Mientras en Italia se empiezan a respirar aires de libertad, preocupan dos nuevos focos, en el sur y en la zona central. Esta semana haremos sobre todo un recorrido por diversos barrios de Roma.

Lunes 22 de junio

Al parecer estalló el verano, aunque en la tarde se asomaron algunas nubes amenazantes. Y no era el caso: con un grupo de colegas caminábamos por el barrio Testaccio, una zona muy popular donde hasta hace algunos años se encontraba el Matadero Comunal, inaugurado en 1890 y hoy convertido en centro de arte contemporáneo. Del antiguo matadero solo se mantiene el frontis, una enorme muralla coronada por una gran cabeza de vacuno.

También aquí se encontraba uno de los mercados más famosos de la ciudad, en la actualidad totalmente modernizado, donde las construcciones de acero y las escalas móviles, si bien reemplazaron a los tradicionales bancos de feria, no lograron neutralizar el alma popular, dicharachera e irreverente del romano. El grupo chileno Inti Illimani, que vivió parte de su exilio político en Roma, compuso un hermoso tema instrumental: El Mercado de Testaccio.

La razón de este «paseo» es que -como el coronavirus ha prohibido las fiestas- este año los premios al cine italiano que anualmente entrega la Asociación de la Prensa Extranjera los tenemos que entregar individualmente y «a mano». Por esa razón decidimos escoger algunos cines romanos para entregar los premios y grabar un video que luego colgaremos en nuestra página web. Es bastante sobrecogedor, más aún para la gente del cine, encontrarse en estas salas en penumbra y totalmente vacías. La impresión se acrecienta al pensar que muchos de estos cines no han abierto al público.

Caminando por las calles de este barrio recuerdo La Storia, de Elsa Morante, considerada una de las 100 mejores novelas de todos los tiempos por Norwegian Book Club: ambientado en Roma durante la guerra y en el periodo inmediatamente posterior, narra la tragedia de la población herida por el conflicto a través de la historia de Ida, la protagonista. Como es una historia terriblemente conmovedora, es mejor no leerla en un período tan dramático como el que estamos atravesando.

Martes 23 de junio

La gradual apertura y, en consecuencia, la necesidad de retomar las actividades normales como el trabajo, crea nuevos problemas a las familias: ¿dónde dejar a los niños? Quien puede, recurre a la «tradición» milenaria de los abuelos (aunque no tan aconsejables en este período); otros llaman a una baby-sitter. Quienes no tienen personas de confianza con quien dejar a sus hijos, recurren a los centros de verano, que abrieron hoy en casi todo el país.

En tiempos de pandemia, estos centros se han tenido que adecuar a las nuevas normas higiénicas: no más aglomeraciones y todos rigurosamente con mascarilla y cantimplora traídas de la casa. Esos son los únicos objetos admitidos. Otros, como juguetes o peluches, están prohibidos porque son posibles vehículos de contagio.

«Mascarillas tanto en actividades tranquilas como en las deportivas, y uso de desinfectante después de cada actividad», me cuenta Valentino, un joven amigo de mi hijo quien trabaja en uno de estos centros como animador: «Somos alrededor de 15 animadores y tenemos, en total, entre 65 y 70 niños cuya edad va de 3 a 13 años, que pueden estar desde las 8 de la mañana a las 5 de la tarde».

Cada animador sigue a pequeños grupos de niños, no más de 7, divididos por edad. «Se hace deporte, teatro, juegos al aire libre, pero no hay piscina». Desgraciadamente las salas cuna no se han abierto y a las familias con niños menores de 3 años no les queda más que arreglárselas individualmente.

Curioso: de los principales canales de la televisión italiana, e incluso de algunos de cobertura nacional, hoy desaparecieron las noticias internacionales: ni Trump y sus más que discutibles afirmaciones, ni Bolsonaro con sus desvaríos negacionistas, ni el recrudecimiento de la guerra en Libia, ni siquiera la Unión Europea. Todo enterrado en las arenas movedizas de la política local y los problemas del oficialismo. Aunque es innegable que el peso político de Italia en el tablero mundial ha ido disminuyendo en los últimos años, es demasiado este desinterés por lo que sucede más allá de sus fronteras.

