Europa es un pequeño continente, pero está tan abultado en la cartografía, que no sabemos si el diseño del mapamundi de Mercator se hizo para favorecer los intereses de las potencias dominantes de la época o si tenía algún tipo de negocio futurista con los ancestros del creador del Risk.

En este siglo, el de Instagram y el coronavirus, se yergue en torno a cuarenta metrópolis con más de un millón de habitantes al oeste de los Urales; mientras que todas las urbes de edades anteriores tuvieron unos índices poblacionales muy por debajo de esta cifra. Todas excepto una: la Antigua Roma.

Este crecimiento de la población global se gesta durante la revolución industrial y, desde entonces, el H. Sapiens se multiplica por la faz de la Tierra a un ritmo paralelo al de las industrias. Pero, ¿por qué la Roma clásica hubo alcanzado tal magnitud de habitantes en un momento donde el índice demográfico era tan bajo en el resto del mundo?

Algunas de las características que permitieron la evolución de la pequeña ciudad-estado en la enorme capital del Imperio1 fueron:

  • La vasta red de acueductos para proveer de agua potable desde cursos de agua muy alejados (algunos medían más de 80 km de distancia).

  • El suministro de grano y otros alimentos garantizado mediante la expansión colonizadora del imperio y la explotación de las conquistas.

  • La planificación urbanística, sobre todo el centro cívico, usando el Tévere (Río Tíber) como arteria comercial y disponiendo las calles en función del tráfico rodado mercantil.

  • La construcción de insulae: edificios verticales para alojar a los más de millón y medio de personas que se cree que la pueden haber habitado.

Es Juvenal quien nos transporta vívidamente a aquella Roma clásica. Él nos advirtió de los peligros de pasear por las estrechas y sinuosas calles después de anochecer, del peligro de las ventanas abiertas, de los olores, los oradores, los profetas, las aglomeraciones, peleas, citas, banquetes, sacrificios animales…

El legado del poeta latino es el viaje a su desaparecida megalópolis y, además, la introducción a la política interior de los Césares, que se puede sintetizar en su célebre expresión panem et circenses.

Para permitir y mantener controlada a semejante población, se organizan a procuradores y prefectos a la cabeza de una vasta red, cuya finalidad es proveer gratuitamente a cada ciudadano de (al menos) una ración de trigo. Además de abastecer al pueblo con esta base alimenticia, el emperador en turno decreta numerosos días ociosos. Casi la mitad del año de «vacaciones», durante las cuales se organizan diferentes espectáculos públicos en teatros, circos y anfiteatros.

Los oriundos, en sus días libres, pudieron elegir entre algunos de estos destacados eventos:

  • Las luchas de gladiadores, los espectáculos de caza y pelea con fieras salvajes e incluso algunas batallas navales se pueden ver en el anfiteatro. El más conocido y grande fue el Coliseo.

  • La tragedia y la comedia; lo romano y lo griego. Las obras dramáticas se podían apreciar en el teatro.

  • Las carreras de carros suponían el espectáculo más famoso del circo. Los aurigas eran casi venerados y, junto con los gladiadores, serían los «deportistas» más conocidos y admirados de la esfera romana.

En nuestra última conversación con Juvenal detectamos que la política poco ha cambiado desde entonces. El «pan y circo» sigue tan presente en nuestra cotidianidad que pareciera que los emperadores siguen controlando nuestras vidas.

En fin, empieza la liga de fútbol…

Nota

1 El Imperio Romano de Occidente sucede a la República entre el 27 a. C. y el 476 d. C.. El emperador Augusto comienza la reforma que lleva a la capital imperial a alcanzar más de un millón de habitantes censados. Según algunas fuentes que contabilizan las personas no censadas, como esclavos o incluso mujeres, la cifra podría haber superado el millón y medio de personas viviendo al mismo tiempo en la ciudad cuya destrucción da paso al Medioevo.