El viejo había estado sentado en su quejumbroso sillón toda la lluviosa mañana, leyendo y esperando la noticia. Hacía tres años que su esposa había fallecido y, hasta ese momento, se sentía fuerte como un toro y podía trabajar perfectamente unos años más. Ahora viudo, no estaba tan seguro de su fortaleza, pero lo animaba la esperanza de ser nombrado Registrado General, ya que el titular, Mr. Graham, al fin se había retirado en 1879. Nadie mejor que él, para sucederle.

Durante cuarenta años, desde que, en 1837, ayudó a Sir James Clark a escribir un artículo sobre tuberculosis para The Lancet —quien, impresionado por su pericia para manejar números y estadísticas, lo recomendó para el cargo recién creado de registro de nacimientos, matrimonios y muertes—, había estado al frente de esa oficina, convirtiéndose en una celebridad a nivel europeo y mundial en estadísticas de salud. Durante ese largo lapso, logró crear y desarrollar un completo sistema de recolección y análisis de datos vitales nacionales, que contribuyó a mejorar la salud pública. Incluso diseñó una «Clasificación Internacional de Enfermedades» que sirvió de base para su aceptación en muchos países. De hecho, su nomenclatura fue aceptada por el Congreso Internacional de París en 1864 y, desde ese entonces, constituye la base de las sucesivas clasificaciones internacionales que se han desarrollado, hasta la actual número XI.

Se sentía orgulloso de sus aportes en ese sentido. Tenía amigos en todo el continente, que lo consideraban el mejor experto en la materia. Mucho ayudó a ello su gran simpatía y facilidad para los idiomas, ya que dominaba perfectamente el francés, el alemán y el italiano. Había estudiado en París y fue allí en donde descubrió su interés por las estadísticas y su asociación con la salud.

Incluso, había sido el primero en publicar trabajos estadísticos basados en cálculos realizados por una máquina, la diseñada por Scheutze, que a su vez se basaba en la que originalmente había descubierto Charles Babbage, la antecesora de la computadora. La utilizó en Inglaterra para construir tablas de vida basadas en la mortalidad ocurrida entre 1841 y 1851 (P. M. Dunn).

Tenía muchos conocidos famosos que lo apoyaban, dada su gran labor sanitaria y epidemiológica. Entre ellos estaban médicos, políticos y, particularmente, Florence Nightingale, quien desde la guerra de Crimea era una heroína nacional y se consideraba la fundadora de la enfermería profesional. Ella lo respaldaba efusivamente, en su intento de obtener el cargo. Farr echó de menos a su gran amigo, John Snow, a quién ayudó mucho a realizar sus estudios sobre el cólera en Londres, años atrás, pero este ya había fallecido prematuramente.

Cuando le llegó la noticia, se quedó inmóvil largo rato en su sillón. Al notar que no se movía, su hija presurosa corrió a ver qué le sucedía y de inmediato se dio cuenta de lo que pasaba. Su padre, con la mirada perdida en el techo de su habitación, sus anteojos caídos sobre sus piernas, sostenía en sus manos, la carta que recién acaba de recibir. La misma le informaba a William Farr, el nombre de la otra persona que había sido nombrada Registrador General del reino. Su hija pudo percibir que repentinamente su padre había envejecido veinte años. Al cabo de poco tiempo, el viejo médico dirigió una misiva a su nuevo jefe diciéndole que resignaba a su cargo. Su vida de fiel y diligente servidor público había finalizado en ese instante.

Sus primeros años

William Farr nació un 30 de noviembre del año 1807, en el poblado de Kenley, en la región de Shropshire, hijo de una familia venida a menos, ya que su padre era un campesino pobre, en tanto que su abuelo había sido un agricultor. Siendo el primogénito de los cinco hijos que tuvieron sus padres, a los dos años fue dado en adopción a Joseph Pryce, un terrateniente anciano y bondadoso sin hijos de la villa cercana de Dorrington. El niño acudió a la escuela local y complementó su educación leyendo de todo en la nutrida biblioteca de su padre adoptivo.

Al término de la adolescencia, decidió estudiar medicina y, siguiendo la costumbre de la época, sirvió de ayudante al Dr. Webster, con quién estudió anatomía y cirugía. Cuando tenía veintidós años, su benefactor falleció y le dejó una generosa herencia para esa época de 500 libras esterlinas, con la cual pudo viajar a Londres para estudiar medicina en el University College y luego seguir sus estudios en París.

De regreso a Inglaterra, ejerció la medicina por un tiempo en Gales, para retornar a Londres, nuevamente al University College a fin de obtener el título que lo acreditaba oficialmente como médico. En 1833, se casó con la hija de un agricultor de apellido Longford y se instalaron en la calle Grafton, en donde él comenzó a pasar consultas. Para mejorar sus ingresos, William Farr comenzó a escribir y dar clases de estadística, higiene y salud pública. Varios de esos primeros artículos fueron publicados en la revista médica The Lancet, llamando la atención por el uso de estadísticas en problemas de salud. Precisamente fue el editor de esa afamada revista, el Dr. Wakeley y el ya mencionado Dr. Clark, quienes lo recomendaron para que lo nombraran «Compilador» de mortalidad, nacimientos y matrimonios. Allí estaría por cuarenta años, dándole lustre a la oficina de Registro General.