Miércoles 24 de junio

Llego hasta el barrio San Lorenzo, al cine Tibur, donde premiaremos al director de la mejor película el año. Es una verdadera zambullida en la nostalgia: fue una de las primeras zonas que conocí cuando llegué a Italia, porque siendo uno de los barrios proletarios y antifascistas por excelencia, aquí funcionaban sedes de partidos y grupos que solidarizaban con Chile y también vivían numerosos amigos de esos tiempos. Y también en este barrio funcionaba el grupo feminista en el que participé en los últimos años de la década del 70, lo que me permitió tener esa visión de género que, con contadísimas excepciones, ¡tanto nos faltaba!

Este barrio también fue uno de los más afectados a raíz del primer bombardeo aliado durante la guerra. El 19 de julio de 1943 una escuadrilla de aviones estadounidenses comandados por el general James Doolittle descargó cuatro mil bombas sobre esta ciudad, que provocaron alrededor de 3.000 muertos y 11.000 heridos. El tributo pagado por San Lorenzo fue de 1.500 víctimas fatales.

Para no olvidar esta tragedia una esquina de este barrio permaneces sin construir con un monumento que recuerda a los mártires, abatidos – como se descubriría después – por un «error de cálculo» de los aliados estadounidenses que en realidad querían dejar fuera de uso la cercana estación Tiburtina, importantísima para el traslado de material bélico al norte.

En este barrio también está la universidad La Sapienza, el ateneo público más importante de Roma, lo que contribuía a que constituyera un importante lugar de cultura y sesudas (y a veces eternas…) discusiones políticas. Además se comían si no las mejores, sin dudas las más baratas pizzas de Roma.

Jueves 25 de junio

Otro premio, otro barrio, esta vez en el corazón de la ciudad y de una de sus zonas más típicas: llegamos hasta el cine Intrastevere, en el corazón del barrio homónimo. Aunque en el curso de los años se ha ido modernizando y en las noches es impracticable para los mayores de 40, en las mañanas todavía se respira ese aire típicamente romano, genuino y popular.

Entre sus callejones, donde se cuela el aroma del café, todavía se ve ropa colgada, una señora pasa la escoba frente a su casa, limpiándola de las hojas de yedra de la pared adyacente. En tiempos de prepandemia era el barrio «que no dormía nunca», e incluso en estos momentos con las riendas un poco más sueltas vuelve a tomar su ritmo tradicional, tanto es así que de nuevo fue necesario reponer la «zona de tráfico limitado» en las horas nocturnas.

Al regresar a mi casa, paso por la plaza Santa María in Trastevere, desoladamente vacía. Un lugar que me trae muchos recuerdos ya que durante años vivió una querida amiga, por lo que fueron muchas mañanas, tardes, noches, las que atravesábamos esta plaza o desde su ventana veíamos los cientos de turistas que diariamente venían a visitar la Basílica Santa María in Trastevere, construida en el siglo IV de nuestra era, uno de los lugares del culto mariano más antiguos del mundo.

Hoy no se ven turistas, solo personas que transitan rápidamente, probablemente sin tiempo – ni ganas – para detenerse a admirar todos y cada uno de los detalles de esta maravilla del arte románico, como por ejemplo los mosaicos dorados, que con el sol producen un efecto singular, como aislados del tiempo.

Un barrio totalmente distinto el del cine Apollo11, en Piazza Vittorio, el barrio «donde palpitan los corazones de más de 100 lenguas», convertido en el curso de los últimos 25 años en la zona multiétnica de Roma. Hace años funcionaba la feria libre más barata de Roma, que ahora se transformó en mercado cubierto donde se encuentran alimentos de todo el mundo. Por ejemplo, es uno de los pocos lugares en Roma donde encuentro cilantro fresco, ya que como los italianos no lo usan en sus comidas tradicionales, tampoco lo cultivan.

Viernes 26 de junio

Hasta ahora todo el mundo estaba contento en Italia porque las cifras del covid-19 seguían bajando. Hoy llega la ducha fría: dos nuevos focos, serios, uno en el sur en una comunidad de búlgaros que trabajaban en el campo (sin condiciones de seguridad, según se ha descubierto ahora, aunque un poquito tarde) y otro, en el centro, en una empresa de entrega a domicilio (los famosos delivery), cuyos dueños no solo no respetaban las normas de seguridad de sus trabajadores, sino que incluso habían escondido el contagio de muchos de ellos, asintomáticos, que a su vez fueron dejando un reguero de contagios.

