico, también se trabajaba mucho en el litoral y, por supuesto, el recurso pesquero era vital. Uno soñaba con alcanzar a sus profesores no solo en conocimiento sino en prosperidad. Mientras se cursaban estudios, se tenía a disposición, no solo buenos laboratorios con equipos y reactivos, también estaban varias bibliotecas de la que destacaba por supuesto el Oceanográfico, llena de libros y revistas especializadas.

En mi caso, me gradué en 1991 y fueron unos años pletóricos. Los 2000 bautizaron la caída que fue alcanzando a los obreros, asistentes, estudiantes hasta el profesorado y por supuesto las instalaciones. Un balance de los graduandos basado en tesis presentadas sobre biología marina refleja, con números suministrados por la directora de Escuela de Ciencias Aplicada del Mar de Nueva Esparta, la Dra. Rosalind Kingland (ECAM, fig. 1), la tendencia positiva de egresados desde los 90 alcanzado hasta 34 biólogos marinos en el 2012. No obstante, los últimos cinco años evidencian una caída de menos de diez egresados anuales.


China

Por parte de Cumaná, la data es más difícil de precisar, ya que la UDO y el IOV han sido blanco de un vandalismo irracional e inexplicable el cual ha destruido archivos de los registros, bibliotecas (donde reposaban las tesis impresas que no se encuentran digitalizadas) e instalaciones en general. Por ello, con respecto a Sucre, los estimados deben basarse por promedio anual de la década según la opinión de una decena de colegas consultados que recuerdan el número aproximado de quienes presentaron trabajos relativos al área de biología marina durante esos años que se graduaron y ejercieron (Fig. 2). Los datos son mucho más bajos que los de Nueva Esparta, la carrera va hacia su desaparición. Desde casi 25 biólogos marinos anuales en los 80, hasta descender más de 50% cada década siguiente, alcanzando solo tres egresados en el área para la última década.
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¿Hay acaso una salvación para esta profesión de la cual depende el entendimiento, la preservación y uso racional del medio marino? En primer lugar, la UCV, la Universidad Simón Bolívar, la Universidad de Carabobo y la Universidad del Zulia han aportado biólogos quienes se consideran especialistas del área marina. Allí existe un gran aporte y reservorio, pero de menor especificidad y cantidad. Este también ha sido afectado por el vandalismo a sus instalaciones, falta de recursos y la emigración de profesorado y estudiantes al extranjero.

¿Qué nos queda entonces? ¿Reclamar con mayor asertividad al estado encargado de su financiamiento y protección? ¿Recurrir a instancias internacionales como la UNESCO, Comisión Oceanográfica Internacional y otras relacionadas por un rescate? Privatizar las instituciones e internacionalizarlas seria otra alternativa, pero en las condiciones actuales es difícil que el alumnado nacional pueda hacer frente a matrículas que sostenga esta enorme infraestructura y profesorado. A lo mejor una combinación de estas tres alternativas sea la solución para volver a tener aquello que nos enorgullecía para sostén del mar al Sur del Caribe.