Un año antes, en 1837, Farr sufrió la pérdida de su esposa a consecuencia de la tuberculosis. Durante ese corto matrimonio, no tuvieron hijos. La gran pena por la que atravesó el joven esposo, la volcó en el trabajo, formando un magnífico dueto con su jefe, Mayor Graham, quién poseía grandes dotes de administrador. Se iniciaba así, el nacimiento de las estadísticas vitales. Se puede decir que lo que ambos establecieron en ese largo periodo, todavía son la base de lo que existe hoy en día en la Oficina de Registro Británica (W.D.P. Logan).

Sus grandes aportes

Desde poco antes de la llegada de Farr al cargo, otros grandes salubristas de la época, especialmente Chadwick, venían pregonando la necesidad de registrar las causas de muertes, así como la ocupación, la edad y el sexo de los difuntos. Farr inició el análisis de tan vasta información y, a partir del primer año, hasta su renuncia al cargo, publicó un apéndice o carta del informe anual del Registro en donde explicaba los usos que podían derivarse de los datos recogidos. Entre ellos figuraron los siguientes aportes fundamentales para la epidemiología y para el conocimiento del estado de salud de las poblaciones, así como para la implementación de medidas de prevención y control de enfermedades y de epidemias:

  • Como bien lo señaló John Simon, Farr dio origen a una nueva rama de la literatura médica, al analizar y caracterizar las enfermedades bajo un punto de vista cuantitativo. Así, por ejemplo, fue el primero en la utilización de tasas de mortalidad ajustadas por edad, al igual que el análisis de la mortalidad ocupacional, empleando la información proporcionada por los censos (M. Whitehead).

  • Clasificación de las enfermedades que sirvió de base a nivel internacional para formar las que han sido aceptadas hasta el día de hoy.

  • Utilizó las estadísticas vitales disponibles para derivar hipótesis epidemiológicas inferenciales y las pruebas de algunas de ellas, aunque no siempre con acierto, como fue el caso de la teoría miasmática del cólera (Abraham Lilienfeld).

  • Otro estudio interesante de hipótesis y prueba fue sostener que las ciudades eran menos saludables que los poblados rurales, probando que las altas tasas de mortalidad estaban asociadas con la mayor densidad poblacional. Luego incluyó el concepto de «Distritos saludables» para tomarlos como base de comparación con los demás distritos no saludables, calculando el número de muertes evitables en estos últimos, si hubiesen tenido las mismas tasas que los primeros.

  • El estudio de las desigualdades en salud, cuyo conocimiento contribuyó a presionar para lograr reformas sanitarias. Su estudio del riesgo conformado por el trabajo de los mineros es un ejemplo de esto.

  • Contribuyó al análisis matemático de las epidemias. Expresó lo que se conoce como «Ley general de las epidemias», también llamada «Ley de Farr», que se basó en el análisis de la epidemia de viruela de 1840 (P. M. Dunn).

  • Llamó la atención sobre la mortalidad materna, la de los recién nacidos y sobre las altas tasas de mortalidad infantil en la Gran Bretaña.

  • Presionó sobre la necesidad de entrenamiento y preparación de parteras y auxiliares obstétricas.

  • Digno de mencionar sobre las cuarenta cartas o apéndices al informe anual del registro que publicó, son las dos características que W.P.D. Logan escribió al respecto: «su inherente exactitud científica y su reverberante prosa, que invita a los comentarios». Sus pasajes contienen gran elocuencia y mucha filosofía.

Aspectos personales y final

En 1841, catorce años después de enviudar, William Farr volvió a encontrar la felicidad al casarse con la señorita M. E. Whittall, oriunda de su zona natal. Con ella tuvo ocho hijos, de los cuales un varón y cuatro mujeres lo sobrevivieron.

En vida fue nombrado miembro de la Real Sociedad y en 1871 fue elegido presidente de la Real Sociedad de Estadística. Algunos de sus contemporáneos lo recuerdan como un hombre de rostro agradable, risueño, sencillo, modesto, desconocedor de la envidia, que gustaba de la amistad y amaba a los niños. Devoto a su hogar, era, sin embargo, un trabajador incansable. Como ya se dijo, era un lingüista consumado y también dominaba los idiomas antiguos clásicos (P. M. Dunn).

Falleció en Londres el 14 de abril de 1883. Fue sin duda un brillante epidemiólogo y estadístico, para algunos el más sobresaliente de la era victoriana. Siempre actuando detrás de bambalinas, no tuvo la figuración de otras personalidades médicas, pero, sin duda, su obra tuvo una influencia directa en muchos de los avances que se experimentaron en la salud pública y la epidemiología de su época y también del futuro.

Notas

Dunn, P. M. (2002). Dr William Farr of Shropshire (1807-1883). Ach Dis Child Fetal Neonatal. 86:F67-F69.
Encyclopaedia Britannica Online (s/f). William Farr.
Lilienfeld, A. (1976). Foundations of epidemiology. Nueva York: Oxford University Press.
Logan, W.P.D. (1969). Vital Statistics. En: W. Hobson. The theory and practice of public health. Londres: Oxford University Press.
Whitehead, M. (2000). William Farr’s legacy to the study of inequalities in health. Public health classics. Bulletin.