Sábado 27 de junio

Ultimo premio de la semana, esta vez en el cine Farnese, ubicado en el corazón mismo de Roma, en ese Campo di Fiori donde bajo la mirada austera del filósofo y revolucionario Giordano Bruno que sigue impertérrito los avatares de la ciudad, se despliega en las mañanas el clásico mercado al aire libre, y en las tardes (en tiempos precovid-19) el pulular de razas, colores, idiomas, que se daban cita en este lugar. Como en otros lugares, no se ven turistas. Sí romanos que curiosean entre los bancos del mercado.

Domingo 28 de junio

El Fondo Italiano para el Medio Ambiente (FAI) cada primavera permite el acceso gratuito a lugares conocidos y menos conocidos de este país. Aproveché esta ocasión y con las debidas medidas de seguridad, mascarillas y distancia social) fui a dar una vuelta a Tívoli, un pueblito a unos 35 kilómetros de Roma donde se concentran tres maravillas; la villa Gregoriana. la villa Adriana, y la Villa d’Este.

Como ya las he visitado varias veces decidí dejar de lado la villa Adriana, esta verdadera ciudadela que el emperador Adriano ordenó construir el siglo I d.C y la Villa d’Este, un palacio y parque del siglo XVI, edificados por orden del cardenal Hipólito II d’Este, hijo de Lucrecia Borja, Mi meta, por lo tanto, fue la casi desconocida la Villa Gregoriana, y su estupendo parque natural realizado entres los siglos III y II a.C.

Interesante lo que escribió el poeta y dramaturgo alemán, Wolfang Goethe en su paso por Tívoli, en 1787:

En estos días estuve en Tívoli y ahí vi uno de los primeros juegos de la Naturaleza: con las ruinas y su vegetación, con las cascadas que pertenecen al tipo de cosas cuyo conocimiento enriquece el espíritu.

Se refería a este parque, construido en las faldas de una pequeña colina, donde hace más de 2.100 años se levantaban templos en honor de los dioses del panteón romano, entre ellos el de Vesta, cuyas columnas aún permanecen.

Sin embargo, hasta las primeras décadas del siglo XIX la zona constituía la pesadilla de sus habitantes a causa de las frecuentes inundaciones del río Aniene, que ya Plinio el Joven describía en detalle el año 150 de nuestra era. Pero lo peor que se recuerda, ya más cercano a nuestros días, sucedió en noviembre de 1826 cuando llovió toda la noche y las aguas torrenciales provocaron el desborde del río que arrasó con todo lo que encontraba a su paso.

La estructura de la Villa, tal como es hoy, se remonta a este episodio trágico, ya que el papa Gregorio XVI se compadeció de las penurias de la población, (la villa era propiedad pontificia), y dio orden de empezar las obras de restructuración: dos grandes canales que formaron una imponente cascada de más de 100 metros, para desviar las aguas del río.

Para esta obra llamó a obreros de toda Italia «que crearon numerosas vías, se encaramaron hasta las grutas dedicadas a Neptuno y a las Sirenas, e incluso subieron hasta el Templo de Vesta, creando este formidable parque, donde se encuentran más de 3.300 especies de plantas», según las crónicas de la época.

La Villa estuvo abandonada durante mucho tiempo, hasta que el FAI se hizo cargo de su gestión y la abrió de nuevo al público, en mayo de 2005. Recorriendo sus senderos, donde una vegetación agreste contribuye a la sugestión del parque, se pueden apreciar las ruinas de lo que fue la mansión de un aristócrata de la época, Manlio Vopisco, restos de algunos templos, entre ellos el de Vesta; galerías y túneles, algunos naturales, otros construidos en el Monte Catillo.

Mientras en la renacentista Villa d’Este con sus numerosas fuentes y juegos hidráulicos, durante todo el recorrido nos acompaña el delicado murmullo del agua, en la Villa Gregoriana es el ruido poderosos del caudal del río Aniene, que se transforma en la Gran Cascada que cae con fuerza desde la gruta de Neptuno.

Después de haberme regenerado con este baño bucólico, vuelvo a Roma, con su bullicio y su tráfico caótico, de todas maneras preferible al silencio casi surreal y a las calles solitarias de hace pocas semanas, esperando que luego se logre descubrir un arma, la vacuna, capaz de frenar la marcha mortal del covid-19, este enemigo solapado que nos acecha.